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Mary Karr - El club de los mentirosos

Aquí puedes leer online Mary Karr - El club de los mentirosos texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1995, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Mary Karr El club de los mentirosos
  • Libro:
    El club de los mentirosos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1995
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El club de los mentirosos: resumen, descripción y anotación

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AGRADECIMIENTOS

Amanda Urban, mi agente en ICM, fue la primera persona que me animó a escribir la propuesta para este libro. Posteriormente Nan Graham compró los derechos para Viking. Su labor como editora, buena amiga y apasionada entusiasta tiene para mí un valor incalculable. Y lo mismo digo de Courtney Hodell, también de Viking. Mi hermana, Lecia Harmon Scaglione, corroboró la veracidad de lo que escribí. James Laughlin, de New Directions, me dio un necesario empujón. Tobias y Catherine Wolff, como lectores últimos, trabajaron con rapidez y sagacidad sin esperar nada a cambio. Les doy las gracias por todo.

Gracias también a la Mrs. Giles Whiting Foundation por ese premio para escritores que tanta falta me hacía, y al Mary Ingraham Bunting Institute de la Universidad de Radcliffe por la beca.

Mi madre no leyó este libro hasta que no estuvo terminado. Sin embargo, durante dos años ha respondido sin rechistar a todas mis preguntas, por teléfono o por carta, y ha realizado pesquisas para mí incluso estando ya enferma. Me ha animado sin reservas para que llevara a cabo mi labor, a pesar de que buena parte de la historia le resulta dolorosa. Su valentía es encomiable. Su apoyo lo ha sido todo.

Tenemos todos nuestros secretos y nuestras necesidades por confesar. Podemos recordar cómo, durante nuestra niñez, los adultos al principio eran capaces de ver claro en nosotros, traspasarnos con la mirada, y qué gran hazaña fue para nosotros cuando, llenos de miedo y temblando, pudimos decir nuestra primera mentira y hacer, para nosotros mismos, el descubrimiento de que estamos irremediablemente solos respecto a algunas cosas, y saber que dentro de nuestro propio terreno solo pueden verse las huellas que dejan nuestros pies.

R. D. LAING, El yo dividido

Para Charlie Marie Moore Karr

y J. P. Karr,

que me enseñaron a amar

los libros y las historias, respectivamente

EPÍLOGO

El día que conocí a Mary Karr me quedé, sinceramente, con la boca abierta. Mary no era como me la esperaba, aunque no es que partiera de ninguna idea preconcebida. Había leído todos sus libros y conocía a grandes rasgos su biografía —inclusive todos los cotilleos que pude reunir, que en el mundillo literario son pocos hasta cuando se trata de una autora superventas y especialmente dinámica—, e incluso había visto sus fotos promocionales, así que en realidad no tengo muy claro a qué vino tanta sorpresa salvo por algo que, a falta de una definición mejor, llamaré «su esencia».

Estaba yo en medio de una fiesta, perdida, angustiada y sudorosa entre un montón de personas que ciertos bichos raros eruditos podrían calificar de «grandes figuras» cuando de pronto noté una palmadita firme en el hombro. Me di la vuelta y descubrí a una morena bajita y sonriente quince centímetros más cerca de mi cara de lo que dictan las convenciones sociales. «Soy Mary Karr. Te adoro, cariño».

Mi reacción se pareció bastante a eso que antiguamente llamaban «desvanecimiento». Mareada perdida, me embelesaron sus palabras, su actitud y —pese a mi no-deseo de definir a las autoras por su aspecto— su belleza. No es que no esperase que fuera guapa, pero puede que, por el hecho de conocer los muy comentados desafíos de su infancia y los ecos que estos tuvieron en su vida adulta, esperara una persona un poquito más demacrada. ¿Enrojecida, quizá? ¿Quemada tanto por el abrasador sol texano como por la experiencia? Y, sin embargo, allí estaba, alegre y radiante como una niña de doce años en un parque. «¿Quieres ser mi amiga?».

No habían pasado ni diez minutos cuando decidimos documentar nuestra feliz interacción con un selfie, por echar mano de la terminología de nuestros tiempos. «¡Venga, que no se diga!», aconsejó Mary justo antes de pulsar el botón.

La única conclusión a la que pude llegar fue que contar la verdad te conserva eternamente joven.

Y todos los miembros del club de quienes adoramos El club de los mentirosos y sus libros hermanos sabemos que Mary Karr ha hecho de contar la verdad no solo su sustento. También lo ha convertido en su arte. Seguro que alguna tesis habrá destacado ya la genialidad e ironía que supone meter la palabra «mentiroso» en el título de un libro que no hace sino contar una verdad detrás de otra. Al describir su niñez, casi cómica en su tragedia implacable, Karr manda un mensaje fundamental: no solo la verdad te hará libre a ti, sino que también abrirá el camino para que otros hagan lo propio.

No me sorprendería si se revelase que el setenta y tres por ciento de las memorias escritas en las dos últimas décadas son el producto de una serie de apasionados lectores de El club de los mentirosos que un día se dijeron: «Oye, esto lo puedo hacer yo». Al fin y al cabo, son infinitas las historias macabras de infancia que puede una escuchar si presta atención: en la bodega, en el bar, en cualquier reunión de alcohólicos anónimos. Antes, la tradición dictaba que había que silenciar esas historias, como hizo la inolvidable madre de la autora hasta que ya era sexagenaria. Pero el rechazo de Karr a reprimirse, su rechazo a mentir, nos señala que esos tiempos ya han quedado atrás. De aquí en adelante se hará la luz.

Por lo tanto, no me sorprende que, dondequiera que vaya, Mary se convierta en paño de lágrimas y confidente de la gótica verdad de las vidas de millares de personas que ni conoce ni probablemente volverá a ver nunca más. Puede que no fuera su intención, pero su obra deja claro que es lo bastante fuerte para asumir ese papel.

Sin embargo, el problema de El club de los mentirosos es que su autora hace que parezca todo facilísimo. Mary maneja el lenguaje con la soltura de una poeta, precisamente porque lo es: suelta palabras que tradicionalmente no deberían aparecer y crea para ellas usos novedosísimos. Es una comediante nata, se mueve con el tempo de una monologuista y el vigor de una reina del vodevil. Y posee una perspicacia sin límite, rememora la niñez con la generosidad cristalina de quien observa desde un hipotético cielo. De ahí que su libro, tan sincero, resulte ser un bonito engaño: hace que parezca fácil lo más difícil que hay, es decir, contar tu propia historia y conseguir que alguien la escuche. La familia de Mary no podía ocultar sus trapos más sucios a los vecinos. Ahora, Mary no quiere ocultarlos. Ni nosotros tampoco.

Y tengo la certeza de que el culto hacia Mary Karr ha dado algunos resultados espectaculares, no solo en el ámbito literario sino también en vidas reales. Para cierto grupo de veinteañeras, el consumo de El club de los mentirosos, y su adoración, es tan ritual de transición como forma de autoidentificación. El término sobreexposición (del que no soy muy forofa por las connotaciones de género y del mundo de internet al que se asocia) está creado a la medida de las chicas, de las personas, que han leído y han seguido el ejemplo de Mary Karr. Ella ha favorecido la liberación de sentimientos complejos, el uso de un lenguaje heterodoxo, la posibilidad de que la poesía del dolor forme parte de la amistad entre mujeres jóvenes. Incluso quienes todavía no han leído sus libros se benefician de sus repercusiones.

Mi tía abuela escribió unas memorias antes de morir, teóricamente para que toda la familia fuera consciente de lo mucho que había cambiado el mundo desde que ella naciera en 1905, aunque en realidad lo hizo con la intención de revelar la triste verdad de ser una mujer joven en una ciudad concebida para varones, con unos padres que le ocultaban los abrumadores hechos de su realidad. Mi tía se expresaba con palabras llanas y secas, con apenas una sombra del sentido del humor que la caracterizaba cada vez que te sentabas con ella en una silla plegable frente al muelle. Cuando leí el libro, impreso en una copistería y cutremente encuadernado, pensé: «Es Mary Karr sin las palabras. Es Mary Karr sin las armas».

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