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Isaac Asimov - La búsqueda de los elementos

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Isaac Asimov La búsqueda de los elementos
  • Libro:
    La búsqueda de los elementos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1962
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La búsqueda de los elementos: resumen, descripción y anotación

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EL PRODIGIO DE LOS GRIEGOS

Hace veintiséis siglos, en el año 640 a. de JC, nació uno de los hombres más notables de toda la Historia. Se llamaba Tales, y había nacido en la ciudad de Mileto, en la costa occidental de Asia Menor, que en aquel tiempo formaba parte de Grecia.

Tales poseía la clase de mente que se ocupa de todo, y con brillantes resultados. Como hombre de Estado, persuadió a las diversas ciudades griegas de la Jonia a unirse para protegerse mutuamente contra los reinos no griegos del interior de Asia Menor. Como científico, realizó importantes descubrimientos en Matemáticas y Astronomía. En realidad, Tales puede ser considerado el fundador del razonamiento matemático. Elaboró un sistema para derivar nuevas verdades matemáticas de aquéllas ya conocidas. Este método, llamado deducción (del latín deductio, onem, que significa llevar, conducir), constituye la base de las matemáticas modernas, por lo que Tales, puede ser considerado como el primer auténtico matemático.

Tales aprendió Astronomía de los babilonios, cuyos estudios sobre los cielos les permitieron confeccionar un calendario de las estaciones y explicar los eclipses de sol.

A los pueblos antiguos, el súbito oscurecimiento de la Tierra por el eclipse era algo que resultaba aterrador. Suponían que algún monstruo se estaba tragando al Sol. La gente salía corriendo de sus casas hasta la plaza del pueblo, golpeando recipientes y gritando atronadoramente para espantar al monstruo. Dado que el Sol siempre reaparecía al cabo de unos minutos, los golpeadores de recipientes estaban seguros de que eran sus esfuerzos los que habían salvado al Sol.

Los astrónomos babilonios fueron los primeros en descubrir que la Luna, al pasar delante del Sol, era responsable de los eclipses. Después de haber calculado los movimientos de la Luna y el Sol, los astrónomos asombraban a la gente prediciendo con exactitud cuándo tendría lugar un eclipse.

Tales, después de regresar a su país desde Babilonia, presentó la nueva astronomía a los griegos. El año 586 a. de JC, predijo que tendría lugar, en Jonia, un eclipse total de Sol. Cuando sucedió, el eclipse se produjo en el momento en que los ejércitos de dos pueblos cercanos, los medos y los lidios, estaban a punto de entrar en combate. Ambos ejércitos quedaron tan asustados por el oscurecimiento del Sol que, inmediatamente, firmaron un tratado de paz.

Tales fue conocido en toda Grecia como un gran estudioso. Cuando los escritores griegos redactaron unas listas de sus «siete sabios», todos ellos pusieron a Tales de Mileto en el primer lugar de la lista.

Fue el primer «filósofo» griego (lo cual significaba «amante de la sabiduría»). Hubo quienes se mofaron de su inclinación filosófica y le decían: «Si eres tan sabio, ¿por qué no eres rico?». Tales, según sigue el relato, silenció a aquellos burlones con un perspicaz asuntos de negocios. Tras deducir, conforme a sus estudios, que el clima del próximo año sería bueno para la cosecha de aceitunas, compró todas las prensas (empleadas para extraer el aceite de oliva) y, después, exigió elevados precios por su empleo. Aquel golpe de audacia le convirtió en un hombre rico. Pero pronto dejó los negocios. Como filósofo, amaba la sabiduría más que el dinero.

También fue el original «profesor distraído». Una noche, mientras andaba por la carretera estudiando las estrellas, se cayó en una zanja. Una criada que le ayudó a salir de allí, se rió de él:

—He aquí un hombre que desea estudiar el Universo y que, sin embargo, no puede ver dónde pone sus propios pies…

Y era realmente cierto lo de que Tales deseaba estudiar el Universo. En realidad, de todas sus contribuciones a la Ciencia, quizá la más notable radicó en el planteamiento de una sencilla pero profunda pregunta: ¿De qué está hecho el Universo? Los hombres han estado persiguiendo la contestación a esta pregunta de Tales durante miles de años, a partir del momento en que la planteó por vez primera.

La historia de la búsqueda para responder a esta pregunta constituye una de las mayores historias de detectives de la Ciencia. Y es la historia con la que este libro se halla relacionado.

LOS ELEMENTOS GRIEGOS

Tales deseaba saber: ¿De qué materia está hecho el Sol, la Luna, las estrellas, la Tierra, las rocas, el mar, el aire y los seres vivos sobre el planeta? Resultaba la cosa más natural del mundo suponer (e incluso los científicos modernos lo han supuesto así), que si se rompen todas las cosas hasta su última naturaleza, se encontraría que todas ellas estaban formadas por una sustancia simple, es decir, de un elemental bloque de construcción.

La palabra «elemento» procede de la palabra latina elementum. Nadie conoce el origen de esta palabra latina. Una sugerencia es que los romanos dijeran de algo que era «tan sencillo como L-M-N», lo mismo que nosotros decimos «fácil como el A-B-C». De cualquier forma, elementum llegó a significar algo simple con el que están hechas las cosas complejas.

Tales, tras mucho pensar, decidió que el elemento del que estaba hecho todo el Universo era el agua. En primer lugar, existe una gran cantidad de agua sobre la Tierra, auténticos océanos de ella. En segundo lugar, cuando el agua se evapora, aparentemente, se convierte en aire. El agua, de modo parecido, parece volver a transformarse en agua en forma de lluvia. Finalmente, el agua que cae al suelo puede, llegado el caso, endurecerse, pensó, y de esta manera convertirse en suelo y rocas.

Otros griegos tomaron la interesante especulación de Tales, y llegaron a diferentes conclusiones. Su propio discípulo, Anaximandro, pensó que el agua no podía ser, posiblemente, el bloque edificador del Universo, porque sus propiedades eran demasiado específicas. Los materiales que todos conocían resultaban variados y poseían numerosas propiedades contradictorias. Algunos eran húmedos y otros secos; algunos fríos y otros calientes. Ninguna sustancia conocida podía combinar todas esas opuestas cualidades. Por tanto, el elemento básico del Universo debería ser alguna misteriosa sustancia que no se pareciese a ninguna con la que el hombre estuviese familiarizado.

Anaximandro, naturalmente, no podía describir esa sustancia, pero le dio un nombre: apeiron. Sostuvo que el Universo se había formado de la unión de un suministro ilimitado de apeiron. Algún día siempre y cuando el Universo fuese destruido, todo se convertiría de nuevo en apeiron.

La mayor parte de los filósofos griegos no estuvieron de acuerdo con esta idea. El decir que el Universo estaba compuesto por algo que existía sólo en la imaginación, en su opinión, no constituía una respuesta.

Anaxímenes, un joven filósofo de Mileto, vio en el elemento aire, en lugar del agua, el principio del Universo. Dado que todo estaba rodeado por el aire, razonó que la Tierra y los océanos estaban formados por la congelación o condensación del aire.

Heráclito, un filósofo de Éfeso, cerca de Mileto, tuvo otra idea. Insistió en que el último elemento era el fuego. El rasgo más importante y universal del Cosmos, afirmó, era el cambio. El día sigue a la noche y la noche al día. Una estación da paso a otra. La superficie de la Tierra está siendo continuamente alterada por los ríos y los terremotos. Los árboles, y las estructuras se elevan y después desaparecen. Incluso el hombre era efímero: nacía, crecía y, finalmente, moría. Toda esta mutabilidad quedaba definida del mejor modo de todos a través del fuego. Esta «sustancia», continuamente cambiante de forma, que resplandece y luego se apaga, representaba la esencia del Universo, en opinión de Heráclito. Así, concluyó que el Universo debía de estar hecho de fuego en sus diversas manifestaciones.

Esta discusión hubiera durado largo tiempo, mientras una sustancia tras otra fuese proclamada el elemento principal del Universo, si no hubiese aparecido alguien con una idea tan hermosa que redujo al silencio a los porfiados defensores. La idea procedió de la escuela del famoso Pitágoras.

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