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Modesto Lafuente - Historia General de España - V

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Modesto Lafuente Historia General de España - V

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Esta monumental obra se publicó en 29 volúmenes entre 1850 y 1866, año en que muere su autor, Modesto Lafuente.

En este quinto volumen (edición de 1889) comienza en Aragón con el reinado de Pedro IV el Ceremonioso (1335-1387) y termina con la muerte de Fernando I el de Antequera (1410-1416). En Castilla tras el reinado de Pedro el Cruel (1350-1356) se instaura la dinastía de los Trastamara con Enrique II el Bastardo (1369-1379) terminando con la declaración de la mayoría de edad de Juan II el 7 de marzo de 1419.

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Modesto Lafuente

Historia General de España - V

Historia General de España 05

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PARTE SEGUNDA EDAD MEDIA LIBRO TERCERO CAPÍTULO XII CASTILLA EN LA PRIMERA - photo 3

PARTE SEGUNDA EDAD MEDIA LIBRO TERCERO CAPÍTULO XII CASTILLA EN LA PRIMERA - photo 4

PARTE SEGUNDA

EDAD MEDIA

LIBRO TERCERO

CAPÍTULO XII

CASTILLA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIV

De 1295 a 1350

Reinados de menor edad. Inconvenientes y ventajas de la sucesión hereditaria para estos casos. I.—Reinado de Fernando IV.—Causas de las turbaciones que agitaron el reino.—Antecedentes y elementos que para ello había.—Cómo fueron desapareciendo, y a quién se debió.—Justo elogio de la reina doña María de Molina.—Fidelidad de los concejos castellanos.—Célebre Hermandad de Castilla. Su objeto, consecuencias y resultados.—Alianza del trono y del pueblo contra la nobleza.—Influencia del estado llano.—Espíritu de las cortes y frecuencia con que se celebraron en este tiempo. II.—Reinado de Alfonso XI.—Estado lastimoso del reino en su menor edad.—Juicio crítico de la conducta de este monarca cuando llegó a la mayoría.—Júzgasele como restaurador del orden interior.—Como guerrero y capitán.—Influencia de sus triunfos en el Salado y Algeciras en la condición y porvenir de España. III.—Progreso de las instituciones políticas. Elemento popular. Derechos, franquicias y libertades que ganó el pueblo en este reinado.—Cómo fueron abatidos y humillados los nobles.—Solemnidad, aparato, orden y ceremonia con que se celebraban las cortes.—Alfonso XI como legislador. Cortes de Alcalá: Reforma en la legislación de Castilla. El Ordenamiento: los Fueros: las Partidas: en qué orden obligaba cada uno de estos códigos. IV.—Estado de la literatura castellana en este periodo.—El poema de Alejandro.—Obras literarias de don Juan Manuel: el conde Lucanor.—Poesías del arcipreste de Hita.—Crónicas.—Comparaciones.

Una de las calamidades que pesaron más sobre la monarquía castellana y entorpecieron más su desarrollo, fueron las frecuentes minorías de sus reyes. Es ciertamente una de las eventualidades más funestas a que está sujeto el principio de la sucesión hereditaria. Mas al través de estas y otras contingencias desfavorables al orden social e inherentes a la institución, compénsalas con tal exceso otras tan reconocidas ventajas, que una vez supuesto el orden en un estado, es su mejor salvaguardia contra las turbulentas pretensiones de los ambiciosos y el más fuerte dique en que vienen a estrellarse los desbordamientos de la anarquía; a tal extremo, que desde que se estableció en España aquel saludable principio, aún en las agitaciones de las minoridades de los reyes nadie se atrevió a volver a invocar como remedio la monarquía electiva. Tal aconteció en los dos reinados consecutivos de Fernando IV y Alfonso XI que abarca el periodo que examinamos. Hay ideas que una vez adquiridas van formando otras tantas bases que sirven de cimiento al régimen de las sociedades.

I . No extrañamos el furor con que se desarrollaron las ambiciones en el reinado de Fernando IV. La preparación venía de atrás; y la menor edad del rey no fue la causa, sino una circunstancia de que se aprovechó la nobleza, y que la hizo, si no más pretenciosa, por lo menos más audaz. Los príncipes de la real familia; los magnates poderosos; aquellos codiciosos e inquietos infantes, don Juan, don Enrique y don Juan Manuel; aquellos indómitos señores; don Juan de Lara, don Diego y don Juan Alfonso de Haro, que se habían atrevido con un monarca del temple de don Sancho el Bravo, ¿cómo no habían de envalentonarse al ver al frente del reino un niño y una mujer? No es, pues, de maravillar el desorden, la confusión y anarquía en que tantos revoltosos pusieron el reino: y gracias que, no había entre ellos unidad de miras; que a haberla, como en Aragón, algo mayor hubiera sido todavía el conflicto del trono. Pero pretendiendo el uno la corona, limitando el otro sus aspiraciones a la regencia, concretándose los demás al aumento de sus particulares señoríos, o a usurpar los que otros poseían, y no entendiéndose entre si, todos pretendientes y todos rivales, daban lugar, y ocasión a que un genio sagaz y astuto, estudiando sus particulares intereses, los dividiera más y los quebrantara.

A estos elementos de turbación se agregaron otros todavía más poderosos y más terribles. El tierno monarca y su prudente madre vieron conjurados contra si todos los soberanos, los de Francia y Navarra, los de Granada y Portugal. Se invoca nuevamente el derecho, y se alza de nuevo el pendón de los infantes de la Cerda. Entre unos y otros se reparten buenamente la Castilla, como si fuese un concurso de acreedores, y cada cual se adjudica la porción que más le conviene. El territorio castellano se ve a la vez invadido por franceses y navarros, por aragoneses, portugueses y granadinos. Uno de los caudillos del ejército confederado, es el infante aragonés don Pedro, a quien le han sido aplicadas las ciudades fronterizas de Castilla y Aragón. Otro de sus capitanes es el perpetuamente rebelde infante castellano don Juan, que en Sahagún se hace proclamar rey de León, de Galicia y de Sevilla. ¿Quién conjurará tan universal tormenta? Imposible parecía que el pobre trono castellano pudiera resistir a los embates de mar tan proceloso y embravecido.

Y sin embargo, se ve ir calmando gradualmente las borrascas, se ve ir desapareciendo los nubarrones que ennegrecían el horizonte de Castilla, se ve ir recobrando su claridad el hermoso cielo castellano. El infante don Pedro de Aragón sucumbe con sus más esclarecidos barones en el cerco de Mayorga, y la hueste aragonesa se retira conduciendo en carros fúnebres los restos inanimados de sus más bravos adalides. El rey de Portugal retrocede a sus estados casi desde las puertas de Valladolid. El infante don Juan se reconcilia con su sobrino, deja el título de rey de León, y reconoce por legítimo rey de Castilla a Fernando IV. Alfonso de la Cerda renuncia también a la corona, y se somete a recibir algunos pueblos que le dan en compensación. Fíjanse por árbitros los límites de Aragón y de Castilla. Guzmán el Bueno salva a Andalucía de las imprudencias de don Enrique, y sigue defendiendo a Tarifa contra el emir granadino. El papa legitima los hijos de la reina. Fernando IV de Castilla casa con la princesa Constanza de Portugal: queda en pacífica posesión de su corona; desaparece la anarquía, y disfruta de quietud y de sosiego el reino castellano.

¿Quién había obrado todos estos prodigios? ¿Cómo han podido irse disipando tantas nubes como tronaban en derredor del niño rey? ¿Cómo de la más espantosa anarquía se ha ido pasando o una situación, si no de completa bonanza, por lo menos comparativamente apacible y serena?

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