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Gregorio Doval - Breve historia de la China milenaria

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Gregorio Doval Breve historia de la China milenaria
  • Libro:
    Breve historia de la China milenaria
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2011
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Bibliografía

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YONG, Yap y COTTERELL, Arthur (1981): La civilización china clásica. De la Prehistoria al siglo XIV. Barcelona, Ed. Aymá.

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Entre la historia y el mito: el periodo predinástico
CONTINUIDAD HISTÓRICA DESDE LAS BRUMAS DE LA LEYENDA

Aunque las actuales fronteras políticas chinas engloban muchos más territorios que el primer imperio (el Qin, instaurado en el año 221 a. C.), la extraña continuidad y longevidad de China es una excepción en el mundo antiguo, en el que, por regla general, las unidades políticas de tal magnitud no eran estables y duraban poco tiempo. Por ello, los chinos se consideran con razón herederos de una antigua civilización, largo tiempo autónoma del resto del mundo. Y aún más, se consideran el centro del mundo. El nombre chino del país es Zhongghuó («Tierra Central»), pues para los chinos antiguos su país era el centro geográfico de la Tierra y la única civilización verdadera.

Pese a su enorme diversidad interna y su complejidad orográfica que, en principio, no parecían favorables, la continuidad nacional, histórica y cultural china no tiene comparación posible, pues su complejo pueblo ha conservado una cultura común por más tiempo que cualquier otro grupo humano del planeta. El sistema de escritura chino, por ejemplo, tiene una antigüedad de 4000 años, mientras que el sistema de gobierno dinástico se instauró en el año 221 a. C. y se mantuvo hasta 1912. Esto equivale al supuesto de que el Imperio Romano se hubiera mantenido desde la época de los césares hasta el siglo XX, tiempo durante el cual se hubieran impuesto un sistema cultural y un lenguaje escrito comunes para todos los pueblos «romanos». Incluso durante las épocas en que China fue gobernada por invasores extranjeros, como los mongoles de la dinastía Yuan (1279-1368) o los manchúes de la dinastía Qing (1644-1911), resultó que tales extranjeros, admiradores del grado de desarrollo chino, se asimilaron a la cultura que acababan de derrotar y conquistar y que ahora gobernaban. Este poder de absorción de la cultura china se ha manifestado también en que ningún territorio, una vez incorporado, ha abandonado el área cultural china, a pesar de las invasiones bárbaras o de los largos periodos de división interna.

Dada tal longevidad, la historia de China ensarta una serie ininterrumpida de acontecimientos realmente impresionantes, tal como corresponde a una cultura tan antigua y a un territorio tan extenso y variado. Y aun en los, por otra parte, numerosos periodos de desunión, todos los reinos desmembrados de la Gran China lucharon por imponer su hegemonía a los demás, no por separarse de su curso histórico. Independientes, autónomos, vasallos o asimilados, ninguno quiso borrarse de la nómina de pueblos chinos; más bien todo lo contrario: imponer su dominio y ser considerados «chinos» de pleno derecho.

La leyenda y la mitología sitúan el inicio de la cultura china hace unos 5000 años, pero no se ha encontrado evidencia que demuestre tal supuesto. Para los chinos, el fundador histórico de su nación fue Huang Ti, «el Emperador Amarillo», rey, según la tradición, durante cien años (2698-2598 a. C.), de una de las muchas tribus chinas de entonces, a la que guió a la hegemonía. A partir de él se encadena una lista de dinastías que nos conduce hasta el pasado más reciente.

En cualquier caso, lo que sí se conoce históricamente es la creación de las primeras sociedades agrícolas en el valle del río Amarillo y que la acumulación de riquezas en las primitivas ciudades despertó pronto la codicia de los pueblos nómadas y belicosos del norte: pastores que vivían desde tiempo inmemorial en las estepas septentrionales y que no dudaban en atacar para hacerse con importantes botines. Esta amenaza de los nómadas sería una constante en la historia de la China imperial que obligaría al pueblo a esfuerzos titánicos para su defensa y, así y todo, no conseguiría evitar que, en diversas ocasiones, las tribus del norte se apoderasen del imperio e impusieran su ley (aunque no sus costumbres ni su cultura) a los chinos. A través de todas esas vicisitudes, la inmensa China, separada de Occidente, como hemos visto, por altas mesetas, estepas y desiertos, fraguó una civilización original y autóctona que, en buena parte, se difundió después hacia Japón, Corea y Vietnam. Esta civilización es hoy, en lo esencial, la de un pueblo único que usa una sola lengua y cuyo sistema de escritura no ha cambiado fundamentalmente desde su aparición, hace varios milenios. Algo asombroso para todos, incluidos los propios chinos.

Conocemos la primera historia de este país, tan vasto como un continente, a través de la mitología, los restos arqueológicos y los escasos y no siempre fiables textos historiográficos. Como era lógico esperar, tales fuentes no suelen coincidir.

Entre los documentos escritos que aportan datos sobre la historia antigua de China destacan los textos llamados «clásicos», agrupados en 13 compilaciones canónicas y establecidos entre los siglos X y VI a. C., que son crónicas, más legendarias que históricas, relativas a las primeras edades de la historia china, desde el siglo XVIII a. C. hasta la época de Confucio (siglos VI y V a. C.). Estos escritos, transmitidos respetuosamente por generaciones de funcionarios estatales, constituían todavía la base de la enseñanza oficial en China a principios del siglo XX.

Por su parte, la leyenda nos proporciona una lista canónica de los monarcas chinos que empieza hacia el año 2852 a. C., fecha en la que da comienzo la mítica Edad de los Tres Augustos y los Cinco Emperadores. La primera dinastía de reyes, la Xia, es oscura y algunos historiadores han dudado de su existencia real hasta hace bien poco. Sobre la historicidad de la segunda, la Shang, también hubo dudas hasta que fue plenamente ratificada mediante la excavación, a partir de 1928, de su capital en Anyang, al norte de la actual provincia de Henan. Los primeros siglos de la dinastía Zhou, que reinó desde el 1027 o el 1122 a. C., están mucho más documentados por escritos históricos, y, desde el 842 a. C., los acontecimientos pueden fecharse con exactitud. Pero para conocer los supuestos inicios de la civilización china solo queda recurrir al poético pero increíble relato mitológico del nacimiento de China.

EL RELATO MITOLÓGICO: LA COSMOGONÍA CHINA

Los antiguos textos chinos recogen diversas tradiciones mitológicas sobre los orígenes del mundo y del ser humano. En ellas, dioses y héroes son concebidos como prototipos de perfección y como modelos didácticos aplicados a la política, al concepto del buen gobierno y a la moral del gobernante ideal. Los historiadores chinos, muy influidos por el confucianismo y, por tanto, profundamente «burocratizados», recurrieron a esta serie de divinidades y ancestros para explicar los inicios del tiempo histórico en el marco de un sistema unitario fundado en aspectos metafísicos, éticos y religiosos. Con este grupo de «personalidades» se buscaba moralizar y enseñar la progresiva degradación del orden, el equilibrio y la armonía del mundo, sometidos a ciclos que van indefectiblemente desde la soberanía perfecta a la violencia y la decadencia.

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