1. Cómo el gran general Belisario fue engañado por su esposa
El padre de la esposa de Belisario, una mujer a la que ya he mencionado en libros anteriores, fue un auriga igual que su abuelo, y trabajaba entre Constantinopla y Tesalónica, mientras que la madre era una de las criadas del teatro. Desde el principio llevó una vida sin freno. Familiarizada con las drogas mágicas que ya habían usado sus padres, aprendió pronto como usar sus muchos atractivos y se convirtió en la esposa legítima de Belisario, después de haber tenido ya muchos hijos.
Desde el principio fue una esposa infiel, pero tuvo buen cuidado de ocultar sus infidelidades con las precauciones habituales; no tanto por temor a su esposo (pues nunca sintió vergüenza por ello, y lo engañó fácilmente con sus trucos), sino por temor al castigo de la Emperatriz. Pues Teodora la odiaba, y ya antes le había mostrado sus dientes. Pero cuando la Reina se vio en dificultades, se ganó su amistad ayudándola, primero para destruir a Silverio, tal como contaré más adelante, y después para buscar la ruina de Juan de Capadocia, tal como ya he contado en otro lugar. Una vez hecho esto, perdió todo miedo, dejó de ocultarse y se abandonó a los vientos del deseo.
Había un joven de Tracia en la casa de Belisario, por nombre Teodosio, descendiente de herejes eunomianos. En la víspera de su expedición a Libia, Belisario bautizó a este chico con el agua bendita, recibiéndolo en sus brazos como un miembro de la familia y dándole la bienvenida como a un hijo según el rito cristiano de la adopción. Antonina abrazó con cariño a Teodosio, le cuidó y se preocupó por su bienestar, aunque pronto, mientras su marido estaba ausente en campaña, se enamoró de él con locura, y fuera de sí por esta enfermedad, se olvidó de todo el miedo y la vergüenza divina y humana. Al principio comenzó a verle con disimulo, pero pronto terminó retozando con él en presencia de los criados y de las sirvientas. Porque estaba poseída por la pasión, loca de amor, y no veía obstáculos para su consumación.
En una ocasión, en Cartago, Belisario la sorprendió en medio del acto, pero se dejó engañar por su esposa. Habiendo encontrado a los dos en una habitación subterránea, entró en cólera; pero ella le dijo, sin mostrar miedo ni intentar ocultar nada, «he venido con este chico a enterrar la parte más valiosa de nuestro botín, donde el Emperador no lo descubrirá». Así dijo a modo de excusa, y dio el asunto por cerrado como si él la creyera, aún viendo que el cinturón de Teodosio estaba suelto. Pues estaba tan preso del amor de la mujer, que prefirió no creer la evidencia que estaba ante sus propios ojos.
A medida que su locura avanzaba hasta niveles indescriptibles, todos los que lo veían guardaban silencio, excepto una esclava de nombre Macedonia. Cuando Belisario estaba en Siracusa como conquistador de Sicilia, ella le hizo jurar solemnemente que nunca la delataría a su señora, tras lo cual le contó toda la historia presentando como testigos a dos jóvenes que servían en la alcoba.
Enterado de todo Belisario, ordenó a sus guardias que se deshicieran de Teodosio, pero éste se enteró a tiempo de huir a Éfeso. Porque la mayoría de los sirvientes, inspirados por la debilidad de carácter del marido, estaban más ansiosos de agradar a su mujer que a mostrarle fidelidad a él, así que traicionaron la orden que les dio. Pero Constantino, al ver el dolor de Belisario por lo que había ocurrido, simpatizó enteramente con él aunque le dijo «yo habría intentado matar a la mujer en lugar de al joven». Antonina lo oyó, alimentando su odio en secreto. Más adelante se verá la magnitud de su malicia, pues ella era como un escorpión que sabía ocultar su aguijón.
Pero no mucho más tarde, bien por encantamiento o por sus caricias, ella persuadió a su marido de que los cargos contra ella eran falsos. Sin más dilación, él envió recado a Teodosio para que volviera, y le prometió a su esposa entregarle a la esclava Macedonia y a los dos jóvenes esclavos. Se dice que ella primero les cortó cruelmente la lengua, y después cortó sus cuerpos en pedazos que arrojó al mar en sacos. Uno de sus esclavos, Eugenio, que por entonces ya había causado la indignación de Silverio, la ayudó en su crimen.
No pasó mucho tiempo de todo esto hasta que Belisario fue convencido por su mujer para matar a Constantino. Lo que pasó en ese momento con Presidio y las dagas lo he narrado en mis libros anteriores. Porque mientras Belisario habría preferido dejar en paz a Constantino, Antonina no le dejó en paz hasta que la observación que ya he contado, fue vengada. Como resultado de este asesinato, nació el odio contra Belisario entre el Emperador y los más importantes de entre los romanos.
Así iban marchando las cosas. Teodosio afirmó que no podía regresar a Italia, donde se hospedaban por entonces Belisario y Antonina, a menos que quitaran de en medio a Focio. Pues este Focio era de los que no soportan que nadie les supera en algo, y tenía razones para ahogarse de indignación ante Teodosio. A pesar de ser hijo legítimo, fue dejado de lado mientras el otro crecía en poder y riquezas. Dicen que Teodosio había conseguido un botín en los palacios de Cartago y Rávena por valor de cien centenarios, mientras que a él sólo se le había dado la gestión de estas propiedades conquistadas.
Pero Antonina, cuando supo de los temores de Teodosio, escondiendo su odio por su hijo planeaba constantemente tramas mortales contra su bienestar, hasta que éste comprendió que tendría que huir a Constantinopla si quería vivir. Entonces Teodosio fue a Italia para estar con ella. Allí permanecieron satisfechos con su amor, sin obstáculos por parte del complaciente marido, hasta que más tarde ella decidió marchar a Constantinopla. Allí, Teodosio comenzó a preocuparse tanto de que el asunto se hiciera del conocimiento público, que no sabía qué hacer. Veía claro que era imposible engañar a todo el mundo, ya que la mujer era incapaz de ocultar su pasión y disfrutarla en secreto, pero nada pensó sobre tener una relación adúltera.
Por tanto, regresó a Éfeso, se hizo rapar la cabeza a la costumbre religiosa y se convirtió en monje. Con lo que Antonina, loca por su pérdida, exhibió públicamente su dolor poniéndose de luto, se paseó por la casa gritando y gimiendo, lamentando incluso delante de su marido haber perdido un amigo tan preciado. ¡Tan tierno, cariñoso, y enérgico! Al final, incluso su marido se unió a su dolor. Y así, la pobre infeliz lloraba amargamente llamando a su amado Teodosio. Después de esto, incluso fue hasta el Emperador y les imploró a él y a la Emperatriz hasta que éstos dieron su consentimiento para requerir a Teodosio que regresara, pues parecía tan necesario en la casa de Belisario.
Sin embargo, Teodosio se negó a abandonar el monasterio, afirmando que estaba resuelto a darse a la vida de clausura. Este noble pronunciamiento, sin embargo, no era del todo sincero, porque sabía que en cuanto Belisario abandonara Constantinopla, le sería posible ver en secreto a Antonina. Cosa que, de hecho, hizo.
2. Cómo los celos afectaron al juicio militar de Belisario
Pronto Belisario fue a la guerra contra Cosroes, llevándose a Focio con él, quedándose Antonina atrás contra lo que era su costumbre. Ella siempre había preferido viajar junto con su marido, no fuese que estando sólo olvidara sus encantos, entrara en razón y tuviera de ella la opinión que en realidad merecía. Pero en esa ocasión ella hizo planes una vez más para librarse de Focio para poder verse con Teodosio. Sobornó a algunos de los guardias de Belisario para que calumniaran e insultaran a su hijo en todo momento; mientras ella, escribiendo cartas casi a diario, le denunciaba, poniendo así todo en movimiento en contra de él. Obligado por todo esto a reaccionar contra su madre, Focio consiguió que un testigo viniera desde Constantinopla con pruebas del comercio entre Teodosio y Antonina, le llevó ante Belisario y le ordenó contar toda la historia.