Maria Pilar Queralt del Hierro - Protagonistas de la Historia: Anécdotas y curiosidades con nombre de mujer

Protagonistas de la historia
Anécdotas y curiosidades
con nombre de mujer

María Pilar Queralt del Hierro

PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA
ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES CON NOMBRE DE MUJER

María Pilar Queralt del Hierro

La mujer ha sido la gran relegada de los libros de historia, lo que no quiere decir que no haya tenido una importancia decisiva en el devenir de la humanidad tanto como protagonista como desde un segundo plano. Así lo demuestran una serie de anécdotas o curiosidades que revelan su ingenio, su astucia o su consejo en el ámbito privado y en las grandes gestas de la humanidad.

Este libro recoge una extraordinaria tarea de recopilación histórica en la que la mujer es la gran protagonista. Desde emperatrices y reinas, pasando por las grandes rivalidades entre mujeres de distintas épocas, cortesanas, pensadoras, artistas y escritoras.

ACERCA DE LA AUTORA

María Pilar Queralt del Hierro es historiadora y escritora. Impartió clases de Historia de España Contemporánea en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universitat Autònoma de Barcelona de donde pasó a implicarse en el mundo editorial como coordinadora y editora de proyectos. Especializada en el estudio de las grandes figuras femeninas de la historia, ha publicado, entre otros, los ensayos divulgativos Mujeres de vida apasionada, Isabel de Castilla, Reinas en la sombra o Las mujeres de Felipe II: amor y deber en la casa del rey , por el que obtuvo el Premio Algaba de Biografía e Investigaciones Históricas. Ha escrito asimismo diversas novelas históricas como Inés de Castro, De Alfonso la dulcísima esposa, La rosa de Coimbra o Las damas del rey , y es colaboradora habitual de diversos medios especializados como Historia y Vida, Historia National Geographic o Muy Historia .

www.facebook.com/Maria.Pilar.Queralt

ACERCA DE LA OBRA

«En cualquier caso, los relatos que conforman este libro intentan paliar este olvido. En ellos faltan muchos de los grandes nombres femeninos que han jalonado los siglos precedentes; solo pretenden ser el cabo del que tirar para desenredar la madeja del papel que la mujer ha tenido en ellos. Así pues, pasen y lean..»

L A AUTORA, EN LA INTRODUCCIÓN

Índice

I.

II.

III.

INTRODUCCIÓN

E n el paso del siglo XVI al XVII el historiador francés Pierre de Bourdeille, señor de Brantôme, escribió dos obras de carácter biográfico donde retrataba a diversas mujeres con las que se había relacionado, entre ellas Margarita de Valois y Catalina de Médici: Vie des dames illustres (Vida de las damas ilustres) y Vie des dames galantes (Vida de las damas galantes). Pese a la distinción moralista de los títulos, en ambas aseguraba que la mujer perfecta debía tener treinta bellezas: «Tres cosas blancas: la piel, los dientes y las manos; tres negras: los ojos, las cejas y las pestañas; tres rojas: los labios, las mejillas y las uñas; tres largas: el cuerpo, los cabellos y las manos; tres cortas: los dientes, las orejas y los pies; tres anchas: el pecho, la frente y el entrecejo; tres estrechas: la boca, la cintura y los tobillos; tres gruesas: el brazo, los muslos y las pantorrillas; tres sutiles: los dedos, los cabellos y los labios, y tres pequeñas: los pezones, la nariz y la cabeza».

Tal aseveración ponía al descubierto lo poco que le importaban los valores intelectuales de sus damas, fueran estas ilustres o de vida más o menos licenciosa. Lo más grave es que su opinión no era un hecho aislado. La sociedad de su tiempo, la de los siglos que lo precedieron y la de los que siguieron parecían compartirla. De ahí que, dado que eran escasas las poseedoras de sus «treinta bellezas», si una mujer deseaba sobresalir o simplemente sobrevivir en tal contexto tenía dos opciones: el enfrentamiento abierto o bien el desempeño de aquellos valores que Brantôme y sus congéneres parecían obviar, es decir, ingenio, astucia e inteligencia.

Unos valores que quedaban (y quedan) de manifiesto en infinitas situaciones puntuales que a veces resultan clarificadoras de las capacidades, la inteligencia o la rapidez de reflejos de quienes los protagonizan. Son curiosidades, anécdotas y chispas de ingenio que conforman una historia en minúscula que bien puede matizar la gran historia. La misma que, a menudo, olvida la cara más humana de quienes la han protagonizado, sean nombres y apellidos de prosapia o héroes anónimos. Más clarificadoras son aún en el caso de la mujer, siempre reservada de forma impuesta o voluntaria a un segundo plano en el ámbito social que le tocó vivir.

¿Acaso no se descubre a una Victoria I de Inglaterra más verdadera cuando la imaginamos llamando a la puerta de su esposo en busca de una reconciliación conyugal que cuando pasaba solemne revista a sus tropas? ¿No se evidencia la ambición de Eugenia de Montijo al saber que frenó la pasión de un enardecido Napoleón III con el fin de ser coronada emperatriz de los franceses? ¿No se adivina un enorme heroísmo en aquellas mujeres que durante el Sitio de Gerona por las tropas napoleónicas conformaron el primer batallón militar femenino, la Compañía de Señoras Soldado de Santa Bárbara? ¿No es revelador del estatus social femenino que se ignore que Hedy Lamarr, un nombre inolvidable del star system de Hollywood, fue, además de una actriz bellísima, una científica solvente cuyos trabajos son el antecedente directo del actual wifi? ¿Acaso es de dominio público que la primera novela de la historia la escribió la japonesa Murasaki Shikibu?

Pero lamentablemente existen grandes dificultades a la hora de recopilar anécdotas protagonizadas por mujeres, otro dato más que confirma la ínfima atención que la historiografía ha prestado al sexo femenino. Valga decir como ejemplo que en un anecdotario dedicado a las mejores plumas de todos los tiempos, entre más de doscientas anécdotas solo tres están protagonizadas por mujeres. Una ratio que aún es menor cuando se trata de otros ámbitos como la filosofía o las ciencias.

En cualquier caso, los relatos que conforman este libro intentan paliar este olvido. En ellos faltan muchos de los grandes nombres femeninos que han jalonado los siglos precedentes; solo pretenden ser el cabo del que tirar para desenredar la madeja del papel que la mujer ha tenido en ellos. Así pues, pasen y lean.

V alientes, transgresoras y voluntariosas. Así fueron aquellas mujeres que no dudaron en romper el corsé que la sociedad les imponía y decidieron desempeñar unos papeles que hasta entonces les estaban vedados. Desde la milicia, la política o el desarrollo de ideas novedosas, muchos nombres femeninos supieron incorporarse a la historia y, lo que es más importante, cambiar la sociedad aun a costa de dejarse la piel en el empeño.

Así, aunque tradicionalmente se ha considerado que la mujer tiende a buscar el consenso antes que el enfrentamiento armado, desde la más remota Antigüedad hubo mujeres que empuñaron las armas. Muchas veces obligadas por circunstancias concretas cuando, con la mayor parte de hombres en el frente, hubieron de defender ciudades sitiadas. Ese fue el caso, por ejemplo, de las heroínas españolas durante la Guerra de la Independencia. Pero también hubo algunas que tomaron el camino de las armas por una decidida vocación militar, una —entonces— insólita opción que las llevó a tener que vestirse de hombre para disfrazar su condición femenina.

Fue esa una estratagema repetida también en batallas menos cruentas, como la que hubo de emplear Concepción Arenal para poder pisar las aulas universitarias, o aquellas viajeras románticas que, desde el siglo XVIII , despreciaron las presiones sociales de su entorno, que calificaban de «inconveniente» el hecho de que una mujer recorriera el mundo en solitario y por propia iniciativa. Desafiando las convenciones sociales, no solo de su ambiente de procedencia sino de los lugares de destino, Frances Erskine Inglis o Alexandra David-Néel, por ejemplo, emprendieron viaje a tierras lejanas en busca de su propia identidad, y por huir de una sociedad que las consideraba meros objetos decorativos y les negaba cualquier posibilidad de autodeterminación.