Gregorio Doval - Breve historia de los indios norteamericanos
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- Libro:Breve historia de los indios norteamericanos
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2011
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Breve historia de los indios norteamericanos: resumen, descripción y anotación
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ASIMOV, Isaac. Los Estados Unidos desde 1816 hasta la Guerra Civil. Madrid: Alianza, 2003.
—. El nacimiento de los Estados Unidos. 1763-1816. Madrid: Alianza, 2006.
—. Los Estados Unidos desde la Guerra Civil hasta la Primera Guerra Mundial. Madrid: Alianza, 2006.
—. La formación de América del Norte. Madrid: Alianza, 2007.
BANCROFT-HUNT, Norman. Los indios de Norteamérica. Madrid: Ágata, 1997.
—. Les Indiens d’Amérique. Paris: Atlas, 2006.
BENITO VIDAL, R. Los indios norteamericanos. Mitos y leyendas. Barcelona: Abraxas, 2003.
BODMER, Karl. The american indian. Colonia: Taschen, 2005.
CAPPS, Benjamin. The indians. Alexandria, Virginia: Books, 1973.
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HATHAWAY, Nancy (1990): Native american portraits (1862-1918). San Francisco, California: Chronicle Books, 1990.
HUNGRY WOLF, Adolf y Beverly. Indian tribes of the nothern rockies. Native voices. Tennessee: Summer town, 1989.
JACQUIN, Philippe. Los indios de Norteamérica. Madrid: Siglo XXI, 2005.
LA FARGE, Oliver. A pictorial history of the american indian. Nueva York: Crown Pub. Inc., 1956.
RUBIO HERNÁNDEZ, Luis; CARMONA, Luis Miguel y MENA, José Luis. El cine sobre pieles rojas y su verdadera historia. Madrid: Cacitel, 2003.
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WALDMAN, Carl. Encyclopedia of native americantribes. Nueva York: Checkmark Books, 2006.
EL INDIO NORTEAMERICANO
Para nosotros, las grandes llanuras abiertas, las hermosas colinas onduladas y los ríos serpenteantes y de curso enmarañado, no eran salvajes. Solo para el hombre blanco era salvaje la naturaleza, y solo para él estaba la tierra infestada de animales salvajes y gentes bárbaras. Para nosotros era dócil. La tierra era generosa y estábamos rodeados de las bendiciones del Gran Misterio. Para nosotros no fue salvaje hasta que llegó el hombre velludo del este y, con brutal frenesí, amontonó injusticias sobre nosotros y las familias que amábamos. Cuando los mismos animales del bosque empezaron a huir de su proximidad, entonces empezó para nosotros el Salvaje Oeste.
Hinmaton Yalaktit (1840-1904),
Jefe Joseph, de la banda wallowa de los nez percés (1879).
Antes de la llegada del hombre blanco, un heterogéneo conglomerado de más de 500 pueblos distintos habitaba Norteamérica. Todos ellos estaban emparentados entre sí por lazos ancestrales que, en la mayoría de los casos, yacían soterrados desde hacía tanto tiempo en el pasado olvidado y remoto que una tribu apenas veía en otra algo más que una potencial competidora. Esa poliédrica civilización se extendía de océano a océano, rica y, a la vez, diversa en formas y estilos de vida, en culturas, creencias y tradiciones. En ninguno de los casos, la vida era fácil o idílica. Todas aquellas tribus luchaban, cada cual a su modo, contra la naturaleza, sus caprichos y sus estaciones climáticas, contra los animales y, frecuentemente, unos contra otros. Luchaban, a veces encarnizadamente, pero, salvo contadísimas ocasiones, no se destruían unas a otras. Para eso tuvo que llegar el hombre blanco y sus codicias.
Unos, nómadas, cazaban y buscaban forraje, y desarrollaron sociedades belicosas de grandes guerreros. Otros, ya asentados, se dedicaban a la agricultura y construían montículos para sus dioses y sus difuntos. Unos y otros vivían en cuevas, chozas, tipis, cabañas de madera e, incluso, en estructuras de bloques de hielo, armaban embarcaciones, se interrelacionaban y desarrollaban culturas más sofisticadas de lo que se suele creer, aunque no tanto como en otras partes del continente.
Durante muchos años, se pensó que su llegada había ocurrido una única vez en la historia y que ello habría acontecido durante la última glaciación, hace aproximadamente unos 12 000 años. Pero eso no explica los restos de asentamientos humanos anteriores a esa fecha que se han encontrado en distintas partes de América, sobre todo en Sudamérica. No es probable que los yacimientos más antiguos del norte estén aún por descubrir. Como, además, algunos estudios han detectado diferencias genéticas entre los paleoindios sudamericanos y norteamericanos, algunos investigadores creen en un poblamiento autónomo de Sudamérica, no directamente relacionado con el de Norteamérica. Otras teorías, menos sustentadas, hablan de pueblos polinesios atravesando el océano Pacífico, o de aborígenes australianos entrando por la Antártida o, incluso, de incursiones europeas a través de las aguas circunstancialmente semiheladas del Atlántico… Hoy lo que parece más probable es que el poblamiento americano se realizara en varias oleadas sucesivas y por grupos humanos diferentes.
Sea como fuere, el poblamiento humano de América es una cuestión arduamente discutida por los científicos modernos, pero también lo fue por los antiguos. Desde 1492 se intentaron buscar explicaciones para el origen de esos seres con los que los europeos blancos se iban encontrando en sus exploraciones por América. Las primeras tesis fueron, cómo no, de índole religiosa: los pobladores de América eran, ni más ni menos, que los descendientes de las bíblicas Tribus Perdidas de Israel.
De momento, lo plenamente probado es que durante la última glaciación, la concentración de hielo en inmensas placas continentales hizo descender el nivel de los océanos. Este descenso hizo que en varios puntos del planeta se crearan conexiones terrestres entre regiones previa y posteriormente aisladas, como, por ejemplo, Australia y Tasmania con Nueva Guinea; Filipinas e Indonesia; Japón y Corea, y, por lo que aquí más nos interesa, entre los extremos septentrionales de Asia y América. Debido a que el estrecho de Bering, que separa ambos continentes, tiene una profundidad que oscila entre 30 y 50 metros, el descenso de las aguas dejó al descubierto un amplio puente de tierra, conocido por los prehistoriadores como Puente de Beringia, de 1500 kilómetros de anchura, que unió las tierras de Siberia y Alaska hace aproximadamente 40 000 años y que permitió el tránsito de seres humanos entre uno y otro continente durante, al menos, 19 000 años.
Aquellos emigrantes asiáticos (seguramente siberianos, aunque también pudieron ser mongoles) continuaron camino enseguida hacia el sur, en un larguísimo y lento desplazamiento que, en esta primera etapa, les llevó desde Alaska y Canadá a las estribaciones del enorme y desaparecido glaciar Wisconsin, a lo largo de la vertiente oriental de las montañas Rocosas. Una vez fuera del glaciar, un ala de la migración se separó y se fue hacia el Este; después se subdividió de nuevo. Unos se encaminaron hacia los exuberantes bosques del Nordeste, mientras que los otros se dirigían hacia el Sudeste, para establecerse en la vasta región que se extiende entre la ribera oriental del río Mississippi y la península de Florida. Mientras tanto, la rama principal del éxodo continuó camino hacia el sur, dejando atrás colonias en las Grandes Llanuras, a ambos lados de las montañas Rocosas, en la Meseta y en la Gran Cuenca. Cuando la ola principal llegó a lo que hoy es Texas, todavía se desgajaron nuevos grupos, que se dirigieron hacia el Oeste, para establecerse en los desiertos del Sudoeste o avanzar hasta el sur de California. Con el tiempo, cruzaron también el río Grande y continuaron, a paso histórico, su marcha civilizadora hacia el sur.
Según todos los indicios, los primeros norteamericanos llegaron de Asia. Durante la última glaciación, la concentración de hielo en inmensas placas continentales hizo descender el nivel de los océanos, lo que dejó al descubierto un amplio puente de tierra, conocido como Puente de Beringia, de 1500 kilómetros de anchura, que unió las tierras de Siberia y Alaska hace aproximadamente 40 000 años y que permitió el tránsito de seres humanos entre uno y otro continente durante, al menos, 19 000 años.
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