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Sigmund Freud - El malestar en la cultura

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Sigmund Freud El malestar en la cultura
  • Libro:
    El malestar en la cultura
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    ePubLibre
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  • Año:
    2017
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El malestar en la cultura: resumen, descripción y anotación

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Título original Das Unbehagen in der Kultur Sigmund Freud 1930 Traducción - photo 1

Título original: Das Unbehagen in der Kultur

Sigmund Freud, 1930

Traducción: Ramón Rey Ardid

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Notas Publicado en 1930 1El porvenir de una ilusión en Psicología de las - photo 2

Notas

[*] Publicado en 1930

[1]El porvenir de una ilusión, en Psicología de las masas, Alianza Editorial, Madrid, 1997 (1969). [N. del E.].

[2]Liluli, 1923. Desde que aparecieron los libros La vie de Ramakrishna y La vie de Vivekananda (1930), ya no necesito ocultar que el amigo a quien aludo con estas palabras es Romain Rolland.

[3] D. Chr. Grabbe, Hannibal: «Por cierto que no podemos caernos de este mundo: henos aquí una vez por todas».

[4] Veánse los numerosos trabajos sobre el desarrollo del yo y el sentido yoico, desde Ferenczi: Entwicklungsstufen des Wirklinchkeitssinnes, 1913 («Fases evolutivas del sentido de la realidad»), hasta las contribuciones de Paul Federn, de 1926, 1927 y años posteriores.

[5] Según The Cambridge Ancient History, tomo VII, 1928. The Founding of Rome, por Hugh Last.

[6] Goethe, en Die zahmen Xenien, IX («De las poesías póstumas»).

[7] En Die fromme Helene («La pía Elena»), Wilhem Busch dice otro tanto, aunque en un nivel más llano: «A quien tiene pesares no le faltan licores».

[8] Goethe aun llega advertirnos: «Nada es más difícil de soportar que una serie de días hermosos»; pero bien podría ser que exagerara.

[9] Cuando falta una vocación especial que imponga una orientación imperativa a los intereses vitales, el simple trabajo de los oficios manuales, accesible a todo el mundo, puede desempeñar la función que tan sabiamente aconseja Voltaire. Es imposible considerar adecuadamente en una exposición concisa la importancia del trabajo en la economía libidinal. Ninguna otra técnica de orientación vital liga al individuo tan fuertemente a la realidad como la acentuación del trabajo, que por lo menos lo incorpora sólidamente a una parte de la realidad, a la comunidad humana. La posibilidad de desplazar al trabajo y a las relaciones humanas con él vinculadas una parte muy considerable de los componentes narcisistas, agresivos y aun eróticos de la libido, confiere a aquellas actividades un valor que nada cede en importancia al que tienen como condiciones imprescindibles para mantener y justificar la existencia social. La actividad profesional ofrece particular satisfacción cuando ha sido libremente elegida, es decir, cuando permite utilizar, mediante sublimación, inclinaciones preexistentes y tendencias instintuales evolucionadas o constitucionalmente reforzadas. No obstante el trabajo es menospreciado por el hombre como camino a la felicidad. No se precipita a él como a otras fuentes de goce. La inmensa mayoría de los seres sólo trabajan bajo el imperio de la necesidad, y de esta natural aversión humana al trabajo se derivan los más dificultosos problemas sociales.

[10] Véanse Los dos principios del suceder psíquico (1911), recogido en El yo y el ello, Madrid, Alianza Editorial, 1994 (1973) y la Introducción al psicoanálisis, Madrid, Alianza Editorial, 1996 (1967).

[11] Me parece necesario señalar por lo menos una de las lagunas que han quedado en la precedente exposición. Al enumerar las posibilidades de alcanzar la felicidad que están a disposición del ser humano, no se debería pasar por alto la relación proporcional entre el narcisismo y la libido objetal. Quisiera saber qué representa para la economía libidinal el narcisimsmo; es decir, el hecho de depender en lo esencial de uno mismo.

[12] Véase El porvenir de una ilusión (1927), op. cit, [recogido en Psicología de las masas, Madrid, Alianza Editorial, 1997 (1969)].

[13] El material psicoanalítico, aunque incompleto y de interpretación incierta, permite establecer una hipótesis —al parecer, fantástica— sobre el origen de esta hazaña humana. El hombre primitivo habría tomado la costumbre de satisfacer en el fuego un placer infantil, extinguiéndolo con el chorro de su orina cada vez que lo encontraba en su camino. De acuerdo con las leyendas que conocemos, no cabe poner en duda la primitiva concepción fálica de la llama serpentina y enhiesta. La extinción del fuego por la micción —procedimiento al que aún recurren esos tardíos hijos de gigantes que son Gulliver en Liliput y Gargantú de Rabelais—, era pues, algo así como un acto sexual realizado con un hombre, un goce de la potencia masculina en contienda homosexual. El primer hombre que renunció a este placer, respetando el fuego, pudo llevárselo consigo y someterlo a su servicio. Al amortiguar así el fuego de su propia excitación sexual, logró dominar la fuerza elemental de la llama. Esta grandiosa conquista cultural representaría, pues la recompensa por una renuncia instintiva. Además, se habría encomendado a la mujer el cuidado del fuego aprisionado en el hogar, pues su constitución anatómica le impide ceder a la placentera tentación de extinguirlo. También cabe señalar cuan regularmente las experiencias analíticas confirman el parentesco entre la ambición, el fuego y el erotismo uretral.

[*] «¡Oh lenta naturaleza!», en inglés en el original (Nota del traductor).

[**] Recuérdese que fue escrito precisamente en tal fecha (Nota del traductor).

[14] Véase El carácter y el erotismo anal (1908) [recogido en Ensayos sobre la vida sexual y La teoría de la neurosis, Madrid, Alianza Editorial, 1995 (1967)] además de numerosos otros trabajos de Ernest Jones, entre otros.

[15] Aunque la periodicidad orgánica del proceso sexual ha persistido su influencia sobre la excitación sexual psíquica se transformó más bien en lo contrario. Esta reversión depende ante todo del atenuamiento que sufrieron las excitaciones olfatorias, mediante las cuales la menstruación influía sobre el psiquismo masculino. La función de las sensaciones olfatorias fue asumida por las visuales, que podían ejercer efecto permanente, al contrario de las olfatorias, cuya influencia es intermitente. El tabú de la menstruación surge de esta «represión orgánica», constituyendo el rechazo de una fase evolutiva superada; todas sus restantes motivaciones son probablemente secundarias. (Véase C. D. Daly «Hindumythologie und Kastrationskomplex» [«La Mitología hindú y el complejo de castración»]. Imago, tomo XIII, 1927). Este proceso se repite, en distinto nivel, cuando los dioses de una época cultural superada se convierten en los demonios de la siguiente. En cuanto a la atenuación de las sensaciones olfatorias, parece ser, a su vez, una consecuencia de que al distanciarse el hombre de la tierra, incorporándose y adoptando la marcha bípeda, vertical, los órganos genitales quedaron al descubierto y necesitados de protección, con la consecuencia inmediata del pudor. La erección del hombre a la posición vertical se hallaría, pues, en el origen del proceso de la cultura, tan preñado de consecuencias. La concatenación evolutiva pasa por la desvalorización de las sensaciones olfatorias y el aislamiento de la mujer menstruante, al predominio de los estímulos visuales, a la visibilidad de los órganos genitales, luego a la continuidad de la excitación sexual, a la fundación de la familia llegando con ello al umbral de la cultura humana. Sólo se trata aquí de una especulación teórica, pero de importancia suficiente para justificar su verificación exacta en las condiciones de vida de las especies animales próximas al hombre. La influencia de un factor evidentemente social también se traduce en la tendencia cultural a la limpieza, justificada

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