Me temo que este libro va a romper muchas ilusiones. También historias arraigadas desde hace tiempo. Lo siento. No es mi intención ni la de este recopilatorio. Pero creo que, tras tantos años de licencia, llegó el momento de descifrar los secretos escondidos, esos que he venido guardando en cada una de estas 60 canciones.
Siempre defendí que el valor emocional que disteis a cada una de ellas es el que en verdad manda. El sentido y la interpretación que cada quien les dio. Eso es lo que, a pesar de lo que hoy revele, debe prevalecer y permanecer con vosotros por encima de todo. Prometédmelo. Eso es sagrado.
No vengo a aguar fiestas, vengo a dar claves.
Os propongo abordar este listado como un consultorio no todo obligatorio. Si os apetece de pronto saber más, sobre tal o tal canción, atreveos y abrid la lectura con su personal llave, la que ya tenéis. Será vuestra decisión y, por tanto, no me haré responsable de las consecuencias. Si se rompen sueños o caéis en decepción, no me echéis la culpa. Hubieseis podido perfectamente saltar la página y quedaros como estabais. Eso sí… sin conocer la verdad.
Si no queréis romperle el corazón a los sueños y fantasías de aquellas bandas sonoras de toda una vida, no deis el paso. No os sintáis cobardes, seguro que habrá otro día. Si por el contrario no le teméis a los jarros de agua fría, o si simplemente no sois gatos y morís de curiosidad, girad la página y leed.
Entrad en el maravilloso mundo de mis laberintos, y desvelad lo que nadie sabe. Pero solo si sois valientes.
LINDA 1977
Mi libertad
Libertad no me eres nueva Y recuerdo a duras penas Que eras mi mayor problema Mis comidas y mi cena. Libertad, mi sola amiga Cuando era un inocente Y creía que la gente Era toda amiga mía. Por la tarde al cine Oriente Y de noche con María…
Mi libertad… Me siento un poco un gran traidor Qué enorme lío es el amor, Mi libertad.
Libertad de una señora Que ha pasado la treintena, Del amor que uno se inventa Con la Welch a ver si cuela. Libertad de aquellas chicas Que me amaron en la escuela, De una trampa por si picas, De un catorce en la quiniela. Libertad te siento lejos Y la culpa es solo mía…
Mi libertad… No sabes cuánto me arrepiento De haberte puesto tantos cuernos, Mi libertad.
Libertad de los anuncios De jabones para actrices, De los tacos, de los dedos Con que hurgarme las narices. Libertad de un libro rosa, De los actos espontáneos, De consejos y regalos Que dan en televisión. Libertad de una mentira Que no tiene solución.
Mi libertad… Qué sabes tú si es un error Caer de lleno en el amor, Mi libertad.
Mi libertad… Desde el momento en que me fui un claro día Mi libertad, mi libertad… Para poder mucho mejor vivir mi vida Mi libertad… Dieciséis años, conducir sin el carné Mi libertad, mi libertad… Hacer lo que te venga bien sin un porqué...
Mi libertad
El libro de El hijo del Capitán Trueno ponía punto final con la banda sonora de esta canción, la primera que canté sobre el escenario de Esta noche… fiesta , el 26 de abril de 1977. Con la última nota, dejé de ser Miguel y empecé a ser Miguel Bosé para los restos. Es con ella con la que he querido arrancar este viaje, por esta y otras muchas razones que enseguida explicaré.
“Mi libertad” fue el primer texto que escribí del álbum “LINDA” . En absoluto el primero de mi vida. Una libre versión de un tema que amaba. Elegí esta canción para liderar el repertorio, no solo por la tremenda admiración que sentía por la obra del gran Claudio Baglioni, sino porque de algún modo resumía las reivindicaciones que abanderaba mi generación.
El Generalísimo Franco había muerto un año y poco antes y España abordaba la famosa Transición . Cerraba una prometedora carrera cinematográfica en Roma y al llegar a Madrid tuve una regresión en el tiempo. La recuerdo perfectamente. De estar a punto de arrancar en Italia una vida de padre de familia y verme imbuido de manera prematura en responsabilidades adultas, a caer de espaldas de lleno y otra vez en una adolescencia inexplicable, la perdida, que la música recuperó, forzó, provocó y puso en su lugar, reseteándome.
“Mi libertad” trata de esas pequeñas necesidades que mis coetáneos e incluso más jóvenes teníamos urgencia en conquistar. Cosas muy sencillas, básicas, inofensivas, pero que de algún modo pretendían significar la ruptura con nuestros mayores, es decir, con la España rancia. Habla de la obsesión que suponía aquella libertad, “… mi sola amiga cuando era un inocente…”, la agazapada en los gestos más cotidianos, los de la escuela, los del ámbito familiar.
Publicaba mi pasión por Raquel Welch que encontraba en el texto varios momentos de confesión, como en el de “… libertad de los anuncios de jabones para actrices…”, los de Lux, los que ella, mi diosa de caderas salvajes, protagonizaba. Pasión como la que me despertaban en general las mujeres pasando la treintena.
Aparece también aquel nostálgico “catorce en la quiniela ” , un premio multimillonario semanal, ligado a los aciertos en los partidos de fútbol, que por entonces suponía una fortuna, y que para un joven como yo hubiese significado la emancipación. Costumbres…
“Libertad... de los tacos, de los dedos con que hurgarme las narices…”, dos de los tabúes que había que derribar de una vez por todas y para siempre. Hartos estábamos de aquellas frases como, «niño, no te metas el dedo en la nariz que te va a salir petróleo» o «te voy a lavar la boca con jabón como digas palabrotas». Nos parecían, superada la barrera de los quince, dos humillaciones insoportables que nos degradaban a la altura de renacuajo. Todo lo ligado a la secular mala educación, al conservar las apariencias, al qué dirán, eran demonios que había que desterrar. Impedían el progreso. Ser modernos consistía en ser revolucionarios. Y mientras que los mayores se lanzaban a las calles enarbolando pancartas en constantes y solapadas manifestaciones, nosotros hacíamos las nuestras en cada metro cuadrado de nuestras casas. No a la tradición, no a las formas, ese era nuestro lema para poner fin a tanta hipocresía. Y si no se conseguía, no cabían quejas, no había que ir muy lejos para dar con el culpable:
“Libertad te siento lejos y la culpa es solo mía…”. Punto.
Hacer todo aquello que no se hacía o estaba prohibido hacer era libertad, era nuestra cruzada, nuestra meta.
Conducir sin el carné era libertad; tener actos espontáneos de los que nunca más arrepentirse era libertad; leer una novela rosa, una de Corín Tellado, era libertad; dejarse caer de lleno en el amor sin importar las consecuencias era libertad; hacer lo que a uno le viniese bien sin un porqué era libertad; la que, por ejemplo, sentían aquellas chicas que te amaban en la escuela y que por fin lo hacían sin tapujos, compartiendo el corazón de la aventura con sus amigas, cuando la picardía era el rubor de los inocentes, cuando ir al “cine Oriente...” a solas, y después al caer la noche, entrelazar abrazos con María sin tener que dar explicaciones, eso era libertad, nuestra libertad, y empezábamos a respirarla.
La libertad de la que hablábamos, la que reivindicábamos, no era sino la conquista de la normalidad, la de una existencia relajada. Aquella libertad era lo contrario al pecado. Y era de una candidez alarmante, mansa y pacífica. “Libertad de una mentira que no tiene solución…”. ¿Y por qué no la tenía? Simplemente porque mentir dejó de acarrearnos culpa. Y porque, ¡qué coño!, no había que buscarle los tres pies al gato. Así de determinados estábamos en dejar atrás la historia, la de nuestros tarados padres, y empezar a vivir la nuestra bajo nuestras reglas y con nuestras condiciones. Así que de inmediato nos calzamos unos vaqueros Levi’s ajustados al máximo, unas deportivas Victoria a ras de suelo, una camiseta blanca Fruit of the Loom de manga corta remangada, y tal vez un paliacate mexicano de color rojo, atado al cuello o emboscado en el bolsillo trasero del pantalón, y a la calle, a explorar a pulso los nuevos aires de libertad.