Para mis padre, a quienes debo, ademas de la vida, su amor y otras muchas cosas importantes, dos fundamentales: raíces y alas.
EnDel hecho al dicho, Gregorio Doval hace un alarde de verdadera sabiduría literaria al recopilar y glosar con firme estilo cerca de dos mil quinientas expresiones del inacabable acervo de frases hechas, dichos, modismos, etc., que la lengua castellana posee. Diariamente empleamos en nuestro habla coloquial decenas de expresiones que, nacidas al albur de algún hecho, de alguna autoridad o de alguna tradición, nos hemos acostumbrado a escuchar sin preguntarnos cuál es su origen o su sentido último.
Algunos ejemplos bastarán para despertar la memoria y la curiosidad del lector: ¿Por qué decimos A Zaragoza o al charco, Échale guindas al pavo, ¡Naranjas de la china!, No hay tu tía, Llámalo hache o Lo que faltaba para el duro? ¿Quién fue el primero en decir Dentro de cien años todos calvos? ¿Quiénes eran Picio, Abundio y Carracuca, que nos sirven hoy de modelo de fealdad, estupidez y desamparo respectivamente?
Del hecho al dicho, que posee personalidad propia y supone un sobresaliente avance en la investigación de la materia tratada, se completa con un índice alfabético en el que se ha incluido el análisis de otras mil quinientas frases, lo que hace del volumen —además de una apasionante lectura— un valioso instrumento de consulta.
Del hecho al dicho, en fin, es un libro de bigotes que se lleva el gato al agua.
Gregorio Doval
Del hecho al dicho
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jandepora12.07.13
Título original: Del hecho al dicho
Gregorio Doval, 1995
Diseño de portada: Digraf
Editor digital: jandepora
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GREGORIO DOVAL. (Madrid, 1957) es licenciado en Ciencias de la Información y diplomado en Sociología. Alejado de la especialización de saberes hoy predominante, la amplitud y variedad de las áreas de conocimiento que abarca y de las actividades que realiza resulta verdaderamente singular. Consultor, redactor y formador en informática, márketing y organización empresarial, periodista free-lance, guionista de televisión, y jefe de campo en gabinetes de estudios sociométricos, es, además, autor de más de una treintena de libros de los más diversos temas: biografías y actualidad (Reagan, de vaquero a presidente, Juan Carlos I…), diccionarios especializados (Términos económico-financieros…), tratados y manuales (Historia del Cine, Historia del Automovilismo Mundial, El Sistema Financiero Español…), y libros prácticos (Curso de Detective Privado, Adiestramiento de perros de guarda y defensa…). Auténtico caso de polígrafo moderno, Gregorio Doval posee ese don de la escritura que sirve para iluminar con amenidad cualquiera de los temas a los que presta su pluma. En esta misma colección ha publicado un Diccionario general de citas y El Libro de los Hechos Insólitos.
¡ A bre el ojo!
Expresión con que originalmente se ponía sobre aviso a quienes sembraban o segaban en terrenos plagados de abrojos, unas plantas de tallos largos y rastreros y fruto espinoso muy perjudiciales para las cosechas y muy peligrosas e incómodas, por sus espinas, para las personas. La expresión también se usó posteriormente en el lenguaje militar para aconsejar cuidado y atención a las tropas sobre la posible presencia en un terreno de abrojos, esta vez no dichas plantas, sino unas piezas de hierro en forma de estrella, con cuatro púas o cuchillas abiertas en ángulos iguales y dispuestas de tal forma que, al caer al suelo, siempre quedaba una de las púas hacia arriba. Estas peligrosas piezas de hierro eran diseminadas por el terreno para dificultar el paso del enemigo, principalmente de la caballería. En general, la expresión sirve hoy para poner sobre aviso a alguien de que es de su interés mantenerse bien atento a la situación actual o futura, ya para aprovecharse de alguna cosa beneficiosa para él (en este sentido, se suele utilizar también la frase hecha ¡Abre el ojo que asan carne!), ya, más a menudo, para que pueda eludir algo perjudicial, o al menos anticipar su efecto (y entonces se suele decir ¡Ándate con ojo!).
¡ A buenas horas, mangas verdes!
- Locución figurada y familiar con que se denota que una cosa no sirve cuando llega fuera de oportunidad.
Esta frase proverbial proviene de los tiempos en que la Santa Hermandad tenía como misión reprimir, juzgar y castigar los delitos, principalmente los que se cometían fuera de ciudades y pueblos, en descampado, y especialmente los de los salteadores de caminos. La Santa Hermandad fue un tribunal instituido con especial jurisdicción y fuerza propia en la Edad Media y regularizado en las Cortes celebradas en la localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres, villa natal de Isabel I, en 1476, al comienzo del reinado de los Reyes Católicos. Este tribunal sumarísimo dispuso en sus primeros momentos de una milicia formada siempre por no menos de dos mil soldados a caballo, al mando del duque de Villahermosa, llamados comúnmente cuadrilleros porque prestaban sus servicios en cuadrillas o grupos de cuatro hombres. Los soldados de la Santa Hermandad no sólo se encargaban de las averiguaciones y pesquisas, sino también de la persecución, captura y custodia de todos los malhechores. Se les distinguía por su uniforme de mangas verdes y coleto, y es a eso precisamente a lo que alude el dicho. En su primera época, la Santa Hermandad cumplió su función con eficacia, energía y contundencia, logrando, por ejemplo, reducir al mínimo la plaga de bandolerismo que asolaba el territorio peninsular. Sin embargo, con el paso del tiempo, su disciplina y su eficacia fueron decreciendo, a la par que aumentaba el rechazo popular hacia la institución. Como estos cuadrilleros casi nunca llegaban a tiempo para capturar a los malhechores, los delitos quedaban frecuentemente impunes y eso dio una cierta fama de inutilidad a la institución. En este contexto no fue dificil que surgiera esta frase hecha, que hoy sigue siendo utilizada con el mismo sentido crítico e irónico con que surgió, aplicándose a todo servicio, ayuda o consejo ajenos que llegue a destiempo, o una vez solucionado el conflicto, la necesidad o el deseo que hubiera requerido dicha ayuda. Por tanto, la frase alude genéricamente a la sensación generalizada —y la subsiguiente queja— de que los guardadores del orden suelen acudir tarde o a destiempo al lugar donde son necesarios, y que, por tanto, su utilidad es a menudo escasa. Aunque su actividad no dejara de decaer, la Santa Hermandad no sería disuelta hasta 1835, pasando poco después a cumplir su misión la Guardia Civil, creada en 1844.
¿ A caso es borra?
- Locución figurada y familiar con que se da a entender que una cosa no es tan despreciable como se piensa.
Se llama borra a la «parte más grosera o rala de la lana» y, por extensión, a la «pelusa polvorienta que se forma y reúne en los bolsillos, entre los muebles y sobre las alfombras cuando se retarda su limpieza». De modo figurado, se llama también así a las «cosas, expresiones y palabras inútiles y sin sustancia». La frase hecha se aplica en sentido ponderativo, tratando de que aquel a quien va dirigida sepa ver que lo que denosta por poco valioso tiene en realidad más utilidad de lo que