Frank J. Sheed
Conocer a Jesucristo
«Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, sólo Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tu enviaste» (Juan 17, 3).
El autor
Frank J. Sheed es famoso por sus diversas y abundantes actividades como publicista. Llegó a destacar muy sobresalientemente en las pláticas que, durante años, dirigía a la gente en el célebre Hyde Park Corner. Pero sus libros lo colocan en un lugar privilegiado como escritor. Junto con su esposa Masie Ward fundó la Editorial Sheed and Ward, una de las más prestigiosas de lengua inglesa.
En su libro Conocer a Jesucristo, el autor utiliza sus abundantes cualidades –gran capacidad de enseñanza, conocimientos teológicos, profundidad espiritual, acogedora humanidad, limpio y elegante estilo– para ofrecer al lector un encuentro personal con la vida del Señor.
Conocer a Jesucristo es, sin duda, una de las más entrañables exposiciones que jamás se han hecho sobre los Evangelios y la personalidad de Jesucristo.
Presentación
Al tomar este libro en tus manos, amigo lector, es posible que lo hayas hecho con una sombra de escepticismo. ¡Otra vida de Nuestro Señor! ¡Con tantas y tan buenas como ya existen! ¿Es que se puede decir algo nuevo sobre Jesucristo?
Comprendo tu escepticismo, pues de Jesús, en efecto, no se puede decir nada nuevo. Está todo dicho en los Evangelios. El que tratara de decir algo más –o algo menos– estaría inventando o tal vez mintiendo.
No, no se trata de eso. De lo que se trata es de conocerle mejor, de profundizar en ese conocimiento a partir del único retrato auténtico que de Él tenemos: los cuatro Evangelios. Ahora bien, ¿los conocemos a fondo? ¿Los hemos leído y meditado cuidadosamente? ¿Hemos sacado de esa lectura todo su provecho? Mucho me temo que la respuesta, si es sincera, tenga que ser humilde. Entre otras cosas, porque los evangelios son prácticamente inagotables, ya que encierran un profundo misterio. Si ya es difícil conocer de verdad, a fondo, la personalidad de un hombre, por verídicos y exactos que sean los datos que sobre él tenemos, ¡cuánto más lo será conocer la de un Hombre que es Dios al mismo tiempo! Tanto más cuanto que, en este caso, no basta con eso. Si Dios no ilumina nuestra mente, si no proyecta su Luz sobre esos datos que conocemos, jamás seremos capaces de interpretar correctamente el misterio de Jesucristo.
Es posible, pues, profundizar más y más en el misterio de su vida, y esto es lo que ha hecho, a mi juicio, el autor de este libro.
Quizá algunos lectores ya conozcan el nombre de Frank J. Sheed, pues muchas de sus obras de espiritualidad han sido traducidas al castellano: «Teología y Sensatez», «Sociedad y Sensatez», «Teología para todos», «Un mapa de tu vida», «Comunismo y Hombre», son algunos de los títulos que recuerdo. A quien las haya leído, seguramente le habrá impresionado, como a mí, la claridad de este autor inglés, su buen humor, la amenidad de que hace gala en todo momento y, sobre todo, ese sentido común anglosajón que imanta y que convence.
Tales virtudes de su prosa y de su intelecto brillan especialmente en esta obra, quizá la más importante de Sheed. Por el tema lo es indudablemente, pues para un cristiano nada tiene más importancia que conocer a Jesucristo, ya que «no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual podamos salvarnos» (Hechos, 4, 12).
Evidentemente, el autor no ha partido de cero. Fundamenta toda su obra en los Evangelios –no podía ser de otra manera–, pero también en el Magisterio de la Iglesia, pues ya hemos dicho que sólo si Dios nos ilumina seremos capaces de interpretar correctamente el misterio de Cristo, presente en los Evangelios. Ahora bien, el católico –y Frank J. Sheed lo es– sabe que esa Luz divina ha sido confiada por el mismo Cristo a su Iglesia y sólo en comunión con ella y con lo que ella enseña podemos estar seguros de que la que ilumina nuestra mente viene de Dios y no es producto de nuestro capricho o de nuestro ingenio. Sheed, por lo tanto, no se plantea, en lo fundamental, interrogantes, dudas o problemas. El punto de partida son los dogmas definidos por la Iglesia. Lo estupendo es que Sheed nos descubre, poco a poco, que todos esos dogmas están en los Evangelios, que quien niega alguno de ellos es que no los ha leído, los ha mutilado o los interpreta arbitrariamente.
Creo que merece la pena destacar otra característica de esta obra: su ausencia de florituras y adornos más o menos «piadosos». El lector puede estar tranquilo: no se trata de una obra «devota» en el sentido peyorativo del término. No destila gazmoñería alguna. Es, eso sí, vibrante, tensa, pero siempre contenida y en algunos casos lacónica. Yo diría que es una obra realista; Sheed trata el tema con el rigor mental y el acervo de conocimientos con que un especialista aborda un tema científico, pero también con la amenidad y sencillez de un buen maestro. Es sorprendente la facilidad del autor en el manejo de las citas, de los datos, de las concordancias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. La mentalidad anglosajona es fundamentalmente experimental, práctica, y Sheed aplica esa misma mentalidad al tema. Lo que pasa es que así como algunos sólo reconocen una realidad –la material–, y una experiencia –la de los sentidos–, Sheed sabe –lo sabe, no es que esté convencido de ello– que hay una realidad y una experiencia sobrenaturales, mucho más reales y más auténticas que las del mundo físico. Del reconocimiento de las mismas se deriva el sano realismo de esta obra.
Pero también de otro hecho: Sheed es un cristiano corriente, un seglar, un laico –que tiene, eso sí, una sólida formación doctrinal–, y emplea el lenguaje de la calle, el que usa todo el mundo para hablar de sus cosas. ¿Por qué iba a utilizar un idioma distinto para hablar de Jesucristo, que es lo más suyo? Esta lógica, que desgraciadamente no siempre emplean los cristianos cuando hablan de Dios, dota a esta obra de una lozanía espléndida.
Una última palabra sobre la traducción: el lenguaje de Sheed, siempre coloquial, expresivo y directo, que a primera vista parece que debería facilitar la traslación al castellano, ha sido la mayor dificultad con que he topado. De una parte, porque existe un lenguaje filosófico y teológico ya acuñado en nuestro idioma y no siempre es fácil sustituirlo por otro más sencillo; de otra, porque el estilo coloquial inglés está más lejos del castellano que el culto, y sus giros idiomáticos son a veces casi intraducibles. He procurado salvar ambos escollos, no sé si con éxito completo. En cualquier caso, he preferido siempre sacrificar la brillantez a la fidelidad, mantenerme lo más cerca posible del pensamiento del autor y de su forma de escribir, aun a riesgo de parecer torpe y reiterativo.
Creo sinceramente, amigo lector, que te encuentras ante una obra fuera de serie –extra-ordinaria–, tanto por la forma como por el contenido. Ojalá cuando la hayas leído estés de acuerdo conmigo.
Me vienen a la mente unas palabras de Monseñor Escrivá de Balaguer en Camino (382): «Al regalarte aquella Historia de Jesús, puse como dedicatoria: “Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo”». Permíteme, pues, que te ofrezca esta modesta traducción de una obra que, seguramente, te ayudará muchísimo a encontrar a Jesucristo. Y a amarle, por supuesto.
Joaquín Esteban Perruca
Introducción
Este libro no es una Vida de Jesús. Hay muchas cosas de la vida de Cristo que ignoramos y los relatos de que disponemos sobre los dos o tres luminosos años de su vida pública fueron escritos por hombres que no pretendían ser biógrafos.
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