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Dion Casio - Historia romana Libros L-LX

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Dion Casio Historia romana Libros L-LX
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LIBRO L

Estos son los acontecimientos que figuran en el libro cincuenta de la Historia romana de Dion:

1. De cómo César y Antonio comenzaron a hacerse la guerra.

2. De cómo César venció a Antonio en Accio.

La duración es de dos años en los que fueron cónsules las personas que a continuación se enumeran:

Año 32 a. C.: Gneo Domicio Ahenobarbo, hijo de Lucio, nieto de Gneo, y Cayo Sosio, hijo de Cayo, nieto de Tito.

Año 31 a. C.: César, cónsul por tercera vez, y Marco Valerio Mesala Corvino, hijo de Marco.

El pueblo romano fue privado de su democracia.

Estos eran los reproches que se hacían así como, de alguna manera también, los argumentos que utilizaban para justificarse, tanto en el intercambio privado de cartas como cuando César hablaba en público y Antonio escribía mensajes abiertos. Así fue como sucedió.

Domicio, dado que ya había sufrido múltiples desgracias, preparó la revolución con discreción. En cambio Sosio, que todavía no había sufrido revés alguno, pronunció grandes elogios de Antonio ya en el primer día del año y lanzó graves acusaciones contra César. Cuando César se enteró, dijo que por su propia voluntad los había dejado marchar para que no pareciera que los cónsules lo habían abandonado por cometer alguna injusticia, y permitió a todos los que quisieran que marcharan al encuentro de Antonio con garantías.

La gravedad de aquella acción fue compensada por aquellos que, por su parte, huyeron de Antonio y se pasaron a César. Entre estos figuran Ticio.

César los acogió con enorme alegría y de sus bocas llegó a conocer todos los demás planes de Antonio, tanto aquellos que ya había emprendido como aquellos que tenía en mente, así como las disposiciones contenidas en su testamento y quién lo custodiaba, pues en verdad ellos mismos eran quienes lo habían sellado.

Indignados por todas estas noticias, llegaron a creer que todos los demás rumores eran ciertos, es decir, que si salía vencedor habría de regalar la ciudad a Cleopatra y habría de trasladar la sede del imperio a Egipto. Esta ceremonia formalmente iba dirigida contra Cleopatra pero en verdad iba encaminada contra Antonio.

Pues ella lo había esclavizado de tal modo que lo había convencido para que desempeñara el cargo de «gimnasiarca» en Alejandría.

Por todas estas razones declararon la guerra a Cleopatra aunque, naturalmente, no hicieron lo mismo con Antonio. Bien sabían que, en cualquier caso, él se dejaría arrastrar a la guerra porque, ciertamente, nunca apoyaría la causa de Cesar y traicionaría a Cleopatra. Querían tener también la posibilidad de reprocharle que, por propia voluntad, hubiese escogido hacer la guerra contra su patria por defender a la egipcia sin que él, personalmente, hubiese recibido un trato infamante en su patria. Con diligencia se reclutó a la juventud por ambos bandos y se recaudaron fondos de todas partes. Se acopiaron con rapidez todos los pertrechos para la guerra. El conjunto de los preparativos fue el mayor que nunca antes se hizo. ¡Tantas naciones lucharon en esta guerra, en uno u otro bando!.

Estas eran las fuerzas rivales. Antonio, por su parte, juró ante sus soldados que lucharía de manera implacable. Prometió también que depondría el mando a los dos meses de su victoria y que restituiría la soberanía absoluta al Senado y al pueblo y esperaba debilitar las de sus adversarios por medio de la corrupción. Enviando dinero a todas partes, y especialmente a Roma y a todo el resto de Italia, causaba inquietud e intentaba usurpar fidelidades individualmente. Precisamente por esto César actuó con la mayor de las precauciones y repartió dinero entre sus soldados.

Tales eran el ambiente de excitación y los preparativos en cada uno de los bandos. Muchos y variados rumores circulaban entre la gente; muchos y claros signos enviaron los dioses. Muchos otros edificios fueron destruidos por el fuego y, además, del Etna brotó mucha lava y ciudades y campos quedaron dañados. Los romanos, al ver y saber todo esto, recordaron la historia de aquella serpiente, que también tuvo un valor premonitorio de todo lo que entonces sucedía. En Etruria, poco antes de todo aquello, apareció de improviso una serpiente bicéfala, tan grande que pudo haber alcanzado los ochenta y cinco pies. Después de haber causado mucho daño fue fulminada por un rayo. Estos prodigios se referían a todos los romanos, pues igualmente romanas eran las tropas que iban a luchar en la primera línea de cada uno de los bandos y muchos, de ambos lados, estaban destinados a morir en aquella guerra, y finalmente todos los supervivientes estarían a merced del vencedor. Los niños de Roma predijeron a Antonio su derrota. Sin que nadie se lo hubiese ordenado, se organizaron en dos bandos y se hicieron llamar los Antonianos y los Cesarianos. Lucharon entre ellos durante dos días y resultaron derrotados los que llevaban el nombre de Antonio. Su muerte se la profetizó una de sus estatuas que estaba levantada en el monte Albano, junto a la de Zeus: aunque era de piedra, de ella manó mucha sangre.

Los espíritus de todos estaban en suspenso ante aquellos prodigios pero en aquel año nada más ocurrió. César estaba ocupado organizando los asuntos de Italia, especialmente después de haber sido informado del dinero que llegaba de manos de Antonio, y no pudo salirle al encuentro antes del invierno. Antonio, en cambio, se puso en marcha con la intención de hacerles la guerra en Italia por sorpresa.

César y Antonio eran los cónsules que habían sido designados para el año que empezaba. Así se estableció desde que, de una sola vez, se repartieron las magistraturas para los siguientes ocho años, y aquel nuevo año era el octavo. A raíz de aquella disposición provocaron numerosos disturbios, crímenes e incendios y no se restableció el orden hasta que fueron dominados por las armas. A consecuencia de aquello, también los hombres libres que tenían un predio en Italia, asustados, se mantuvieron en calma. También se les había ordenado que entregaran un cuarto de sus ingresos anuales y, aunque estuvieron a punto de sublevarse por ese motivo, no se atrevieron a rebelarse y pagaron, sin resistencia aunque de mala gana. Y así, por esas razones, se creyó que el fuego había sido provocado por los libertos premeditadamente. No obstante, y en razón del gran número de edificios que habían ardido, aquel suceso se consideró) entre los más destacados presagios.

Aunque se produjeron tales presagios, ni se asustaron ni disminuyeron sus preparativos para la guerra. Ambos pasaron el invierno espiándose y hostigándose mutuamente. César se hizo a la mar desde Brindisi y navegó hasta Corcira con la intención de atacar por sorpresa las naves fondeadas delante de Accio pero, como se encontró con una tempestad y sufrió algunas pérdidas, regresó a su base. Cuando llegó la primavera Antonio decidió no moverse hacia ningún sitio. Sus remeros, que eran una mezcla de todas las naciones y habían pasado el invierno lejos de su comandante, no habían hecho ningún ejercicio y además habían sido diezmados por la enfermedad y las deserciones. Por su parte, Agripa había tomado Metone en un golpe de mano, durante el que había matado a Bogud. Acechaba también los fondeaderos de las naves de carga de Antonio y realizaba continuas incursiones, cada vez contra un lugar diferente de Grecia. Todo esto tenía muy preocupado a Antonio. César, en cambio, cobró ánimo con todas aquellas acciones y quiso utilizar inmediatamente el ardor de su ejército, que estaba bien entrenado, y llevar la guerra a Grecia, cerca de las bases de Antonio, mejor que luchar en Italia y en las cercanías de Roma. Reunió en Brindisi todas las unidades que podían ser de alguna utilidad, así como a todos los hombres de cierta influencia, tanto senadores como caballeros, a los primeros, para que cooperaran con él y a los segundos, para que, al encontrarse solos, no provocaran una revolución. Pero quería, sobre todo, demostrar a todo el mundo que la mayor y mejor parte del pueblo romano estaba con él. Ordenó a todos menos a los soldados que tomaran consigo un número determinado de domésticos y que llevaran su propia comida. Y desde allí atravesó el mar Jónico con toda la escuadra reunida.

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