Georges Duby & Michelle Perrot
La Edad Media
Historia de las mujeres - 2
ePub r1.0
Titivillus 13.12.2018
TOMO 2
La Edad Media
Bajo la dirección de Christiane Klapisch-Zuber
Jacques Dalarun
Claude Thomasset
Carla Casagrande
Silvana Vecchio
Diane Owen Hughes
Suzanne Fonay Wemple
Paulette L’Hermitte-Leclercq
Georges Duby
Claudia Opitz
Françoise Piponnier
Chiara Frugoni
Danielle Régnier-Bohler
Capítulos españoles bajo la dirección de Reyna Pastor
Manuela Marín
Reyna Pastor
Marta Madero
María-Milagros Rivera
Presentación
por Georges Duby y Michelle Perrot
Cuando la editorial Laterza nos propuso trabajar en una Historia de las mujeres, aceptamos entusiasmados.
Estamos convencidos de que ha llegado el momento de presentar al gran público el balance de las investigaciones que con tanto vigor se han desarrollado en estos últimos veinte años, primero en el mundo anglosajón y más tarde en Francia, Italia y los otros países europeos.
Durante mucho tiempo, las mujeres quedaron abandonadas en la sombra de la historia. Luego comenzaron a salir de esa sombra, incluso gracias al desarrollo de la antropología, a la atención que se prestó al tema de la familia, a la afirmación de la historia de las “mentalidades”, que se dirige a lo cotidiano, a lo privado, a lo individual. Pero fue sobre todo el movimiento de las mujeres el que las ha llevado al escenario de la historia, con ciertos interrogantes acerca de su pasado y de su futuro. Y las mujeres, en la universidad y fuera de ella, han abordado la investigación sobre sus antepasados, a fin de comprender las raíces del dominio que padecieron y el significado de las relaciones entre los sexos a lo largo del tiempo y a través del espacio.
En efecto, precisamente de esto es de lo que se trata. El título de Historia de las mujeres tiene una indudable capacidad evocadora. Pero es menester cuidarse mucho de creer que las mujeres sean objeto de historia en tanto tales. Lo que intentamos comprender es su lugar en la sociedad, su “condición”, sus papeles y su poder, su silencio y su palabra. La variedad de las representaciones de la mujer, una vez Dios, otra Madona, otra Bruja…, he ahí lo que queremos recoger en la permanencia y en las transformaciones.
Una historia de relaciones, que pone sobre el tapete la sociedad entera, que es historia de las relaciones entre los sexos y, en consecuencia, también historia de los hombres.
Una historia de larga duración —de la Antigüedad a nuestros días—, que reproduce en los cinco volúmenes la periodización de la historia de Occidente. En efecto, nuestra atención se centra en esta zona del mundo: el Mediterráneo y el Atlántico son nuestras orillas. Esperamos que un día se produzca una historia de las mujeres en el mundo oriental o en el continente africano. Es probable que tengan que escribirla las mujeres y los hombres de esos países.
“Feminista” en la medida en que está escrita desde una perspectiva igualitaria, nuestra historia pretende estar abierta a las distintas interpretaciones. No queremos hablar en código ni levantar vallas ideológicas, sino todo lo contrario: nos interesa proponer interrogantes nuevos, a la vez que afirmarnos en una pluralidad de figuras y de temas, con una multiplicidad de puntos de vista. La Historia de las mujeres es el fruto de un trabajo de equipo, que se realizó bajo nuestra dirección. Cada volumen se confió a la responsabilidad de una historiadora que, a su vez, llamó a colaborar a un grupo de autores, según criterios de competencia, deseos y disponibilidad. Setenta personas en total: naturalmente, no es la totalidad de los estudiosos que trabajan en estos temas, pero sí —esperamos— una muestra significativa de ellos.
Auguramos a quienes lean esta Historia de las mujeres que la obra sea para ellos a la vez balance provisional, instrumento de trabajo, placer de la historia y lugar de la memoria.
Introducción
Christiane Klapisch-Zuber
En el primer capítulo de su libro La Cité des Dames, Christine de Pizan explica cómo toma conciencia de la desgracia de haber nacido mujer. “En mi locura”, dice esta autora, “me desesperaba el que Dios me hubiese hecho nacer en un cuerpo femenino.” Cuando el rechazo de sí misma se extiende a todos sus congéneres, “como si la Naturaleza hubiera engendrado monstruos”, acusa a Dios. Y luego analiza minuciosamente las raíces de su miseria y descubre en la “serie de las autoridades” a los artesanos de su infortunio.
Texto asombroso. Henos aquí ante una mujer que no se contentaba con repetir ni con dejarse aplicar los tópicos relativos a la “imbecilidad” femenina, debilidad a la que se resignan sus pares con demasiada rapidez. Christine comprende que son portadoras de un hábito que otros han confeccionado. Efectivamente, quienes las han calificado de “esencialmente malas e inclinadas al vicio” son los hombres. Intrépida, se dispone a contraatacar, a presentar combate allí donde hace ya siglos los hombres disputan. Ha nacido la verdadera “querella de las mujeres”: una mujer se mezcla en la lucha. Esto sucede hacia 1400, cuando, en la declinación de la Edad Media, se anuncia ya el Renacimiento.
Observemos atentamente a esta polemista, a esta defensora de sus hermanas. Viuda, trabaja para ganar el pan de su familia, y su trabajo es el de una mujer instruida, consciente de su valor. Es instruida, lo que es muy raro por entonces, y escribe, lo que es más raro aún. En ella se cruzan la mayor parte de los problemas que plantea la historia de las mujeres de la Edad Media. Demografía, economía, autonomía jurídica, inscripción de las mujeres en la vida productiva o intelectual: sobre todos estos temas discuten los historiadores, sin saber demasiado bien qué lugar asignar en ellos a las mujeres. Una Christine, por su novedad misma, no es fácil de encasillar en un cajón u otro de los cuadros históricos clásicos. ¿Es esta mujer, más que un caso ejemplar o extraordinario, un auténtico faro, un estandarte que reagrupa las tropas inseguras? ¿Hay que considerarla heraldo de la emancipación de las mujeres, o verla sólo como el testimonio perdido de potencialidades despreciadas, una tímida chispa en una época oscura? ¿Debemos buscarle émulos, una conciencia “feminista”, la voluntad de reunir a sus hermanas en una lucha común? En resumen, ¿cómo enfocar, detrás de ella, a esta mitad de la humanidad que tantos historiadores —por hablar sólo de ellos— pasan tan fácilmente en silencio?
Naturalmente, una mujer como Christine provoca la tentación de colocarla en un pedestal. Y dejarla allí. Muchos lo han intentado, entonando el panegírico no siempre inocente de las mujeres excepcionales, para marcar más claramente su desdén por las otras, que no han hecho la Historia. No hacen otra cosa —se dirá— que valerse de un procedimiento que inspiró la táctica de muchos defensores de las mujeres: la alabanza a través de la biografía de figuras notables. También Christine de Pizan ha seguido este derrotero en la defensa de su sexo. Para muchos de sus retratos femeninos de La Cité des Dames, Christine tomó como modelo a Boccaccio, quien a su vez había plagiado a los autores antiguos y las leyendas familiares con el propósito de redactar el corpus de sus Mujeres ilustres, espejos de las virtudes deseables y de los excesos del carácter femenino. En realidad, la historia de las mujeres se ha construido sobre el destino de heroínas sin parangón. Como si, en cada nueva generación, fuera necesario que las mujeres se construyeran una memoria nueva, que volvieran a anudar un hilo eternamente roto. Desde finales del siglo XIX, los exploradores de los territorios femeninos de la historia se han dirigido muy a menudo a las referencias espectaculares. En sus obras abundan las biografías, lo que constituye una duradera marca impresa en la manera de escribir la historia del segundo sexo. Esos hitos tienen su valor: no hay duda de que demostrar las capacidades femeninas constituye un útil esfuerzo para restaurar una parte de la historia, por poner en su lugar una historia que Joan Kelly ha calificado de “compensatoria”. Por tanto, no se trata de impugnar sin más una tradición tan fuerte y prolongada y que ha dado muestras de fecundidad. El procedimiento es imprescindible para ciertas fases de la investigación sobre el lugar de las mujeres en la historia, una investigación que se pretende comprometida, participante; sin embargo, es insuficiente si se aspira a acceder a un análisis y una comprensión de las situaciones históricas que tomen en consideración la realidad íntegra de las relaciones sociales. Pues las personalidades que pone de relieve constituyen hitos, despiertan el interés. Pero también monopolizan la atención y es menester interrogarse acerca de la fascinación que ejercen.