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Dion Casio - Historia romana Libros XLVI-XLIX

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Dion Casio Historia romana Libros XLVI-XLIX
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LIBRO XLVI
SINOPSIS

En el libro cuadragésimo sexto de la Historia romana de Dion se incluye lo siguiente:

1. Cómo Caleno replicó a Cicerón en defensa de Antonio (§ 1-28).

2. Cómo Antonio fue derrotado por César (Octavio) y los cónsules cerca de Módena (§ 29-38).

3. Cómo César (Octavio) llegó a Roma y fue nombrado cónsul (§ 39-49).

4. Cómo César (Octavio), Antonio y Lépido se conjuraron (§ 50-56).

La duración del tiempo ocupa un año solo, durante el cual los magistrados que están registrados como cónsules fueron estos:

[711 / 43 a. C.] G. Vibio Pansa Cetroniano, hijo de G., y Aulo Hircio, hijo de Aulo (§ 1-56).

Después de decir tales cosas Cicerón, Quinto Fufio Caleno se levantó y dijo:

«En otras circunstancias no estaría obligado a hablar ni para defender a Antonio ni para acusar a Cicerón. Pues en este tipo de exámenes sobre la situación política, como es el debate de hoy, creo que no se debería hacer ninguna de esas dos cosas, sino simplemente manifestar lo que uno piensa, pues lo primero atañe a los tribunales y esto último, a la asamblea. Pero puesto que ese, en la idea de que todos vosotros llamaréis amigo o enemigo a quien él ordene.

»¡Por todo esto, tened cuidado con este hombre! Es un encantador y un mago, y con los males ajenos se enriquece y crece —denuncia, arrastra y despedaza, como hacen los perros, a los que ninguna injusticia han cometido—; pero en situaciones de concordia general se queda sin recursos y se consume. Pues ni la amistad ni el afecto, como el que mantenemos unos con otros, puede alimentar a semejante orador. ¿Cómo, si no, creéis que se ha enriquecido o cómo creéis que se ha hecho grande? Pues su padre el batanero, el que siempre traficaba con las uvas y los olivos, no le dejó ni linaje ni riqueza: era un hombre que bien se daba por contento con sobrevivir con sus trapicheos y sus lavaderos, y cada día y cada noche se enfangaba en lo más nauseabundo. No es sorprenderte que este, que mamó de semejante ambiente, pisotee y hunda, como pieles en un batán, a los que son mejores que él recurriendo a esa clase de injurias que se aprenden en tiendas y mentideros.

»¿Y tú, aun siendo tal, habiendo crecido desnudo entre desnudos y recolectado cagarrutas de cabra, estiércol de cerdo y excrementos humanos, osaste, oh infame, censurar primero la juventud de Antonio, un hombre que se ha educado entre pedagogos y maestros en consonancia con la dignidad de su linaje, y acusarlo después porque, celebrando las fiestas ancestrales de las Lupercales? ¿No celebrar la fiesta, no desfilar en la procesión, no hacer los sacrificios ancestrales, no desnudarse, no ungirse? “Pero no le censuro eso —dice—, sino que estuviese desnudo en el foro y que pronunciara tal discurso.” ¡Con qué exactitud ha aprendido en el batán todo lo que es conveniente o no para darse cuenta de un verdadero error y poder censurarlo justamente!

»Más tarde yo diré todo lo conveniente en defensa de aquel comportamiento, pero ahora quiero hacerle a ese una pregunta. ¿Tú no te has alimentado, por cierto, con los males ajenos y te has educado con las desgracias de los que están cerca de ti, y por eso no sabes ninguna enseñanza noble, pero has creado una especie de despacho y ahí siempre esperas clientes, como esperan las prostitutas a alguien que les dé algo, y con tus muchos delatores de los asuntos públicos urdes a tu antojo quién ha injuriado a quién, o parece haber injuriado; quién odia a quién o quién conspira contra quién? Y en ellos te sustentas y por ellos te alimentas, vendiéndoles esperanzas de una suerte mejor y amañando las sentencias de los jueces; y consideras amigo solo a quien te da siempre algo más y enemigos a todos los que no colaboran contigo o recurren a otro abogado, pues finges no conocer siquiera a los que ya están en tus manos —los consideras una molestia—, pero a los que de primeras se acercan a ti los recibes con muchas zalamerías y risas, como las mesoneras.

»¡Cuánto mejor sería que tú fueras Bambalión.

»Eso no lo permitiré. Y, por Júpiter, no hemos aprendido nada digno de esa cantidad; pero ¿quién no se queda admirado con tu saber? ¿Que cuál es ese saber? Envidias siempre al que es mejor que tú, hechizas siempre a quien se te acerca, calumnias al que es más admirado que tú, denuncias al poderoso y odias a todos los buenos por igual, mientras finges amar solo a aquellos que crees que te servirán para cometer algún delito. Por eso azuzas a los jóvenes contra los ancianos; y a los que confían en ti, aunque sea mínimamente, los conduces a posiciones peligrosas y los abandonas.

La prueba: nunca, ni en la guerra ni en la paz, has realizado una acción digna de un hombre insigne. ¿Qué guerras ganamos siendo tú pretor y cuántas maldades mientras fue cónsul, cuando entonces te era posible recibir de inmediato la justa satisfacción por cada uno de los delitos? Así tú te habrías mostrado como un verdadero patriota y nosotros habríamos aplicado para dichas injusticias un castigo ineludible y sin correr riesgos. Porque es forzoso una de estas dos cosas: o bien tú, a pesar de estar convencido entonces de que las cosas eran así, te has desentendido de entablar pleitos para defendemos o bien, no pudiendo probar nada, denuncias ahora en vano.

»Que esto es así, senadores, os lo demostraré haciendo un examen punto por punto. “Durante su tribunado, Antonio hablaba en defensa de César”, dice. Pues también Cicerón y algunos otros lo hacían en defensa de Pompeyo: ¿por qué, entonces, le censura que eligiese la amistad de César, pero es indulgente consigo mismo y con los demás que eligieron el bando contrario? “En algunas ocasiones, Antonio impidió que entonces se votara contra César.” Pero también ese impedía todo, por así decir, cuanto se promulgaba en defensa de César. “Antonio era un obstáculo —dice— frente a la voluntad unánime del Senado.” En primer lugar, ¿cómo un solo hombre pudo tener tanta fuerza? Y después, si es verdad que fue condenado por este motivo, según él afirma, ¿cómo es que no fue castigado? “Porque huyó —dice—, huyó a refugiarse con César escapando de la ciudad.” Pues bien, también tú, Cicerón, has obrado igual: esta vez no fue un simple cambio de domicilio, sino que huiste, igual que hiciste antes.

¿Y aun siendo los hechos así te atreves a decir que empujó a César contra la patria, promovió una guerra civil y fue el principal causante de los males que a consecuencia de ella cayeron sobre nosotros? No fue él, sino tú, el que diste a Pompeyo legiones que no le correspondían y el mando, mientras intentabas privar a César de las que se le habían concedido; tú, el que aconsejaste a Pompeyo y a los cónsules no acceder a ninguna de las propuestas de César y abandonar la ciudad y toda Italia; tú, el que ni siquiera viste a César entrar en Roma, pues habías huido a Macedonia para estar junto a Pompeyo. Pero tampoco cooperaste en nada con este, sino que, observando con indiferencia los acontecimientos, lo abandonaste más tarde, cuando la suerte se volvió contra él. Así, ni le ayudaste al principio, cuando supuestamente estaba obrando de la forma más justa, ni tampoco después, cuando promovió la sedición y perturbó el orden social, sino que entonces espiabas a ambos desde una posición segura. Pero, en cuanto Pompeyo fracasó, te apartaste de él inmediatamente, como si hubiera cometido algo injusto, y te pusiste del lado del vencedor, como si fuera más justo. Y así, además de otros muchos defectos, también eres un desagradecido, hasta el punto de no reconocerle que fuiste salvado por él, sino que te indignas incluso por no haber sido nombrado maestro de la caballería.

»¿Y aun sabiendo tú que eso es así te atreves a decir que Antonio no debía ser jefe de la caballería por un año entero? Entonces tampoco César debería haber sido dictador por un año entero. Pero acertada u obligadamente sucedió así, y ambas cosas fueron votadas por igual y nos parecieron bien a nosotros y al pueblo. A ellos pues, Cicerón, repróchaselo, si votaron algo ilegal; pero no, por Júpiter, a quienes fueron honrados por ellos, pues simplemente se mostraron dignos de recibir tan gran honor. Porque si nosotros, desbordados por los acontecimientos de entonces, nos vimos obligados a hacer esas mismas cosas, incluso en contra de lo conveniente, ¿por qué ahora culpas a Antonio de eso, pero no dijiste nada contra él entonces, aunque podías? ¡Porque tenías miedo, por Júpiter! ¿Y tú, que callaste entonces, pretendes comprensión para tu cobardía, pero ese, porque fue honrado por encima de ti, deberá recibir un castigo por su virtud? ¿Dónde has aprendido esa idea de justicia o dónde has leído esas leyes?

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