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Manuel Vicent - Antitauromaquia

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Manuel Vicent Antitauromaquia
  • Libro:
    Antitauromaquia
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2001
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Antitauromaquia: resumen, descripción y anotación

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Cuando uno ha nacido y crecido rodeado de corridas capeas y encierros de toros - photo 1

Cuando uno ha nacido y crecido rodeado de corridas, capeas y encierros de toros por todas partes puede creer que esta costumbre bárbara es algo natural, pero llega un momento en que se experimenta una revelación. Manuel Vicent también fue en su niñez y juventud uno de tantos españoles que gozó de la fiesta nacional hasta que un día descubrió su miseria. «Cuando uno vuelve al lugar de aquellos juegos taurinos que le hicieron tan feliz y contempla a otros niños embruteciéndose con el mismo juego, de pronto, a uno se le abren los ojos y se le presenta con toda nitidez la crueldad humana —dice Manuel Vicent en el prólogo a este alegato antitaurino—. La mirada se transforma y el estómago sufre un vuelco y entonces se inicia una lenta conversión».

Nadie tiene derecho a gozar haciendo sufrir a los animales. Nadie tiene derecho a convertir en espectáculo festivo y moral la muerte de un toro. En este principio se basa esta Antitauromaquia, que no es un arte de torear al revés, sino una apuesta por no tarear a nada ni a nadie y salvarse de la crueldad.

Ilustraciones de OPS.

Manuel Vicent Antitauromaquia ePub r10 FLeCos 140816 Título original - photo 2

Manuel Vicent

Antitauromaquia

ePub r1.0

FLeCos 14.08.16

Título original: Antitauromaquia

Manuel Vicent, 2001

Ilustraciones: Andrés Rábago García (OPS / El Roto)

Editor digital: FLeCos

ePub base r1.2

CULTURA O BARBARIE 1 DESDE que Fernando VII el felón cerró la universidad y - photo 3

CULTURA O BARBARIE

1 DESDE que Fernando VII, el felón, cerró la universidad y, para compensar, abrió la Escuela de Tauromaquia, los españoles se dividen en dos: los que creen que la cultura y el desarrollo de la sensibilidad acabarán un día con la corrida de toros y los que piensan que la fiesta nacional es, en sí misma, una forma de cultura que sintetiza los valores de una raza, una gallarda manera de ser y de enfrentarse a la vida. Para algunos el toreo es una práctica derivada de un mito religioso que todavía conserva parte de su antigua magia, y a la mínima discusión ciertos intelectuales sacan a pastar al buey Apis o se meten en el laberinto de Creta, aquella especie de coso donde el héroe Teseo le pegó unas verónicas al Minotauro como si fuera el diestro Cagancho. En cambio, otros, sin negar el fundamento e importancia del toro en las ceremonias genésicas de la mitología clásica, creen que aquel rito ha quedado reducido hoy a un espectáculo sin sentido, lleno de crueldad, de señoritismo y flamenquería, espejo de miseria social y gloria de almanaque.

CURAS, CASTIZOS E ILUSTRADOS

2 LA polémica taurina viene de muy atrás. Sin necesidad de remontarse a los padres del cristianismo que abominaban de la lucha con las fieras en el circo, fue san Pío V quien en 1567 se decidió a prohibir explícitamente por primera vez las corridas y alanceamientos de toros mediante la famosa bula Salute Gregis, «por ser estos espectáculos torpes y cruentos muy contrarios a la caridad cristiana», y a esta prohibición siguieron innumerables anatemas y excomuniones de obispos, patriarcas y primados contra los protagonistas de esta juerga popular. Felipe II, un rey absolutamente negro y taurino como no podía ser de otra forma, consiguió neutralizar estas embestidas de la Iglesia y puso de su parte a Gregorio XIII, el cual, apenas diez años después, lanzó la bula contraria, Expone Nobis, para dar rienda suelta a la lidia con objeto de contentar a la plebe. Los papas, prelados y abades se arrojaron bulas, edictos y exhortos a la cabeza en uno y en otro sentido, siempre proveyendo la salud de las almas, pero la polémica taurina no se inició de forma metódica y científica hasta que en el siglo XVIII un grupo de ilustrados creó el movimiento regeneracionista de España, que puso en primer plano la controversia de los toros. Desde entonces ha persistido hasta nuestros días.

A lo largo de esta historia algunos escritores y filósofos, tan adustos de pensamiento como duros de estómago, se han alineado en favor de la lidia, y muchos poetas, amasando sus versos con sangre de res, excelente también para fabricar morcillas, han dedicado su inspiración a las verónicas de alhelí y al perfil de la muerte a las cinco de la tarde. Y en eso estamos todavía.

Pero de otro lado ha existido siempre una corriente europeísta de españoles sensibles, que arranca de los afrancesados, pasa por el krausismo, la Institución Libre de Enseñanza, la Generación del 98 y los liberales republicanos de 1914, que se ha enfrentado abiertamente a la fiesta de los toros por ver en ella un símbolo de nuestra decadencia moral. Esta polémica fue interrumpida por la Gran Corrida de julio de 1936 cuando los españoles decidieron torearse a fondo entre ellos hasta matarse.

LA REINA QUE NO SE LAVABA LA CAMISA 3 PESE a que juró no cambiarse de camisa - photo 4

LA REINA QUE NO SE LAVABA LA CAMISA

3 PESE a que juró no cambiarse de camisa hasta que conquistara Granada, cosa muy castiza, la reina Isabel la Católica no era partidaria de la fiesta de los toros, que en su tiempo ya estaba muy arraigada. En una carta le manifiesta a su confesor fray Hernando de Talavera: «de los toros sentí lo que vos decís, aunque no alcancé tanto; mas luego allí propuse con toda determinación de nunca verlos en toda mi vida, ni ser en que se corran y no digo prohibirlos porque esto no es para mí a solas». Debió añadir: «me lavaré la camisa pero no cejaré, como en Granada, hasta que no desaparezcan de mi vista esos innobles festejos». Pero no. Desde entonces, a través de los siglos, todos los gobernantes han jugado a la demagogia de presidir esta tortura y muerte de reses bravas con la cara feliz y nunca de asco. Ver a un rey de España en barrera aplaudiendo una estocada tiene un morbo patibulario.

UN SUEÑO MUY HIGIÉNICO

4 LOS españoles ilustrados tuvieron una vez un sueño: imaginaron que el abismo abierto entre España y Europa podía ser salvado un día con la lenta conquista de los valores racionales de la cultura y la higiene. No eran muchos pero se pasaban el testigo a través de las generaciones, y, aunque parecían unos tipos raros dentro del fanatismo general, en realidad algunos de ellos gozaban de gran prestigio, ejercían cargos públicos, se dedicaban a la enseñanza o estaban al frente de logias y academias. Gaspar de Jovellanos, Moratín, Valera, Larra, Costa, Ganivet, Clarín y otros pensadores progresistas tenían una labor muy ardua por delante: ir deshaciendo la dura costra que el atraso y la superstición habían formado en la conciencia de la sociedad española. La ignorancia nunca se halla muy apartada de la crueldad. Uno de los ingredientes de aquella España irracional lo constituía el culto a la muerte sin que ese rito se hubiera separado nunca de la violencia cotidiana y en la mayoría de los casos también de la miseria. Había un Dios feroz arriba que se nutría de oraciones y blasfemias; abajo se extendían las dehesas donde pastaba el toro bravo esperando ser sacrificado públicamente entre gritos en honor al genio de la raza. La bravura en los hombres y en las reses era lo más respetado.

TOROS, PROTEÍNAS Y DEMOCRACIA

5 PERO aquella era una España ratonera, de modo que conviene saber si la fiesta nacional es compatible hoy con una democracia razonable; si un país con una dieta adecuada de proteínas, cuarto de baño en las casas, mantequilla en el desayuno, plena escolaridad, trenes de alta velocidad, autopistas, conciertos de

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