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Rafael Palacios - La historia secreta de Hollywood

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Rafael Palacios La historia secreta de Hollywood
  • Libro:
    La historia secreta de Hollywood
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  • Año:
    2015
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La historia secreta de Hollywood: resumen, descripción y anotación

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LA HISTORIA SECRETA

DE

HOLLYWOOD

La película de las películas

Rafael Palacios


Introducción

Para explicaros por qué he escrito este libro, tengo que volver la vista atrás, al verano de 1999, a puntito de llegar al siglo XXI, en el que me debatía entre el amor de una preciosa italiana y el del que había sido mi amor platónico desde la adolescencia. Uno de esos amores "Cuando Harry encontró a Sally", plagado de discusiones y de despedidas y de reencuentros pasados los años, entre novios y novias y amantes por cada parte.

Estaba yo por entonces enamorado de una amiga italiana, una cosita hippie dulce y preciosa donde las hubiera, quien andaba separándose de su novio al mismo tiempo que ella y yo intimábamos más y más, mientras, al mismo tiempo, la mujer con la que había soñado durante 15 años (¡QUINCE!), la que me rompió el corazón cuando tenía 18 años al enrollarse con mi mejor amigo y quien se convirtió, con el paso de los años, en mi mejor amiga, la que me ayudó a superar todos los traumas que un hogar completamente desestructurado había dejado en mi maltrecha alma, ella, la mujer de mi vida, ahora que me veía enamorado, ¡se interesaba por mí y me dejaba caer que Ahora era el momento!

Bueno, pues en ese trance en el que aquello que siempre había anhelado estaba frente a mí y yo me emperraba en lo que en ese momento era imposible, sucedió la siguiente escena entre mi amor adolescente y yo, junto al Metro de Lavapiés, una calurosísima tarde de verano del año 1999. Un calor de estos que no te deja ni pensar, por cierto.

Después de una conversación que no logro recordar con exactitud pero que tenía que ver, en un lenguaje metafórico, con que yo no me decidía a "atacarla" (porque estaba pensando en la italiana) pero ella tampoco me lo expresaba con claridad (y me daba miedo que me la volviera a jugar), yo le dije que no entendía lo que quería decir (en realidad, sí sabía pero quería que lo pronunciara con claridad) y ella me respondió algo así como:

—Somos iguales —y comenzó a bajar las escaleras del Metro mientras yo la contemplaba marcharse con una parálisis que brotaba de mi mente; el Amor de mi vida se escapaba y yo esperaba que un guionista me dijera lo que tenía que hacer, las palabras justas para ese momento en el que me sentía incapaz de tomar una decisión correcta.

En ese preciso instante en el que me sentí en una película, mi película, y deseé que un guionista me soplara al oído lo que tenía que decir, me di cuenta de que algo andaba mal en mi cabeza, en mi forma de actuar, en todo. ¿Por qué esa fijación por aquello que no podía tener? ¿Por qué elegía el sufrimiento? ¿Por qué mi cabeza funcionaba con el "ahora o nunca"? ¿Era verdad que ella y yo éramos iguales? ¿Quién manejaba mis deseos, mis ilusiones? ¿Era yo u otra persona?

De repente, un pensamiento me vino a la mente:

—¿Qué diría en esta situación el protagonista de una película? ¿Qué debía decir yo para que no se fuera, para no perderla? ¿Por qué un guionista no me soplaba al oído lo que debía decir?

La inenarrable sensación de que fuera a buscar en alguna película una buena frase que soltar en ese momento y que le hubiera vuelto atrás en su decisión; que necesitara un guionista en ese momento crucial de mi vida, me dejó con una intriga que este libro va a reparar para siempre: ¿vivimos nuestras vidas o las películas que hemos visto actúan a través nuestro? ¿Hasta qué punto nuestra manera de ser está condicionada por las películas que hemos visto? ¿Somos meras marionetas guiados por los creadores de esa ilusión que llamamos "cine"?


EL COMIENZO: EL INVENTO

A finales del siglo XIX, unos hermanos franceses llamados, casualmente, Luz (Lumiére) deciden utilizar el reciente invento de la fotografía para conseguir reflejar imágenes en movimiento, creando la sensación de una realidad artificial.

Había nacido el cinematógrafo: la representación "en vivo" de otras realidades, con lo que el espectador pasaba a vivir, virtualmente, aquello que contemplaba en esas pantallas: una realidad ficticia.

Actualmente, sabemos que inventos como la radio o la televisión surgieron de las conexiones mediúmnicas de ingleses adeptos al espiritismo como John Lodgie Beard o William Crookes, coinventores del tubo catódico. A día de hoy, desconozco si este invento tuvo similares orígenes, pero el caso es que en 1894 se realizó la primera proyección comercial de imágenes animadas. ¡Imagináoslo!

Todavía hoy, un siglo después, tenemos que reparar en que la experiencia de ver a unos seres humanos realizando unas actividades en una pantalla plana debió ser para las personas que la experimentaron en aquellos años, una experiencia mágica, hipnótica, subyugante. ¡De una pantalla salía vida! ¡Estaban todavía en el mundo de los coches a caballos y las máquinas acababan de aparecer, como quien dice!

Sin duda alguna, la conciencia de las personas que vivieron el nacimiento del cinematógrafo debió sufrir un cambio radical; una transformación tal que casi podríamos hablar de una neurosis colectiva. ¿Hasta qué punto era real su vida o la que contemplaban por la pantalla?

El impacto sobre las conciencias humanas debió ser tan profundo que, probablemente, todavía no nos hayamos recuperado de ello. El poder de atracción suscitado por la posibilidad de contemplar las vidas de otras personas en una pantalla fue tal que generó una auténtica revolución en la manera de vivir.

El cine se convirtió en pocos años en la mayor experiencia de evasión de una realidad, cada vez más loca, en la que el ser humano urbano había sido introducido por aquellos años: la sociedad industrial del alienante trabajo en cadena, de la creciente sociedad de consumo y de la compra a plazos; del dinero-deuda, en fin. No sólo sus vidas presentes estaban al servicio de una maquinaria infernal sino que, a medida que los bancos se convirtieron en parte de las vidas de las personas, también sus vidas futuras les pertenecían. La catastrófica Iª Guerra Mundial, con sus millones de muertos y la consiguiente gran inmigración europea a Norteamérica, la posterior crisis y la privatización de la emisión del dinero en Estados Unidos por medio de la creación de la Reserva Federal (1913) crearon un mundo totalmente nuevo, de asalariados, en el que la emergente radio, los periódicos en papel y el pujante cinematógrafo conformaron una conciencia totalmente nueva: las noticias y los arquetipos presentados en las películas comenzaron a influir decisivamente en el comportamiento de las personas.

El mundo de un ser humano ya no era sólo que recibía directamente a través de sus sentidos, es decir, las historias que conocía directamente, sino que los MEDIOS DE COMUNICACIÓN comenzaron a forjar sus experiencias vitales, sus ideas, sus creencias del bien y del mal. ¡Comenzaron a experimentar emociones y sentimientos a través de lo que veían en la gran pantalla! Y este poder, obviamente, no pasó desapercibido para las clases dirigentes, que vieron en el cinematógrafo una excelente vía para crear Opinión Pública, o sea, para dirigir la opinión de las masas en el sentido deseado por la naciente democracia, la dictadura de las mayorías adocenadas.

En los primeros 20 años del siglo XX se comenzó a desarrollar esa pujante industria, pero todavía eran películas mudas, acompañadas de un piano y con subtítulos: la experiencia todavía estaba muy alejada de la realidad. Para nuestros parámetros actuales, emociones muy básicas... aunque la gente se reía, se emocionaba, se asustaba: el milagro se estaba produciendo, ¡unas acciones captadas en una película fotográfica eran capaces de generar emociones al reflejarse en una pantalla!

Recordemos que estamos en los albores de la psicología conductista, los años en los que los psicólogos Pavlov, Skinner y Watson trataban (con éxito) de generar respuestas condicionadas sobre palomas, perros y ratas, es decir, de manipular las emociones para que actuaran como autómatas al dictado de su controlador. Y que, por aquel entonces, un tal Edward Bernays publicaba la obra de su famoso tío en Estados Unidos sobre una cosa llamada "psicoanálisis". Su tío, evidentemente, se llamaba Sigmund Freud y su obra versaba sobre el poder de las emociones insertadas en nuestro inconsciente, los llamados instintos primarios: supervivencia y reproducción (sexo) o, como les llamó después, Tánatos y Eros (muerte y vida).

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