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Perez Reverte Arturo - Patente De Corso 2011

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Perez Reverte Arturo Patente De Corso 2011

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Articulos de Reverte desde 03-04-11 hasta 31-12-11 recogidos por mi y para poner en disposicio del que le interese.

Título original: Articulos 2011

Arturo Pérez-Reverte, 2011

Retoque de portada: Ellie

Editor digital: Ellie

Se lo dedico a todo el mundo y alrededores Vale Tres hombres peligrosos Tengo - photo 2

Se lo dedico a todo el mundo

y alrededores. Vale

Tres hombres peligrosos

Tengo en casa una foto grande, recortada de un viejo libro de fotografía cuyo título no recuerdo. También olvidé el nombre del autor, si llegué a saberlo. La imagen pertenece a una serie sobre los movimientos revolucionarios en los años 20 del siglo pasado, y en ella aparecen tres hombres relativamente jóvenes, aunque el aspecto y la época los hagan parecer mayores. Dos llevan barbas poco espesas, todos usan gafas redondas con montura de acero, y visten con modestas y raídas ropas burguesas. No sé dónde se hizo la foto, ni la nacionalidad de los tres individuos, aunque recuerdo que el texto los identificaba como socialistas, o bolcheviques. Puede tratarse de una escena tomada en el patio de una cárcel, o tal vez un recuerdo de camaradas. Hay en sus protagonistas algo clandestino. Están sentados muy juntos, fraternalmente agrupados ante la cámara del fotógrafo, que el del centro observa con una singular expresión de recelo y desafío: una mirada sombría, fanática. Es evidente que se trata de individuos convencidos de algo. Una causa común, una idea. Sin la menor duda son hombres peligrosos.

Seguramente los mataron pronto. Si algo aprendí dando tumbos por el mundo, mochila al hombro, es a identificar a los que no sobreviven, o al menos llevan en el bolsillo las papeletas de la rifa. Esos tres las llevaban todas. Es probable que a poco de hacerse, o hacerles, aquella foto, alguien les diera matarile: quienes los fotografiaron en el patio de la cárcel, si es que estaban en una, o la policía de alguno de los países de Europa Central por los que se movían secretamente entre fronteras, trenes y falsos pasaportes. Fueron liquidados, tal vez, en una pensión de mala muerte, en un sucio callejón, en una comisaría tras pasar un rato incómodo diciendo sí y no en la sala de interrogatorios. Quizá se arrojaron por una ventana, o los arrojaron. Solía ocurrir. Gaseados por Hitler, fusilados por Stalin. Puede que alguno se pegara un tiro para no caer vivo en manos de alguien, aunque también el tiro pudieron pegárselo sus propios camaradas. Porque ésa es otra. Sus caras son de manual: duros, convencidos, en la edad justa. Aventureros de la utopía. Ni muy jóvenes, ni pasados de vueltas. Aún no veo rastro de fatiga. Por ello son peligrosos, como dije antes. De los imprescindibles en vísperas de una revolución, y que luego estorban. Aquellos que, tras hacer posible la toma del palacio de Invierno, acabaron picando piedra en Siberia, o en el sótano de la Lubianka con un tiro en la nuca. Aunque lo mismo, todo puede ser, fue uno de ellos quien despachó a los otros dos: el que antes despertó de la quimera. Tal vez se denunciaron y mataron entre sí al cabo del tiempo, cuando rozaban el poder y cuajaba el sueño. Autocrítica pública antes del paredón. Quién sabe. Son las vueltas y revueltas de su tiempo. De la vida.

Los veo mirarme con sus ojos jacobinos y miopes, encogidos uno junto a otro como si tuvieran frío, y pienso en lo que hicieron. Sobre todo, en lo que estuvieron a punto de hacer. Calculo el incendio magnífico que quisieron provocar. La hoguera terrible, necesaria y fallida con las astillas de tronos y confesonarios. Considero el sueño tenaz al que dedicaron sus vidas, el modo de perseguirlo, de inmolarse en él. Imagino la inteligencia, el coraje, el rencor, la desesperación con que esos tres hombres, y cuanto simbolizan, pusieron el viejo mundo patas arriba, abriendo las puertas a otro. Y pienso también cómo lo mejor del sueño se pudrió en contacto con la puerca condición humana, y cómo la aventura de la esperanza acabó en bufonadas grotescas, traiciones infames y estériles carnicerías sangrientas; en la mentira y el cinismo de gánsters convertidos en dictadores sin escrúpulos, en la estupidez suicida de las masas incultas, en el callejón sin salida donde los canallas oportunistas y demagogos, todavía un siglo después, en nuestras barbas, siguen destruyendo lo más noble, osado y libre que late en el ser humano.

Quizá por eso, mirar la foto me produce una extraña ternura. Al poseer una información de la que sus protagonistas carecen, yo sé cuál es su destino. Puedo leer el futuro que ya fue, pintado en esos rostros hoscos hasta la inocencia, en las miradas fanáticas y peligrosas. En esa voluntad ingenua que tanto me conmueve adivinar, y que me reconcilia con muchas cosas de las que blasfemo a diario. Objetivamente, acaben como acaben, sé que esas tres pobres vidas anónimas no valdrán para nada. Su fotografía es el documento de un fracaso: la derrota irreparable del ser humano justo, valiente y libre. Pero sé también que, sin esa foto y cuanto simboliza, la fe en lo grande y temible que encierra el corazón del hombre no existiría. Ése es mi orgullo melancólico. Nuestro consuelo.

No cabe un tonto mas

Me van ustedes a disculpar -o no-, pero la culpa no la tiene el niño, ni sus padres. Alguien debería romper una lanza por esa familia; así que aquí me tienen, rompiéndola. En el asunto del profesor del instituto de La Línea que mentó el jamón en clase, ofendiendo la sensibilidad islámica de un alumno musulmán de trece años, los culpables son otros. Después de todo, el padre que puso una denuncia en comisaría, tras calificar de maltrato escolar el hecho de que se pronunciasen las impuras palabras jamón y cerdo en clase, no hacía otra cosa que demostrar que sabe muy bien dónde está. Que nos ha tomado el pulso. Los hipócritas somos nosotros, ciudadanos socialmente correctos y de limpia conciencia, que después de llenarnos la boca tragándolo todo hasta el fondo porque no vayan a decir que somos intransigentes, xenófobos y fachas, y por el resto del qué dirán, de pronto nos ponemos estrechos y tiquismiquis diciendo que no, oiga. Por Dios. Ahora, la puntita nada más.

Esto es España, oigan. Donde, como dice mi compadre Carlos Herrera, no cabe un tonto más, pues nos caeríamos al agua. Cuando la familia del niño musulmán ofendido por el jamón dirigió sus pasos a la comisaría más próxima, de ingenua tenía lo justo. La movía la certeza absoluta de que, por descabellada que fuese su denuncia, tenía ciertas posibilidades de prosperar. Y no puedo menos que darle la razón. Conociendo el patio.

El maestro, en primer lugar. Menos mal que anduvo prudente y achantó la mojarra. Con la hiperprotección que en España dispensamos a los pequeños cabroncetes, que un niño se levante en clase y le quite la palabra al profesor que está hablando de Geografía y de climas adecuados para la cura del cochino, a fin de exigirle que no ofenda su sensibilidad religiosa, nos parece a muchos lo más natural del mundo. O semos tolerantes, o no lo semos. Respeto a la multiculturalidad, se llama eso. Y si al maestro se le ocurre levantar la voz para decirle al zagal que cierre el pico, o agarrarlo por el pescuezo si se pone flamenco y sacarlo al pasillo, calculen el desparrame. Docente fascista, violencia escolar, xenofobia en las aulas, tertulias de radio y televisión, Internet a tope. Se le cae el pelo, al profe. Niño y encima musulmán, casi nada. Si además llega a ser niña y con pañuelo en la cabeza, abre telediarios.

En cuanto a la policía, imaginen que son el cabo Ramírez, o como se llame, que está echándose un cigarrito en la puerta, y en ésas llega el padre de la criatura y dice que a su hijo le han mentado el jalufo en clase, y que es intolerable. Entonces usted, Ramírez, considera dos opciones. La primera que se le ocurre es mandar al padre y al hijo a tomar por saco; pero, lo mismo que el maestro, sabe perfectamente en qué país imbécil se juega los cuartos. También sabe que, si no se pone a disposición de cualquier fanático oportunista, tramitando tal clase de denuncias, puede ponerse a remojo: xenofobia policial, abuso de autoridad, prevaricación, nocturnidad -son las siete de la tarde- y alevosía. Titulares de prensa, y María Antonia Iglesias, descompuesta de belfo, llamándolo fascista y mala persona en la telemierda. Así que opta por la segunda opción, y tramita. Cayéndosele la cara de vergüenza, pero resignado con su puto oficio y su puta España, va al día siguiente a tomarle declaración al maestro. Y que salga el sol por Antequera.

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