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José Saramago - Las pequeñas memorias

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José Saramago Las pequeñas memorias
  • Libro:
    Las pequeñas memorias
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2006
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Las pequeñas memorias: resumen, descripción y anotación

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José Saramago recuerda su existencia desde los cuatro a los quince años pero - photo 1

José Saramago recuerda su existencia desde los cuatro a los quince años; pero no lo hace desde el punto de vista privilegiado del adulto que es: apoyándose en su prodigiosa capacidad narrativa, vuelve a convertirse en el niño que fue para explicar al mundo quién es y, sobre todo, por qué es… Un retorno a los orígenes de su vida y al disfrute de una niñez recobrada a través de la escritura.

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José Saramago

Las pequeñas memorias

ePub r1.0

German25 15.08.15

Título original: As pequenas memórias

José Saramago, 2006

Traducción: Pilar del Río

Diseño de cubierta: Manuel Estrada

Editor digital: German25

ePub base r1.2

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A Pilar, que todavía no había nacido

y que tanto tardó en llegar

JOSÉ SARAMAGO Azinhaga Portugal 1922 - Tías España 2010 Narrador y - photo 4

JOSÉ SARAMAGO (Azinhaga, Portugal, 1922 - Tías, España, 2010). Narrador y ensayista portugués. Nacido en el seno de una familia de labradores y artesanos, José Saramago creció en un barrio popular de Lisboa. Su madre, analfabeta, inculcó en él la sed de saber y le regaló su primer libro. A los quince años abandonó los estudios por falta de medios y tuvo que ponerse a trabajar de cerrajero. Luego se desempeñó en una caja de pensiones y más tarde se dedicó al periodismo, la labor editorial y la traducción. Colaborador de diversos periódicos y revistas, entre ellos Seara Nova, fue también codirector del Diario de Noticias en 1975. Se adhirió al Partido Comunista Portugués, por lo que sufrió censura y persecución durante la dictadura de Salazar. En 1974 se sumó a la Revolución de los Claveles.

La obra de José Saramago se caracteriza por interrogar la historia de su país y las motivaciones humanas en relatos donde la historia se mezcla con la ficción y con lo que podría haber sido, siempre a través de la ironía y al servicio de una aguda conciencia social.

Se dio a conocer en 1947 con Tierra de pecado, novela de corte realista que no suele incluirse en su bibliografía. Después de un largo período de silencio, en 1966 publicó Los poemas posibles y en 1970 Probablemente alegría, colecciones de poesías en las que renovó con vigor el lenguaje poético tradicional. Pero es en 1975 cuando lo más importante y fecundo de su producción literaria se inicia con El año 1993.

Saramago se consolidó sobre todo como narrador de gran rigor estilístico con la novela Manual de pintura y caligrafía (1976), con los cuentos del volumen Casi un objeto (1978) y sus novelas Alzado del Suelo (1980); Memorial del convento (1981); El año de la muerte de Ricardo Reis (1984) en la que convierte en protagonista de su novela a Ricardo Reis, uno de los heterónimos que empleó en su obra el poeta Fernando Pessoa; La balsa de piedra (1986) e Historia del cerco de Lisboa (1989).

A las anteriores siguieron la obra teatral In nomine Dei (1993) y las novelas El Evangelio según Jesucristo (1991) en que se deja ver el humanismo de Saramago, enfrentado a cualquier planteamiento dogmático; Ensayo sobre la ceguera (1995), en que advirtió sobre «la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron» y Todos los nombres (1997). Mención aparte merecen sus crónicas recogidas en el volumen Viaje a Portugal (1981) y Cuadernos de Lanzarote (1997), un libro curioso en el que, a manera de diario, cuenta la vida cotidiana y reflexiona sobre el ser humano, el espacio y el tiempo.

En 2000 apareció La caverna, relato de resonancias platónicas. En 2002 publicó El hombre duplicado, una reflexión sobre la esencia de la identidad; en 2004, Ensayo sobre la lucidez, que recogió sus reflexiones sobre la democracia actual; en Las intermitencias de la muerte (2005), Saramago respondía a la pregunta: ¿Qué pasaría si la gente dejase de morir? Posteriormente, aparecieron las novelas Las pequeñas memorias (2006), un libro autobiográfico en el que regresó al entorno de su niñez y adolescencia; El viaje del elefante (2008), y Caín (2009), su última novela.

En 1998 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

La madre y los hijos llegaron a Lisboa en la primavera de 1924. En ese año, en diciembre, murió Francisco. Tenía cuatro años cuando una bronconeumonía se lo llevó. Fue enterrado en la víspera de Navidad. Hablando con el mayor rigor, pienso que las llamadas falsas memorias no existen, que la diferencia entre éstas y las que consideramos ciertas y seguras se limita a una simple cuestión de confianza, la confianza que en cada situación tengamos en esa incorregible vaguedad a la que llamamos certeza. ¿Es falsa la única memoria que guardo de Francisco? Tal vez lo sea, pero la verdad es que ya llevo ochenta y tres años teniéndola por auténtica… Estamos en un sótano de la calle E en el Alto do Pina, hay una cómoda debajo de una abertura horizontal en la pared, larga y estrecha, más tragaluz que ventana, rasante con el pavimento de la calle (veo piernas de personas pasando a través de lo que supongo que será una cortina), y esa cómoda tiene dos cajones inferiores abiertos, el último más hacia fuera de manera que hace una especie de escalera con el siguiente. Es verano, tal vez el otoño del año en que Francisco va a morir. En este momento (el retrato está ahí para quien lo quiera ver) es una criatura alegre, sólida, perfecta, que, por lo visto, no tiene paciencia para esperar a que el cuerpo le crezca y los brazos se le alarguen para llegar a lo que se encuentra sobre la cómoda. Es todo lo que recuerdo. Si la madre apareció para cortar de raíz las veleidades alpinas de Francisco, eso no lo sé. Ni siquiera sé si ella estaba en la casa, si habría ido a fregar las escaleras de algún edificio próximo. Si lo tuvo que hacer después, por necesidad, cuando yo ya era lo suficientemente mayor como para comprender lo que pasaba, es más que probable que lo hiciera entonces, cuando la necesidad era mayor. El hermano de Francisco nada podía hacer para amparar en la caída al osado alpinista, en caso de producirse. Debía de estar sentado en el suelo, con el chupete en la boca, con aquel su poco más de año y medio, ocupado, sin que pudiera ni imaginar que lo estaba haciendo, en registrar en cualquier lugar de su pequeño cerebro lo que estaba viendo para poder venir a contárselo después, una vida después, al respetable público. Ésta es, pues, mi memoria más antigua. Y quizá sea falsa…

Falsa, sin embargo, no es la que viene ahora. El dolor y las lágrimas, si pudieran ser llamados aquí, serían testigos de la violenta y feroz verdad. Francisco ya murió, yo tendría, creo, entre los dos y los tres años. Un poco alejado de la casa (todavía estamos viviendo en la calle E), había un montículo de caliza abandonado de alguna obra. A la fuerza (mi débil resistencia de nada podía servirme), tres o cuatro niños ya crecidos me llevaron hasta allí. Me empujaron, me tiraron al suelo, me bajaron los pantalones y los calzoncillos y, mientras unos me sujetaban los brazos y las piernas, otro comenzó a introducirme un alambre en la uretra. Grité, me revolví desesperado, pataleé todo lo que pude, pero la cruel acción proseguía, el alambre penetró más hondo. Tal vez la sangre abundante que comenzó a salir de mi pequeño y martirizado pene me salvara de lo peor. Los mozalbetes se asustaron o simplemente pensaron que ya se habían divertido lo suficiente, y huyeron. No había allí nadie que me auxiliara. Llorando, con la sangre corriéndome piernas abajo, dejando la ropa en el montón de caliza, me arrastré como pude hasta llegar a casa. Mi madre ya había salido a buscarme (no puedo recordar por qué estaba solo en la calle), y cuando me vio en aquel mísero estado se desató en gritos: «¡Ay mi hijo! ¿Quién te ha hecho esto?», pero de nada valían gritos y lágrimas, los culpables ya estaban lejos, a lo mejor no eran de aquel barrio. Sané de las heridas internas con mucha suerte porque un alambre encontrado en un descampado tenía todo para ser, en principio, el mejor camino para el tétanos. Después de la muerte de Francisco, parecía que la desgracia no quería abandonar nuestra puerta. Puedo imaginar la preocupación de mis padres cuando, más adelante, ya con cinco años, con problemas en la garganta, tuvieron que llevarme al hospital donde mi hermano había muerto. Luego se vio que mis padecimientos eran unas simples anginas y sinusitis, nada que no se pudiera tratar en media docena de días, como efectivamente acabaría sucediendo. Se me preguntará cómo soy sabedor de todos estos pormenores después de transcurrido tanto tiempo. La historia es larga pero puede resumirse en pocas palabras. Cuando hace muchos años me vino la idea de escribir los recuerdos y experiencias del tiempo en que era pequeño, tuve presente que debía hablar de la muerte (ya que tan poca vida tuvo) de mi hermano Francisco. Desde siempre venía oyendo en la familia que había muerto en el Instituto Bacteriológico Câmara Pestaña, de angina diftérica, o garrotillo, en palabras de mi madre. Sin embargo, no recuerdo que alguna vez se hablara de la fecha en que se produjo el fallecimiento. Puesto a investigar, escribí al Instituto Câmara Pestaña, de donde amablemente me respondieron que no constaba en sus archivos la entrada de ningún niño de cuatro años con el nombre de Francisco de Sousa. Me enviaron, supongo que para compensar la decepción que me iban a ocasionar, una copia del registro de mi propia admisión el día 4 de abril de 1928 (tuve el alta el 11 del mismo mes), con el nombre de José Sousa, tal cual, es decir, dos veces abreviado. No se ve ni la sombra del Saramago, y, como si esto aún fuera poco, la preposición «de», intercalada entre el José y el Sousa, también había desaparecido. Al menos, gracias a ese papel, supe qué temperaturas tuve en aquellos días de anginas y de sinusitis… Recuerdo con toda nitidez una de las visitas que mis padres me hicieron. Yo estaba en lo que llamaban el aislamiento, por eso sólo nos podíamos ver a través de un cristal. También me acuerdo de que tenía sobre la cama un juguete, un hornillo de barro al que le avivaba la inexistente lumbre con una cáscara de plátano haciendo de soplillo. Era así como lo veía hacer en casa, en verdad no sabía mucho más de la vida…

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