La primera edición de Die Traumdeutung (La interpretación de los sueños) se publicó unos días antes del siglo, aunque en la portada constara ya la fecha «1900». Es posible observar en esta pequeña licencia algún indicio del valor inaugural que el mismo Freud, clarividente, reservaba a su obra cumbre. La primera edición tuvo una desastrosa acogida por parte del público y la crítica. En una carta a su amigo Fliess, pocos días después de la publicación del libro, el autor se lamentaba: «No hemos adelantado demasiado a nuestro tiempo…». No obstante era también consciente de que, de uno u otro modo, el enigma de los sueños había sido por fin desvelado y que el destino de La interpretación de los sueños era convertirse inexorablemente, en la obra pionera del psicoanálisis. Hoy es también una de las obras maestras de la literatura y el pensamiento del siglo XX . Los progresos científicos alcanzados no han conseguido restar valor ni actualidad a la exposición freudiana de los temas oníricos, aquí presentada en la magistral traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres, que mereciera ya en 1923, un comentario elogioso del mismo Freud.
Sigmund Freud
La interpretación de los sueños
ePub r1.0
Yorik17.08.13
Título original: Die Traumdeutung
Sigmund Freud, 1900
Traducción: Luis López-Ballesteros y de Torres
Editor digital: Yorik
ePub base r1.0
SIGMUND FREUD. El genial descubridor del psicoanálisis, es considerado como uno de los más grandes pensadores contemporáneos. Nació en Freiberg (Moravia) en 1856, y muy pronto se trasladó con su familia a Viena, donde cursaría posteriormente estudios de medicina y fijaría su lugar de residencia. De origen judío, la invasión de Austria por las tropas de Hitler le obligó a exiliarse en Londres, donde moriría en 1939.
Freud ideó el método psicoanalítico en el curso de sus investigaciones sobre pacientes histéricas, a quienes había intentado tratar en un principio mediante la hipnosis. Tras el rechazo inicial con el que fue acogido por la comunidad científica, el psicoanálisis empezó a cosechar más y más adeptos, hasta que en 1909, a raíz de una serie de conferencias que Freud dictó en los EE.UU., llegó la consagración definitiva y el inicio de una imparable expansión internacional.
Freud fue un autor prolífico, entre cuyas obras más destacadas figuran, además de La interpretación de los sueños (la más conocida), Estudios sobre la histeria, Psicopatología de la vida cotidiana, Tres ensayos para una teoría sexual, Introducción al narcisismo, El Yo y el Ello.
Notas
I. Los sueños
II. La literatura científica sobre los problemas oníricos
[10] Además de este valor diagnóstico de los sueños (por ejemplo, en Hipócrates), debemos recordar la importancia terapéutica que en la antigüedad se les concedía.
Entre los griegos había onirocríticos, a los que acudían principalmente enfermos en demanda de curación. El paciente penetraba en el templo de Apolo o Esculapio y era sometido a diversas ceremonias —baño, masaje, sahumerio, etc.—, que provocaban en él un estado de exaltación. En seguida se le dejaba reposar dentro del templo, tendido sobre la piel de un carnero sacrificado. En esta situación soñaba con los remedios que habían de devolverle la salud, los cuales se le aparecían con toda claridad o bajo una forma simbólica, interpretada luego por los sacerdotes.
Sobre estos sueños terapéuticos entre los griegos, cf. Lehmann, I, 74; Bouché-Leclerq; Hermann, Gottesd. Altert, d. Gr., párr. 41; Privatalert, párr. 38, 16; Boettinger, Beitr, z. Geschichte d. Med (Sprengel), II, pp. 163 y ss.; W. Lloyd, Magnetism and mesmerims in antiquit, Londres, 1877; Doellinger, Heidentum und Judentum, p. 130.
III. El método de la interpretación onírica
IV. El sueño es una realización de deseos
V. La deformación onírica
[4] La señora V. Hugh-Hellmuth ha comunicado un sueño (Internat. Zeitschr. f. aertzl. Psychoanalyse, III) que justifica como ningún otro mi adopción del término «censura». La deformación onírica actúa en este sueño como la censura postal, borrando aquellos pasajes que cree inaceptables. La censura postal suprime tales pasajes con una tachadura, y la censura onírica los sustituye, en este caso, por un murmullo ininteligible.
Para la mejor comprensión del sueño indicaremos que la sujeto es una señora de cincuenta años, muy distinguida y estimada, y viuda, hacía ya doce años, de un jefe del Ejército. Tiene varios hijos, ya mayores, y uno de ellos se hallaba, en la época del sueño, en el frente de batalla.
He aquí el relato de este sueño, al que podríamos dar el título de «sueño de los servicios de amor»: La señora entra en el hospital militar N. y manifiesta al centinela que desea hablar al médico director (al que da un nombre desconocido) para ofrecerle sus servicios en el hospital. Al decir esto acentúa la palabra «servicios» de tal manera, que el centinela comprende en seguida que se trata de «servicios de amor». Viendo que es una señora de edad, la deja pasar después de alguna vacilación; pero, en lugar de llegar hasta el despacho del médico director, entra en una gran habitación sombría, en la que se hallan varios oficiales y médicos militares, sentados o de pie, en derredor de una larga mesa. La señora comunica su oferta a un médico, que la comprende desde las primeras palabras. He aquí el texto de las mismas, tal y como la señora lo pronunció en su sueño: «Yo y muchas otras mujeres, casadas y solteras, de Viena, estamos dispuestas con todo militar, sea oficial o soldado…» Tras de estas palabras, oye (siempre en sueños) un murmullo; pero la expresión, en parte confusa y en parte maliciosa, que se pinta en los rostros de los oficiales, le prueba que los circunstantes comprenden muy bien lo que quiere decir. La señora continúa: «Sé que nuestra decisión puede parecer un tanto singular pero es completamente seria. Al soldado no se le pregunta tampoco, en tiempos de guerra, si quiere o no morir.» A esta declaración sigue un penoso silencio. El médico mayor rodea con su brazo la cintura de la señora y le dice: «Mi querida señora; suponed que llegásemos realmente a ese punto…» (Murmullos.) La señora se libera del abrazo, aunque pensando que lo mismo da aquél que otro cualquiera, y responde: «Dios mío, yo soy una vieja y puede que jamás me encuentre ya en ese caso. Sin embargo, habrá que organizar las cosas con cierto cuidado y tener en cuenta la edad, evitando que una mujer vieja y un muchacho joven… (Murmullos) Sería horrible.» El médico mayor: «La comprendo a usted perfectamente.» Algunos oficiales, entre los cuales se halla uno que le había hecho la corte en su juventud, se echan a reír y la señora expresa su deseo de ser conducida ante el médico director, al que conoce, con el fin de poner en claro todo aquello; pero advierte, sorprendida, que ignora el nombre de dicho médico. Sin embargo, aquel otro al que se ha dirigido anteriormente le muestra, con gran cortesía y respeto, una escalera de hierro, estrecha y en espiral, que conduce a los pisos superiores, y le indica que suba hasta el segundo. Mientras sube, oye decir a un oficial: «Es una decisión colosal. Sea joven o vieja la mujer de que se trate, a mí no puede por menos de inspirarme respeto.» Con la conciencia de cumplir un deber, asciende la señora por una escalera interminable.