LA EMOCIÓN DE LA BÚSQUEDA
Una nota para los lectores
Empecé a leer cosas sobre el Lusitania por simple capricho, siguiendo mi estrategia entre libro y libro de leer voraz y promiscuamente. Lo que supe de ese barco me sedujo y me horrorizó. Pensaba que sabía todo lo que había que saber del incidente, pero, como ocurre a menudo cuando investigo en profundidad sobre un tema, enseguida me di cuenta de lo equivocado que estaba. Por encima de todo, descubrí que enterrado en los confusos detalles del asunto (deliberadamente confusos en determinados aspectos) se encontraba algo muy sencillo y satisfactorio: una historia muy buena.
Me apresuro a añadir, como siempre, que esta es una obra de no ficción. Todas las frases entrecomilladas proceden de memorias, cartas, telegramas u otros documentos históricos. Mi objetivo era tratar de ordenar los muchos hilos de suspense, y también de romance, sí, que marcaron el episodio del Lusitania, de una manera que permita a los lectores experimentarlo igual que lo hicieron las personas que vivieron en aquella época (aunque los lectores aprensivos quizá quieran saltarse los detalles de una determinada autopsia que aparece hacia el final de la narración).
En cualquier caso, les hago entrega a continuación de la saga del Lusitania, y de la miríada de fuerzas, enormes y dolorosamente pequeñas, que convergieron un encantador día de mayo de 1915 para producir una tragedia a escala monumental, cuyo verdadero carácter e importancia han quedado ocultos durante largo tiempo entre las nieblas de la historia.
E RIK L ARSON
Seattle
Una advertencia sobre el tiempo: para evitar confundirme yo mismo y confundir a los lectores, he convertido el tiempo del submarino alemán al tiempo medio de Greenwich. De ese modo, una anotación en la bitácora de guerra del Kapitänleutnant Walther Schieweger de las 3.00 p.m. se convierte en las 2.00 p.m.
En cuanto al Almirantazgo británico: es importante tener presente siempre que el oficial de mayor rango del Almirantazgo era el primer lord, que servía como una especie de director ejecutivo; su segundo al mando era el primer lord del Mar, que en teoría servía como una especie de jefe operativo, a cargo de las operaciones navales del día a día.
Los capitanes deben recordar que, aunque se espera que usen la debida diligencia para asegurar un viaje rápido, no deben incurrir en un riesgo que pueda tener como resultado un accidente de sus buques. Siempre tendrán en cuenta que la seguridad de las vidas y propiedades que se confían a su cargo es el principio fundamental que debe gobernarlos en la navegación de sus buques, y no debe perseguirse ninguna supuesta ganancia de rapidez, ni ahorro de tiempo en el viaje, a riesgo de sufrir un accidente.
« N ORMAS QUE DEBEN OBSERVARSE EN EL SERVICIO
DE LA C OMPAÑÍA», C OMPAÑÍA L IMITADA DE V APORES C UNARD,
MARZO DE 1913
La primera consideración es la seguridad del submarino.
A LMIRANTE R EINHARD S CHEER,
Flota alemana en alta mar en la Segunda Guerra Mundial, 1919
UNAS PALABRAS DEL CAPITÁN
La noche del 6 de mayo de 1915, mientras su barco se aproximaba a la costa de Irlanda, el capitán William Thomas Turner dejó el puente y se dirigió hacia la sala de estar de primera, donde los pasajeros estaban tomando parte en un espectáculo que incluía concierto y concurso de talentos, característico en los cruceros de la Cunard. La sala era grande y cálida, forrada de paneles de caoba y alfombrada de verde y amarillo, con dos chimeneas de cuatro metros de alto en las paredes delantera y trasera. Normalmente Turner evitaba los actos de este tipo a bordo del barco, porque le desagradaban las obligaciones sociales de su cargo, pero aquella no era una noche corriente, y tenía que dar noticias.
Ya había bastante tensión en la sala, a pesar de las canciones, la música de piano y los trucos de magia algo torpes, y la tensión aumentó más aún cuando Turner se adelantó, en el intermedio. Su presencia tenía el efecto perverso de confirmar lo que todos los pasajeros habían temido desde su partida de Nueva York, igual que la llegada de un sacerdote tiende a apagar la sonrisa animosa de una enfermera.
La intención de Turner, sin embargo, era tranquilizar a la gente. Su aspecto ayudaba bastante. Con el físico de una caja fuerte, era la encarnación pura de la fuerza y la tranquilidad. Tenía los ojos azules y una sonrisa amable y educada, y su pelo canoso (tenía ya cincuenta y ocho años) así como el simple hecho de ser capitán de la Cunard, transmitían sabiduría y experiencia. Según la práctica de la Cunard de hacer rotar a los capitanes de barco en barco, aquel era el tercer turno que hacía como capitán del Lusitania, y la primera vez en tiempos de guerra.
Turner explicó a su audiencia que al día siguiente, el viernes 7 de mayo, el barco entraría en aguas de la costa sur de Irlanda que eran parte de la «zona de guerra» designada por Alemania. Esto en sí mismo no era noticia. La mañana de la partida del buque de Nueva York había aparecido un aviso en las páginas de navegación de los periódicos neoyorquinos. Colocado allí por la embajada alemana en Washington, recordaba a los lectores la existencia de la zona de guerra, y advertía de que «los buques que hagan ondear la bandera de Gran Bretaña, o de cualquiera de sus aliados, se exponen a la destrucción», y que los viajeros que navegasen en dichos buques «lo hacen asumiendo su propio riesgo».
Turner reveló entonces a los presentes que aquella misma tarde, el buque había recibido una advertencia por radio de actividad reciente de submarinos en la costa irlandesa. Aseguró al público que no había necesidad de alarmarse.
Viniendo de otro hombre, aquellas palabras podían haber sonado como un consuelo infundado, pero Turner las creía de verdad. Se mostraba escéptico hacia la amenaza que suponían los submarinos alemanes, especialmente con respecto a su barco, uno de los grandes