H I S T O R I A B R E V E
ARTURO ROSENBERG
HISTORIA DE LA REPÚBLICA ROMANA
Traducción del alemán por
MARGARITA NEKEN
Revista de Occidente
Avenida Pi y Margall, 7 Madrid
El autor de este librito, Arturo Rosenberg, es hoy una de las primeras autoridades en historia de Roma. Profesor en la Universidad de Berlin, ha cimentado sólidamente su fama de historiador con su admirable libro “Introducción y estudio de las fuentes para la historia romana”.
En la breve Historia de la República romana que publicamos encontrará el lector una visión luminosa del desarrollo que siguió la historia de Roma en los tiempos anteriores al Imperio y de las causas que la determinaron.
PRÓLOGO
Me propongo en este librito reunir, en forma muy ceñida, los hechos principales de la historia de la República romana. Espero que a pesar de su brevedad, contenga todo lo esencial. El lector erudito, sin embargo, echará de menos muchas cosas; pero de haber profundizado más en los problemas económicos y sociales, (1) como en los referentes a la historia del ejército y de las provincias romanas, hubiera rebasado los límites de esta obra. Antes al contrario, consideraré que mi libro ha llenado precisamente su finalidad, si el estudio de este bosquejo impulsa al lector a ocuparse más detenidamente de la historia romana.
La naturaleza de un libro de esta índole implica por fuerza el que el autor exprese, concisa y directamente, su opinión acerca de todos los problemas. Hubíérame, desde luego, gustado fundar metódicamente los juicios expuestos sobre los hechos fundamentales de la historia romana. Me refiero especialmente al estudio de la actuación llevada a cabo por los jefes del partido popular democrático, en los últimos tiempos de la República, al concepto de la nobleza, a las manifestaciones sobre la democracia campesina romana y, en general, sobre las relaciones de las diversas clases en Roma. Pero no puedo decir todavía cuándo me será dado ocuparme metódica y dilatadamente de estos temas, y ni siquiera si podré hacerlo algún día.
ARTURO ROSENBERG.
Berlín, Marzo 1921.
1 Véase a este respecto: Block, Soziale Kámpfe im alten Rom (Las luchas sociales en la antigua Roma), 1920, 4.a edic. I LOS COMIENZOS DE ROMA
ACTUALMENTE, Italia forma un Estado nacional perfectamente homogéneo. No así en la antigüedad. Por aquel tiempo la península de los Apeninos hallábase ocupada por una confusión de pueblos, tan abigarrada como la que hoy existe en los Balkanes. La fusión en una gran nación latina de todos aquellos pequeños pueblos es obra de la República romana.
El pueblo al que pertenecía la ciudad de Roma era el de los latinos, y por esto acostumbramos a llamar latín a la lengua de este pueblo. Al principio, los latinos poseían tan sólo un reducido territorio en el centro de Italia, al Sur y al Este del Tíber inferior, o sea en la actual campiña romana. El viajero que hoy va en ferrocarril de Roma a Nápoles, cruza un vasto territorio de montañas. Ahí se encontraban los vecinos meridionales de los latinos, los volscos, gentes vigorosas e inquietas, amigas de saquear las tierras de sus vecinos. El idioma de los volscos y el latín son afines entre sí; pero esta relación es parecida a la que existe entre el alemán y el sueco; es decir, que el romano no entendía a los volscos, como nosotros tampoco entendemos apenas lo poco que nos ha llegado del idioma volsco. Al Sur de Italia encontrábase una tercera nación, los oscos, harto mayor que la de los latinos y los volscos. Habitaban aquéllos la fertílísima llanura de Campania, en torno a Capua; luego pasaron a los Abruzos, y finalmente, al Sur, a las actuales Basilicata y Calabria. Todo este amplio territorio hablaba un idioma distinto del latín y del volsco. Los oscos constituían una nación apta para la cultura, y que aprendió mucho de los griegos. En los siglos V y IV antes de Jesucristo, estaban aproximadamente en el mismo estadio de civilización que los latinos. En las montañas de la Italia central, al Este y Nordeste de Roma, existían además una multitud de pueblos pequeños, que poseían cada uno su propio idioma, o por lo menos su propio dialecto. Mencionarlos todos nos parece superfluo. Citaremos sólo a los umbríos, que han dado nombre a la actual Umbría. Todos estos pueblos e idiomas hallábanse relacionados entre sí aproximadamente como hoy día las naciones de origen germánico. Genéricamente llamábanse todos itálicos en sentido estricto (1).
Pero no eran éstos los únicos pueblos de la antigua Italia. Había dos naciones, cuya lengua asemejábase a la actual albánica, los mesapios, en la Apulia actual, y al Norte, en Venecia, los vénetos. Ambos eran pueblos activos y susceptibles de cultura. Conviene nombrar además otras dos naciones totalmente independientes y sin afinidad ninguna con las demás , al menos según lo que hasta ahora sabemos: los ligures, verdaderos salvajes, que habitaban la Liguria o sea las montañas que rodean a Génova, y los etruscos, instalados en Toscana y muy distintos de aquéllos. Los etruscos alcanzaron muy pronto el grado más alto de civilización entre todos los itálicos, y ejercieron una
1 Conviene observar, que en la antigüedad, al hablar de los pueblos que habitaban la península de los Apeninos, decíase itálicos (lengua itálica), diferenciándose este término del moderno de italianos (italiano). Esta diferencia es muy importante, ya que los italianos son un pueblo uno, resultado del desarrollo histórico, mientras que, por el contrario, la. expresión itálicos se aplica a las varías naciones pequeñas que Roma a hubo de fusionar.
señaladísima influencia en el desarrollo de Roma. Todos estos pueblos citados ocupaban ya Italia desde los tiempos más remotos a que alcanza la historia. Pero en la época histórica sumáronse a ellos pueblos inmigrantes: al Norte, los galos celtas, que se establecieron desde el año 400 en la Lombardía, la Emilia y la Romaña; y al Sur, los griegos, que, a partir del año 700, fundaron en la costa sus colonias. Finalmente, hay que añadir las grandes islas vecinas de la península. Lo mismo en Sicilia que en Cerdeña y en Córcega existían aborígenes más o menos salvajes, de cuyos idioma y costumbres poco puede decirse. Históricamente, el destino de estas islas fué determinado por los inmigrantes, especialmente por los griegos, que ocuparon la mayor parte de Sicilia, y, más tarde, por los fenicios semitas, que se establecieron primero al Oeste de esta isla, y por último en Cerdeña y Córcega. Con este caos de pueblos formaron los gobernantes y jefes militares romanos la gran potencia de Italia, una y señora del mundo.
La historia de la antigua Italia comienza con la ya citada inmigración griega. Los helenos fundaron muchas ciudades, grandes y pequeñas, en la costa de la actual Calabria. Asimismo, la actual Tarento era una colonia griega, y Kyme (Cumas), en la costa de Campania, constituía el puesto más avanzado del helenismo. Aunque los naturales del país no vieron con gusto el establecimiento de los extranjeros y su penetración en el interior, no pudieron, sin embargo, resistir mucho tiempo a la influencia de la civilización griega. Pero la importancia del helenismo en Italia trascendió, con mucho, de las comarcas en que se establecieron poblaciones realmente griegas. En Toscana, la antigua Etruria, no existía ninguna colonia griega. Pero el heleno se presentó allí en calidad de comerciante, sobre todo desde el año 700. Hasta entonces los habitantes del país habían sido pastores o campesinos medio salvajes. Pero en cuanto conocieron el modo de vivir de los griegos, realizóse en los etruscos un cambio pasmoso. Aprendieron, en primer lugar, a edificar ciudades, y así, junto a las antiguas aldeas, fueron surgiendo en las alturas de Toscana establecimientos urbanos, con su cinturón de poderosas murallas, en parte todavía existentes. Los habitantes de las ciudades se dedicaban al comercio o a la navegación, o ejercían oficíos, como los griegos. Adoptaron también la escritura de los extranjeros. Estos progresos, en el terreno económico y espiritual, hubieron, naturalmente, de repercutir hondamente en lo político. Desde los tiempos más remotos, los etruscos dividíanse en varias subtribus, regidas cada una por un príncipe. Poco a poco cada subtribu se edificó su capital fortificada, y todos estos cantones de los etruscos —en número de doce— se fusionaron en una liga contra los enemigos del exterior. Pero aunque las ciudades de Toscana alcanzaron, durante los siglos VII y VI, un rapidísimo florecimiento, la masa principal de la población siguió viviendo en el campo. Al principio cada campesino valía tanto como los demás. Pero el aumento de bienestar acarreó la divisió n en clases: de un lado la de los grandes terratenientes, y del otro la de los arrendatarios y jornaleros dependientes de aquéllos. Y como suele suceder en tales circunstancias, la dominación política pasó a manos de los terratenientes. Entre los etruscos formóse, pues, una orgullosa nobleza de caballeros, que muy pronto fué la única en ejercer el oficio de las armas. En cambio, la masa de los humildes, de los que dependían de otros, no iba a la guerra. Hacia el año 6oo el predominio de la nobleza ocasionó una mutación en la forma tradicional del Estado. Los caballeros no quisieron ya verse sometidos durante toda su vida a un príncipe o a un rey. En la mayor parte de los cantones derrumbaron, pues, la monarquía y la sustituyeron por la república, según el modelo ofrecido por los griegos. De los griegos aprendieron también el uso de limitar el cargo de presidente a un año de duración. Cada cantón etrusco estaba, por lo tanto, gobernado por uno de estos presidentes, renovados de año en año, dictadores, que salían siempre, naturalmente, de la nobleza.
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