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Jorge Luis Borges - Otras inquisiciones

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Jorge Luis Borges Otras inquisiciones
  • Libro:
    Otras inquisiciones
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
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    2015
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Otras inquisiciones: resumen, descripción y anotación

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Otras inquisiciones es el libro que mejor revela las preferencias de Borges - photo 1

Otras inquisiciones es el libro que mejor revela las preferencias de Borges. Las relecturas de Pascal, Coleridge, Quevedo, Nathaniel Hawthorne, Wilde, Kafka, y de muchos otros escritores, manifiestan su pasión de lector y sorprenden por su original percepción de la realidad. Penetrador de laberintos, Borges incursiona en diversos episodios de la historia de la civilización, la previsión del futuro, la eternidad, el suicidio y la redención, el infinito, la lectura cabalista de la Escritura, los nombres de Dios, el infierno, el panteísmo, la leyenda de Buda, el sabor de los heroico, en las diversas filosofías y literaturas. Con espíritu crítico analiza las múltiples paradojas del universo, la irrealidad del yo, la inconsistencia del tiempo, la naturaleza de los sueños.

Jorge Luis Borges Otras inquisiciones ePub r11 Moro 280215 Título - photo 2

Jorge Luis Borges

Otras inquisiciones

ePub r1.1

Moro28.02.15

Título original: Otras inquisiciones

Jorge Luis Borges, 1952

Editor digital: Moro

ePub base r1.0

J ORGE F RANCISCO I SIDORO L UIS B ORGES Buenos Aires 24 de agosto de 1899 - photo 3

J ORGE F RANCISCO I SIDORO L UIS B ORGES Buenos Aires 24 de agosto de 1899 - photo 4

J ORGE F RANCISCO I SIDORO L UIS B ORGES (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX . Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en el pensamiento humano, ha sido objeto de minuciosos análisis y de múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye cualquier tipo de dogmatismo.

Es considerado como uno de los eruditos más grandes del siglo XX , lo cual no impide que la lectura de sus escritos suscite momentos de viva emoción o de simple distracción. Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, silogismos ornitológicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, thrillers teológicos, nostálgicas geometrías y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje que las obras de Borges ofrecen tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que hace honor a la lengua española y la mente universal.

Ciego a los 55 años, personaje polémico, con posturas políticas que le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años.

Notas

[9] En la poesía devota, esa conjunción es común. Quizá el ejemplo más intenso esté en la penúltima estrofa del «Hymn to God, my God, in my sickness» (March 23, 1630), que compuso John Donne:

We think that Paradise and Calvary,

Christ’s Cross, and Adam’s tree, stood in one place,

Look Lord, and find both Adam’s meet in me;

As the first Adam’s sweet, surrounds, my face,

May the last Adam’s blood my soul embrace.

[15]

Temblaron los umbrales y las puertas,

Donde la majestad negra y oscura

Las frías desangradas sombras muertas

Oprime en ley desesperada y dura;

Las tres gargantas al ladrido abiertas,

Viendo la nueva luz divina y pura,

Enmudeció Cerbero, y de repente

Hondos suspiros dio la negra gente.

Gimió debajo de los pies el suelo,

Desiertos montes de ceniza canos,

Que no merecen ver ojos del cielo,

Y en nuestra amarillez ciegan los llanos.

Acrecentaban miedo y desconsuelo

Los roncos perros, que en los reinos vanos

Molestan el silencio y los oídos,

Confundiendo lamentos y ladridos.

(Musa IX)

[16]

Un animal a la labor nacido,

y símbolo celoso a los mortales,

que a Jove fue disfraz, y fue vestido;

que un tiempo endureció manos reales,

y detrás de él los cónsules gimieron,

y rumia luz en campos celestiales.

(Musa II)

[17]

la Méndez llegó chillando,

con trasudores de aceite,

derramado por los hombros

el columpio de las liendres.

(Musa V)

[18]

Aquesto Fabio cantaba

a los balcones y rejas

de Aminta, que aun de olvidarle

le han dicho que no se acuerda.

(Musa VI)

[26] Que de veras fue un gran poeta pueden demostrarlo estos versos:

Licence my roving hands and let them go

Before, behind, between, above, below.

O my America! my new-found land…

(Elegies, XIX.)

[45] Así las interpretaron Milton y Dante, a juzgar por ciertos pasajes que parecen imitativos En la Comedia (Infierno, I, 60; V, 28) tenemos: d’ogni luce muto y dove il sol tace para significar lugares oscuros; en el Samon Agonistes(86-89):

The Sun to me is dark

And silent as the Mom,

When she deserts the night

Hid in her vacant interlunar cave.

Cf. E. M. W. Tillyard, The Miltonic Setting, 101.

A Margot Guerrero

LA MURALLA Y LOS LIBROS

He, whose long wall the wand’ring

Tartar bounds…

D UNCIAD, II, 76

Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones —las quinientas o seiscientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de la historia, es decir del pasado— procedieran de una persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó. Indagar las razones de esa emoción es el fin de esta nota.

Históricamente, no hay misterio en las dos medidas. Contemporáneo de las guerras de Aníbal, Shih Huang Ti, rey de Tsin, redujo bajo su poder a los Seis Reinos antes existentes y borró el sistema feudal; erigió la muralla, porque las murallas eran defensas; quemó los libros, porque la oposición los invocaba para alabar a los antiguos emperadores. Quemar libros y erigir fortificaciones es tarea común de los príncipes; lo único singular en Shih Huang Ti fue la escala en la que obró. Así lo hacen entender algunos sinólogos, pero yo siento que los hechos que he referido son algo más que una exageración o una hipérbole de disposiciones triviales. Cercar un huerto o un jardín es común; no lo es cercar un imperio. Tampoco es baladí pretender que la más tradicional de las razas renuncie a la memoria de su pasado, mítico o verdadero. Tres mil años de cronología tenían los chinos (y en esos años, se incluyen el Emperador Amarillo y Chuang Tzu y Confucio y Lao Tzu), cuando Shih Huang Ti ordenó que la historia empezara con él.

Shih Huang Ti había desterrado a su madre por libertina; en su dura justicia, los ortodoxos no vieron otra cosa que una impiedad; Shih Huang Ti, tal vez, quiso abolir todo el pasado para abolir un solo recuerdo: la infamia de su madre. Esta conjetura es atendible, pero nada nos dice de la muralla, de la segunda cara del mito. Shih Huang Ti, según los historiadores, prohibió que se mencionara la muerte y buscó el elixir de la inmortalidad y se recluyó en un palacio figurativo, que constaba de tantas habitaciones como hay días en el año; estos datos sugieren que la muralla en el espacio y el incendio en el tiempo fueron barreras mágicas destinadas a detener la muerte. «Todas las cosas quieren persistir en su ser», ha escrito Baruch Spinoza; quizá el Emperador y sus magos creyeron que la inmortalidad es intrínseca y que la corrupción no puede entrar en un orbe cerrado. Quizá el Emperador quiso recrear el principio del tiempo y se llamó Primero, para ser realmente primero, y se llamó Huang Ti, para ser de algún modo Huang Ti, el legendario emperador que inventó la escritura y la brújula. Éste, según el Libro de los Ritos, dio su nombre verdadero a las cosas; parejamente Shih Huang Ti se jactó, en inscripciones que perduran, de que todas las cosas, bajo su imperio, tuvieran el nombre que les conviene. Soñó fundar una dinastía inmortal; ordenó que sus herederos se llamaran Segundo Emperador, Tercer Emperador, Cuarto Emperador, y así hasta el infinito… He hablado de un propósito mágico; también cabría suponer que erigir la muralla y quemar los libros no fueron actos simultáneos. Esto (según el orden que eligiéramos) nos daría la imagen de un rey que empezó por destruir y luego se resignó a conservar, o la de un rey desengañado que destruyó lo que antes defendía. Ambas conjeturas son dramáticas, pero carecen, que yo sepa, de base histórica. Herbert Allen Giles cuenta que quienes ocultaron libros fueron marcados con un hierro candente y condenados a construir, hasta el día de su muerte, la desaforada muralla. Esta noticia favorece o tolera otra interpretación. Acaso la muralla fue una metáfora, acaso Shih Huang Ti condenó a quienes adoraban el pasado a una obra tan vasta como el pasado, tan torpe y tan inútil. Acaso la muralla fue un desafío y Shih Huang Ti pensó: «Los hombres aman el pasado y contra ese amor nada puedo, ni pueden mis verdugos, pero alguna vez habrá un hombre que sienta como yo, y ése destruirá mi muralla, como yo he destruido los libros, y ése borrara mi memoria y será mi sombra y mi espejo y no lo sabrá.» Acaso Shih Huang Ti amuralló el imperio porque sabía que este era deleznable y destruyó los libros por entender que eran libros sagrados, o sea libros que enseñan lo que enseña el universo entero o la conciencia de cada hombre. Acaso el incendio de las bibliotecas y la edificación de la muralla son operaciones que de un modo secreto se anulan.

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