Sigmund Freud
El yo y el ello
V. Las servidumbres del «Yo»
La complicación de la materia hace que el contenido de estos capítulos no se limite al tema enunciado en su título, pues siempre que emprendemos el estudio de nuevas relaciones nos vemos obligados a retornar sobre lo ya expuesto.
Así, hemos dicho ya repetidamente que el Yo se halla constituido en gran parte por identificaciones sustitutivas de cargas abandonadas del Ello, y que las primeras de estas identificaciones se conducen en el Yo como una instancia especial, oponiéndose a él en calidad de superyó.
Posteriormente fortificado el Yo, se muestra más resistente a tales influencias de la identificación. El superyó debe su especial situación en el Yo, o con respecto al yo, a un factor que hemos de valorar desde dos diversos puntos de vista, por ser, en primer lugar, la primera identificación que hubo de ser llevada a efecto, siendo aún débil el Yo, y en segundo, el heredero del complejo de Edipo, y haber introducido así en el Yo los objetos más importantes. Con respecto a las modificaciones ulteriores del Yo, es en cierto modo el superyó lo que la fase sexual primaria de la niñez con respecto a la vida sexual posterior a la pubertad. Siendo accesible a todas las influencias ulteriores, conserva, sin embargo, durante toda la vida el carácter que le imprimió su génesis del complejo paterno, o sea la capacidad de oponerse al yo y dominarlo. Es el monumento conmemorativo de la primitiva debilidad y dependencia del Yo, y continúa aún dominándolo en su época de madurez.
Del mismo modo que el niño se hallaba sometido a sus padres y obligado a obedecerlos, se somete el Yo al imperativo categórico de su superyó.
Pero su descendencia de las primeras cargas de objeto del Ello, esto es, del complejo de Edipo, entraña aún para el superyó una más amplia significación. Le hace entrar en relación, como ya hemos expuesto, con las adquisiciones filogenéticas del Ello y lo convierte en una reencarnación de formas anteriores del Yo, que han dejado en el Ello sus residuos.
De este modo permanece el superyó duraderamente próximo al Ello, y puede arrogarse para con el Yo la representación del mismo. Penetra profundamente en el Ello, y, en cambio, se halla más alejado que el Yo de la conciencia.
Para el estudio de estas relaciones habremos de tener en cuenta determinados hechos clínicos que sin constituir ninguna novedad no han sido todavía objeto de una elaboración teórica.
Hay personas que se conducen muy singularmente en el tratamiento psicoanalítico. Cuando les damos esperanzas y nos mostramos satisfechos de la marcha del tratamiento, se muestran descontentas y empeoran marcadamente. Al principio atribuimos este fenómeno a la rebeldía contra el médico y el deseo de testimoniarle su superioridad, pero luego llegamos a darle una interpretación más justa. Descubrimos, en efecto, que tales personas reaccionan en un sentido inverso a los progresos de la cura. Cada una de las soluciones parciales que habría de traer consigo un alivio o una desaparición temporal de los síntomas provoca, por el contrario, en estos sujetos una intensificación momentánea de la enfermedad, y durante el tratamiento empeoran en lugar de mejorar. Muestran, pues, la llamada reacción terapéutica negativa.
Es indudable que en estos enfermos hay algo que se opone a la curación, la cual es considerada por ellos como un peligro. Decimos, pues, que predomina en ellos la necesidad de la enfermedad y no la voluntad de curación.
Analizada esta resistencia en la forma de costumbre y sustraída de ella la rebeldía contra el médico y la fijación a las formas de la enfermedad, conserva sin embargo, intensidad suficiente para constituir el mayor obstáculo contra la curación; obstáculo más fuerte aún que la inaccesibilidad narcisista, la conducta negativa para con el médico y la adherencia a la enfermedad.
Acabamos por descubrir que se trata de un factor de orden moral, de un sentimiento de culpabilidad, que halla su satisfacción en la enfermedad y no quiere renunciar al castigo que la misma significa. Pero este sentimiento de culpabilidad permanece mudo para el enfermo. No le dice que sea culpable, y de este modo el sujeto no se siente culpable, sino enfermo. Este sentimiento de culpabilidad no se manifiesta sino como una resistencia difícilmente reducible contra la curación. Resulta asimismo muy difícil convencer al enfermo de este motivo de la continuación de su enfermedad, pues preferirá siempre atenerse a la explicación de que la cura analítica no es eficaz en su caso.
Lo que antecede corresponde a los casos extremos; pero tiene efecto también probablemente, aunque en menor escala, en muchos casos graves de neurosis, quizá en todos. Es incluso posible que precisamente este factor, esto es, la conducta del ideal del Yo, sea el que determine la mayor o menor gravedad de una enfermedad neurótica. Consignaremos, pues, algunas observaciones más sobre la manifestación del sentimiento de la culpa en diversas circunstancias.
El sentimiento normal consciente de culpabilidad (conciencia moral) no opone a la interpretación dificultad ninguna. Reposa en la tensión entre el Yo y el ideal del Yo y es la expresión de una condena del Yo por su instancia crítica. Los conocidos sentimientos de inferioridad de los neuróticos dependen también quizá de esta misma causa. En dos afecciones que nos son ya familiares es intensamente consciente el sentimiento de culpabilidad. El ideal del Yo muestra entonces una particular severidad y hace al yo objeto de sus iras, a veces extraordinariamente crueles. Al lado de esta coincidencia surgen entre la neurosis obsesiva y la melancolía diferencias no menos significativas por lo que respecta a la conducta del ideal del Yo.
En ciertas formas de la neurosis obsesiva es extraordinariamente intenso el sentimiento de culpabilidad, sin que por parte del Yo exista nada que justifique tal sentimiento. El Yo del enfermo se rebela entonces contra la supuesta culpabilidad y pide auxilio al médico para rechazar dicho sentimiento. Pero sería tan equivocado como ineficaz prestarle la ayuda que demanda, pues el análisis nos revela luego que el superyó es influido por procesos que permanecen ocultos al yo. Descubrimos, en efecto, los impulsos reprimidos que constituyen la base del sentimiento de culpabilidad. El superyó ha sabido aquí del Ello inconsciente algo más que el Yo.
En la melancolía experimentamos aún con más intensidad la impresión de que el superyó ha atraído así la conciencia. Pero aquí no se atreve el Yo a iniciar protesta alguna. Se reconoce culpable y se somete al castigo. Esta diferencia resulta fácilmente comprensible. En la neurosis obsesiva se trataba de impulsos repulsivos que permanecían exteriores al yo. En cambio, la melancolía nos muestra que el objeto sobre el cual recaen las iras del superyó ha sido acogido en el Yo.
Es, desde luego, singular que en estas dos afecciones neuróticas alcance el sentimiento de culpabilidad tan extraordinaria energía, pero el problema principal aquí planteado es otro distinto. Creemos conveniente aplazar su discusión hasta haber examinado otros casos en los que el sentimiento de la culpa permanece inconsciente.
Así sucede, sobre todo, en la histeria y en los estados de tipo histérico. El mecanismo de la inconsciencia es aquí fácil de adivinar. El Yo histérico se defiende contra la percepción penosa que le amenaza por parte de la crítica de su superyó, en la misma forma que emplea acostumbradamente para defenderse contra una carga de objeto transportable, o sea por medio de la represión. Depende, pues, del Yo el que el sentimiento de culpabilidad permanezca inconsciente. Sabemos que, en general, lleva el Yo a cabo las represiones en provecho y al servicio del superyó; pero en el caso presente lo que hace es servirse de esta misma arma contra su riguroso señor. En la neurosis obsesiva predominan los fenómenos de la formación de reacciones. En la histeria no consigue el Yo sino mantener a distancia el material al cual se refiere el sentimiento de culpabilidad.