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Marisol Ortiz de Zárate - Una historia perdida

Aquí puedes leer online Marisol Ortiz de Zárate - Una historia perdida texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2013, Editor: Grupo Anaya S.A., Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Una historia perdida: resumen, descripción y anotación

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En la Francia prebélica de 1938 cuatro titiriteros errantes recorren la Bretaña profunda en una pequeña tartana. El Gran Jérôme, sensible y primitivo, su joven hija, la Colombeta, a la que profesa un amor excesivo, protector, posesivo y carnal; Martín, un mendigo al que recogieron siendo niño y el Tonto ¿que no tenía nombre, o lo había olvidado¿ y que mira todo en silencio a través de unos ojos incrustados en su enorme y deformada cabeza.
Una gran urbe cualquiera en la España de 1999. Fin de siglo y de milenio. Emma, una mujer tradicional que un día, de pronto, decide correr tras su pasado, busca un hijo que tuvo hace cuarenta y dos años y del que la separaron cuando nació. Va tras su historia perdida antes de que la enfermedad que padece aniquile su memoria y sea demasiado tarde. Lobo, un joven desarraigado, desencantado y en crisis se presta a ayudarla porque no tiene nada mejor que hacer y necesita algo que justifique su existencia. El viaje hacia el hijo les llevará a...

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Marisol Ortiz de Zárate

Una historia perdida

XXXII PREMIO DE NOVELA FELIPE TRIGO AYUNTAMIENTO DE VILLANUEVA DE LA SERENA Un - photo 2

XXXII PREMIO DE NOVELA FELIPE TRIGO AYUNTAMIENTO DE VILLANUEVA DE LA SERENA

Un jurado presidido por Clara Sánchez Muñoz y compuesto por Isabel Rivera Manzano, Jan Joscha Finger, Noemí G. Sabugal, Bernardo Pilatti, Isabel Román Román e Isabel Mª Pérez González otorgó a la novela Una historia perdida, de Marisol Ortiz de Zárate, el XXXII Premio de Novela Felipe Trigo, que fue convocado por el Ayuntamiento de Villanueva de la Serena.

Contenido

Para Jorge y Marina, la inspiración

1

He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura,

famélicos, histéricos, desnudos,

arrastrándose de madrugada por las calles de los negros en busca de un colérico picotazo...

Aullido, Allen G INSBERG

C uentan que primero fue la oscuridad, en la que surgió la materia; luego se supo de la molécula, el átomo, que se componía de microscópicos elementos, y cuando ya nada podía existir más pequeño los científicos comenzaron a hablar del quantum, de las antipartículas, de la antimateria.

De igual modo, cada historia personal es circular, empieza y acaba en la nada, pero en su recorrido encierra tantas facetas, y cada faceta es a su vez tan poliédrica y fragmentaria que, como la física cuántica, nunca se consigue conocerla en su totalidad inagotable y solo la imaginación, aliada de la memoria, puede, en cualquier caso, rellenarla de sucesos y matices.

Aun así yo podría contarte la verdadera historia de Emma, cuyo nombre no era Emma, pero nunca habló de ningún otro y con ese nombre la recordaremos siempre. Emma, acarreando su pasado por la apabullante megalópolis de Distopía, aferrada a un cuaderno de notas en el que garabateaba esquemas y apuntaba todo con un boli de propaganda. Parecía una señora solitaria, con cierta demencia que acaso también fuera despiste, pero como el japetónida Prometeo o como el mismo Cristo en la Tierra, tenía una misión. Cuántos de nosotros, en aquel tiempo letárgico en el que los días se sucedían sin provecho, hubiéramos vendido hasta nuestra mezquina alma al diablo por estar en esa misma circunstancia. Ah, pero éramos demasiado vanidosos para admitir que nada más portábamos palabras, palabras ampulosas que formaban ridículas teorías complicadas que Emma después desmontaba de golpe con su sencillez argumental como si fueran un miserable castillo de naipes. Ella, que era una náufraga, llevaba sin embargo un salvavidas a mano para quien lo necesitara y si Lobo pensó que de alguna manera la ayudaba, desde luego que era él el que de la relación salía mejor parado.

Emma Bovary, o Woodhouse, o Goldman, qué más da. Emma. Tan humilde y sabia como un gurú. Todavía Lobo siente puñeteras lágrimas en los ojos cuando la recuerda, pero alto, amigo, su historia no es una patética historia lacrimógena de ancianitas desamparadas, qué va, y si tengo que emplear una palabra única para describirla ésta sería «¡eureka!».

En algún lugar leí: si no lo cuento lo olvidaré y si lo olvido me quedaré vacío; mas cómo empezar. Los recuerdos se amontonan en caótico desorden, son muchos, seré quien los desempolve y seleccione, nunca un cronista; algunos rugen y se revuelven bajo su losa, mi memoria es ángel y demonio a la vez.

Recuerdo, por ejemplo, que el año de Emma tuve una gastroenteritis bestial, me arrastraba de la cama al váter y del váter a la cama retorciéndome en el pasillo, vomitando bilis cuando ya no me quedaba en el estómago nada que echar. Ese año E.T.A. puso fin a una tregua, nació el Euro como moneda, murió Rafael Alberti, murió Alfredo Kraus... Los serbios liquidaban albanokosovares como quien se carga zombies en un juego de Play Station convencional... Estoy hablando de 1999, aquel grandioso año finisecular en el que el mundo entero se preparaba para despedir el milenio. Y por contemplar un momento único del que nadie que estuviera vivo tenía referencias nos dijeron que éramos privilegiados, los reyes de la creación, y nos lo creímos. ¿Te acuerdas? Ahora sé que solo fuimos los cobayas de una ortodoxia propagandista que prometía la felicidad por el camino del progreso, vulgares hormigas evolucionadas en periodo de transición. Pero había personajes en este año farsante y panfletario que se hundían en un agujero de estiércol y de verdad que habrían de luchar con fuerza para salir de él.

Por la época a la que me refiero Emma era ya mayor. Esto quiere decir que la historia podría comenzar mucho antes, pero parece ser que su vida, hasta entonces, no debió de merecer mucho la pena.

Me la imagino por cualquier calle de su ciudad una fría mañana de invierno, una mañana tan desconcertante y oscura como un apagón. Acaba de salir de algún ambulatorio, centro de salud u hospital donde le han diagnosticado una mala dolencia. Han sido largas semanas de observación, de consultas médicas, de pruebas clínicas y tests, de dictámenes equivocados, de tratamientos ensayo, y ahora por fin ella tiene el veredicto en sus manos. Padece una enfermedad neurológica, degenerativa e incurable. Ha hablado largo rato con el doctor, la enfermedad está en fase inicial, estadio uno lo llaman, y todavía puede hacer más o menos la vida que ha hecho hasta ahora, pero el avance del mal es inexorable.

Emma preguntó entonces al doctor si todo lo que le estaba diciendo era definitivo, si no podía haber algún fallo, alguna confusión. Y el doctor, que no era doctor, sino doctora, aunque académicamente tampoco era doctora sino M.I.R., se levantó de la silla y acercándose a Emma le apoyó una mano en el hombro con afecto. «Una seguridad del cien por cien solo la tendríamos a la muerte, tras la autopsia», le dijo, «pero hemos descartado un principio de demencia senil, por ejemplo, y gracias al escáner se ha eliminado un abanico amplio de patologías: una demencia de origen vascular entre otras cosas. Además los síntomas que tienes son bastante concluyentes. Siempre dijiste que querías la verdad ¿no? Pues ésta es la verdad. Y hay pocas probabilidades de error: psiquiatría y neurología estamos de acuerdo».

Bien, pues ya tenía la resolución, lo que había estado esperando durante meses. Técnicamente era víctima de Pérdida Progresiva de Sinapsis Neuronal, —PPSN, si se acogía a la moderna corriente de siglarizarlo todo—, por mutación de algún gen diabólico e indisciplinado. De ahí sus trabas en los últimos tiempos con el lenguaje, su frecuente dificultad dentro de una conversación para encontrar palabras corrientes que siempre había utilizado, el olvido de su número de teléfono, la ignorancia repentina sobre las cosas recién aprendidas, la torpeza para coser un botón o para decorar una tarta, la pérdida de llaves, de las gafas o de ella misma alguna vez que tuvo problemas para encontrar el camino de casa. Y lo peor estaba por llegar: olvidaría los actos naturales e inconscientes más simples, como tragar, alcanzaría la más degradante dependencia absoluta y finalmente contraería cualquier pequeña infección que le acarrearía la muerte.

Emma se dirigió a pie hacia su casa. Estaba relativamente lejos pero rechazó coger el autobús. Debía de apurar la autonomía que por tiempo limitado le quedaba. De camino, habiendo decidido instantáneamente lo que iba a hacer con el resto de su vida, entró en la farmacia y pidió su medicación con las recetas que llevaba arrugadas en el bolsillo del abrigo; después al estanco donde compró dos cartones de tabaco para Germán, su marido, y

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