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SINOPSIS
Usted está aquí es una deslumbrante exploración del universo y de nuestra relación con él, vista a través de las lentes del pensamiento científico actual más vanguardista. Christopher Potter analiza brillantemente el significado de lo que denominamos «el universo». Cuenta el relato de cómo algo evolucionó de la nada y cómo algo se convirtió en todo. ¿Cómo es una descripción del todo y la nada? ¿Qué hace la ciencia cuando describe una realidad que está compuesta de algo? En medio de la nada y el todo es donde vivimos.
Aquí, por primera vez en un único espacio, está la vida del universo, de los quarks a los supercúmulos de galaxias y del Limo al Homo sapiens. El universo fue una vez un momento de simetría perfecta y tiene ahora 13.700 millones de años de historia. Las nubes de gas se entretejieron para formar toda la complejidad que encontramos en el universo actual: las jerarquías de estrellas o el cerebro de los mamíferos. Potter escribe de forma amena sobre la historia y la filosofía de la ciencia, y muestra que la ciencia avanza retirando una y otra vez a la humanidad de una posición de primacía en el universo, pero el universo responde volviéndonos a colocar ahí.
Con sabiduría y admiración, Potter atraviesa el cosmos desde su concepción hasta su posible final, explorando todo lo que hay entremedias.
USTED ESTÁ AQUÍ
Una historia del universo
Christopher Potter
Traducción castellana de
Carmen Martínez Gimeno
Para mi madre
¿Me aventuro yo acaso a perturbar el universo?
T. S. E LIOT ,
«Canción de amor de J. Alfred Prufrock»
1
Orientación
El silencio eterno de esos espacios infinitos me aterra.
B LAISE P ASCAL
«Usted está aquí», indica en el mapa del parque, de la estación de tren y del centro comercial una flecha, por lo general roja, que señala una tranquilizadora ubicación determinada. Pero ¿dónde es aquí exactamente? Los niños lo saben o creen saberlo. En la guarda de uno de mis primeros libros escribí, como todos hemos hecho a nuestro modo, mi dirección cósmica completa: Christopher Potter, 225 Rushgreen Road, Lymn, Cheshire, Inglaterra, Reino Unido, Mundo, Sistema Solar, Galaxia, y mi caligrafía infantil se iba agrandando a la par, como si supiera que cada parte de esta «dirección postal» era mayor y más importante que la precedente, hasta que, con una floritura final, se alcanzaba esa cima de los destinos: el universo mismo, el lugar donde se ubica todo lo que existe.
De niños nos damos cuenta pronto de que el universo es un lugar extraño. Yo solía quedarme despierto por la noche tratando de imaginar qué había más allá del borde del universo. Si el universo contiene todo lo que existe, ¿dónde está contenido él? Según los científicos, ahora sabemos que el universo visible es una región de radiación que evolucionó y no está contenida en nada. Pero dicha descripción suscita demasiadas preguntas que resultan aún más inquietantes que la inicial, aquella a la que esperábamos haber respondido, por lo cual nos apresuramos a guardar de nuevo el universo en su caja y pasamos a ocuparnos de otros asuntos.
No nos gusta pensar en el universo porque nos da miedo la inmensidad del todo. El universo nos reduce a la mayor insignificancia, dificultando que apartemos la idea de que el tamaño importa. Después de todo, ¿quién puede negar el universo cuando hay tanto? «Las aspiraciones espirituales amenazan con ser engullidas por esta mole absurda en una suerte de pesadilla del sinsentido —escribió el erudito angloalemán Edward Conze (1904-1979)—. La enorme cantidad de materia que percibimos a nuestro alrededor, comparada con el titileo diminuto y tembloroso del discernimiento espiritual que apreciamos en nuestro interior, parece favorecer sin ambages una visión materialista de la vida». Sabemos que vamos a perder si entramos en liza con el universo.
Igual de aterradora es la idea de la nada absoluta. Hace algún tiempo ninguno de nosotros éramos nada y luego fuimos algo. No es de extrañar que los niños tengan pesadillas. El algo de nuestra existencia debe convertir en imposibilidad la nada que precedió a la vida, puesto que también sabemos, como observa el rey Lear, que «nada puede provenir de la nada». Y, sin embargo, todos los días, en la aniquilación y resurrección milagrosa del ego que constituye irse a dormir y despertarse, se nos recuerda esa misma nada de la que cada uno de nosotros emerge.
Si hay algo —como así parece—, ¿de dónde proviene? Tales pensamientos coinciden con los indicios que tenemos de nuestra propia mortalidad. La muerte y la nada van de la mano: terrores gemelos que se añaden a nuestro terror al infinito; terrores a cuya supresión dedicamos el resto de nuestra vida en la forma de nuestros yoes adultos.
Los seres humanos nos encontramos ante una disyuntiva. Por una parte, sabemos que hay algo porque cada cual está seguro de su propia existencia; pero también sabemos que no hay nada porque tememos que ese es precisamente el lugar del que procedemos y al cual nos encaminamos. Sabemos intelectualmente que la nada de la muerte es ineludible, pero no lo creemos de verdad. «Todos somos inmortales —nos recuerda el novelista estadounidense John Updike— durante el tiempo en que vivimos».
Los niños pronto plantean «¿Qué pasa cuando me muero?», pero es una pregunta que de adultos también esquivamos. Ni siquiera «una chica materialista en un mundo materialista» a descripciones de deterioro físico y, sin embargo, hasta una respuesta materialista a dicha pregunta —y en realidad a todas las preguntas— acabará en el mismo lugar. ¿Cuál es el material del que está hecho el mundo y de dónde proviene? Pensar sobre el universo es plantearse de nuevo las preguntas infantiles que ya no nos hacemos. ¿Qué es el todo? ¿Y qué es la nada?
Al parecer, todos los niños empiezan como científicos en ciernes, sin miedo a seguir una vía de indagación hasta el agotamiento, aun cuando ese agotamiento sea el de sus padres. La curiosidad impulsa a los niños a preguntar ¿por qué? ¿Y por qué? ¿Y por qué?, esperando llegar a algún destino final, como el universo al término de nuestra «dirección postal» cósmica, una respuesta final más allá de la cual no hay más porqués.
«¿Por qué hay algo en lugar de nada?», planteó el filósofo alemán Gottfried Leibniz (1646-1716), una cuestión que en definitiva debe ser capaz de abordar toda descripción del universo. La ciencia intenta responder a preguntas de «por qué» con respuestas de «cómo», invocando la dinámica de los componentes del mundo. Pero las respuestas de «cómo» también convergen en la misma pregunta suprema: en lugar de preguntar «por qué hay algo en lugar de nada», los científicos preguntan «cómo algo provino de la nada». Para explicar el todo del universo, también debemos explicar la nada de la que parece haber surgido. ¿Pero qué apariencia tendría el material del que está hecho el mundo cuando es nada y qué posibles acciones podrían haber transformado la nada en algo y ese algo en el todo que llamamos universo?
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