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Geoff Dyer - Zona

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Geoff Dyer Zona
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    Zona
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    2011
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Zona: resumen, descripción y anotación

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Zona, de Geoff Dyer, narra la personal relación del escritor inglés con Stalker. El texto recrea al completo la película de Tarkovski complementándola con comentarios sobre el accidentado rodaje, sobre las ideas del director recogidas en sus textos y entrevistas, y, quizás la parte menos interesante, las digresiones de Dyer sobre su vida. En conjunto es un texto interesante que en algunos momentos puede irritar a los adoradores de la película, pero que sirve de perfecto contrapunto a ésta a los espectadores de Stalker. Es decir, podemos comparar las ideas que nos genera la película de Tarkovski con las que expone Dyer al mismo tiempo que recreamos sobre el texto la propia película. Comparamos y compartimos junto al escritor las emociones y los recuerdos que una película tan alejada de los convencionalismos del cine nos ha dejado. Es un peculiar texto que en ningún momento pretende suplir la novela. Es más, en algunos de sus comentarios personales, Dyer se cuestiona la necesidad de su texto, pero admite que dentro del actual panorama editorial su texto es más que posible comercialmente. Es un hecho que sujetamos entre las manos. Digresiones aparte, Zona de Dyer es una curiosidad que no debe menospreciarse. Eso sí, quizás esté limitado a lectores que han sido previamente espectadores de la película de Tarkovski. No sabía, por ejemplo, que en un relato de Kenzaburo Oé se habla de la película. De todas formas lo más interesante de la “novela” de Dyer son las reflexiones que despierta en el lector-espectador. Dyer me ha sugerido una idea que pensé que el autor desarrollaría más adelante y no ha hecho. De un autor cuya escritura abarca desde la ficción hasta la crítica, y cuyos libros suelen encontrarse a caballo entre estos dos géneros, llega una nueva publicación que sorprende por su forma y por su contenido. Se trata de Zona, un libro en el que Geoff Dyer trata de desvelar los misterios de una película que parece haberle perseguido toda su vida: Stalker, de Andréi Tarkovski. Zona es una narración que da rienda suelta a la brillantez de los rasgos distintivos de Dyer: su aguda observación, su melancolía, su lado más cómico, su lirismo… Dyer hace las veces de guía a través de la imaginería del director y allí nos damos cuenta de que la película es solo el punto de partida de una investigación realmente original sobre las cuestiones más importantes de la vida.

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Luz

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Zona

Un libro sobre una película

sobre un viaje a una habitación

GEOFF DYER

Traducción de

Cruz Rodríguez Juiz

wwwmegustaleerebookscom Para Rebecca Vi la película hasta que se convirtió - photo 1

www.megustaleerebooks.com

Para Rebecca

Vi la película hasta que se convirtió en una especie de ceguera.

G. C. W ALDREP,

«D.W. Griffith at Gettysburg»

Al fin y al cabo, la mejor manera de hablar de lo que te gusta es hacerlo a la ligera.

A LBERT C AMUS ,

«Pequeña guía para ciudades sin pasado»

UNO

Un bar vacío, posiblemente todavía cerrado, con una única mesa, no mayor que una mesilla redonda, pero más alta, de esas en las que te apoyas –no hay taburetes– mientras bebes de pie. Si los tablones del suelo hablasen, seguramente podrían contar un par o tres de historias, aunque resultaría que son todas la misma, que terminaría con el mismo lamento de siempre (después de unas copas la gente piensa que puede abusar de mí), no solo en términos de lo que pasa aquí, sino en los bares de todo el mundo. En otras palabras, estamos en el reino de la verdad universal. El camarero sale de la trastienda –vestido con chaqueta blanca de camarero–, enciende un pitillo y da las luces, dos tubos fluorescentes, uno de los cuales no funciona correctamente: parpadea. El camarero mira la luz que parpadea. Le ves pensar: «Hay que arreglarlo», que no es lo mismo que «Lo arreglaré hoy», sino que se parece mucho a «Nunca lo arreglaré». La vida cotidiana está llena de pequeñas sorpresas, esperanzas (de que quizá se haya arreglado solo por la noche) y resignaciones (no ha pasado y no pasará) que se repiten. Un hombre alto –¡un cliente!– entra en el bar, deja una mochila bajo la mesa, la mesilla redonda en la que te apoyas al beber. Es alto pero no joven, empieza a quedarse calvo, es evidente que no es un terrorista y que la mochila no esconde una bomba, pero esta acción sorprendente –dejar una mochila debajo de la mesa de un bar– no puede pasar inadvertida, sobre todo para alguien que vio Stalker por primera vez (el domingo 8 de febrero de 1981) poco después de haber visto La batalla de Argel . Le pide algo al camarero. El hecho de que la chaqueta del camarero sea blanca evidencia lo poco limpia que está. Aunque es una chaqueta, también sirve de toalla, posiblemente de paño de cocina y quizá también de pañuelo. El lugar en general parece sucio, pero está demasiado oscuro para saberlo y los títulos de crédito en caracteres rusos amarillos –cirílico de ciencia ficción– no clarifican precisamente la situación.

Es la clase de bar donde los hombres se reúnen antes de acudir a su destinado al fracaso trabajo en un banco y el camarero es de los que no se fija en nada que no le incumba, y cuantas más cosas no le incumban mejor, incluso si implica no tener prácticamente clientela. Por lo que a él respecta, mientras esté en el bar ocupado en sus asuntos y vestido con la mugrienta chaqueta de camarero, está trabajando, y si no entra nadie y nadie quiere nada y nadie necesita nada (la luz titilante, como la mayoría de las cosas, puede esperar) tanto da. Todavía fumando, camina pesadamente con una cafetera (es de esos camareros con el don de imbuir rencor a la tarea más pequeña, consiguiendo que parezca una de las labores de un Hércules con salario mínimo), le sirve café al desconocido, vuelve adentro y lo deja a solas con el café, bebiendo a sorbos y esperando. De eso no cabe la menor duda: el desconocido está esperando algo o a alguien.

Un intertítulo: una suerte de meteorito o visita alienígena ha creado un milagro: la Zona. Mandaron al ejército y nunca regresó. Está rodeado por alambradas y un cordón policial…

Este texto fue añadido a petición del estudio, Mosfilm, que quería destacar la naturaleza fantástica de la Zona (donde transcurrirá la acción). También querían asegurarse de que el país «burgués» donde ocurre todo no se identificara con la URSS. De ahí que el misterio de la Zona tuviera lugar –según el texto– «en nuestro pequeño país», que despistaba a todo el mundo porque la URSS, como todos sabemos, abarcaba un área inmensa y Rusia era (y sigue siendo) muy grande. «Rusia…», todavía oigo a Laurence Olivier decirlo en el episodio de Barbarroja de El mundo en guerra: «La infinita madre patria rusa». Ante la invasión alemana de 1941, los rusos recurrieron a su estrategia tradicional, la estrategia que había podido con Napoleón y también podría con Hitler: «Cambia espacio por tiempo», un mensaje por el que Tarkovski sentía un gran apego.

Ruido de agua que gotea. Atisbamos por unas puertas interiores en una habitación. En las abreviaturas de los guiones «Int» significa interior y «Ext» significa exterior. Este es un caso de «Súper-int» o «Int-int». Ya dentro, la cámara profundiza poco a poco. Es como si Tarkovski empezara donde Antonioni lo dejara en el famoso plano dentro-fuera al final de El reportero y lo hubiera llevado un paso más allá: dentro-dentro. Así de lento… pero sin color. La anterior película de Antonioni, El desierto rojo (1964), tal como sugiere el título, sería inimaginable sin color. El color –el abrigo verde de Monica Vitti– es lo que la hace maravillosa, pero para el Tarkovski de treinta y cuatro años, entrevistado en 1966, el año que terminó su segundo film, Andréi Rublev , era

Incluso describir el blanco y negro de Stalker como blanco y negro es teñir lo que vemos con una sugerencia inadecuada del arcoíris. Técnicamente el sepia concentrado de la película se consiguió filmando en color y positivando en blanco y negro. El resultado es una especie de submonocromo en que el espectro se ha comprimido tanto que podría resultar una fuente de energía, como el petróleo y casi igual de oscuro, pero también con un lustre dorado. Además del goteo se oyen algunos crujidos y ruidos que dan miedo y cuesta explicar. Ahora estamos en la habitación, mirando la cama.

Una mesa, una mesilla de noche, por definición mucho más baja que la mesa del bar. El estruendo de un transporte hace temblar los objetos de la mesa. Las vibraciones consiguen mover el vaso de agua de la mesa. Recordadlo. En Stalker nada pasa por casualidad y no obstante, al mismo tiempo, está llena de casualidades. Cerca de la mesilla, en la cama, duerme una mujer. A su lado hay una niña con un chal en la cabeza y, junto a ella, el hombre que presumiblemente es su padre. El estruendo del tren se intensifica. El lugar entero tiembla. Asombra que alguien pueda dormir con semejante jaleo, sobre todo porque encima en el tren suena a todo volumen una grabación de «La Marsellesa». La cámara se acerca a los durmientes y luego retrocede, se mueve muy despacio hacia un lado y después recula igual de despacio. A Antonioni le gustaban las tomas largas, pero Tarkovski las llevó un paso más allá. « de un plano, te aburres, pero si sigues alargándolo, despierta tu interés, y si lo haces todavía más largo, emerge una cualidad nueva, una intensidad especial de la atención.» La estética de Tarkovski resumida. Al principio puede darse cierta fricción entre nuestras expectativas temporales y el tiempo de Tarkovski, y dicha fricción aumenta en el siglo XXI a medida que nos alejamos cada vez más del tiempo-Tarkovski hacia el tiempo-imbécil en el que nada dura –y nadie puede concentrarse en nada– más de un par de segundos. Pronto la gente no será capaz de ver películas como La mi rada de Ulises de Theo Angelopoulos ni de leer a Henry James porque no tendrá la concentración necesaria para pasar de una escena interminable a la siguiente. La época en que podría haber leído al Henry James más tardío ha pasado y como no he leído al Henry James más tardío no estoy en disposición de afirmar cómo ha perjudicado a mi sensibilidad no haberlo hecho. Pero sé que de no haber visto Stalker con veintipocos años mi receptividad ante el mundo habría disminuido radicalmente. En cuanto a La mirada de Ulises , a pesar de estar protagonizada por un Harvey Keitel inverosímil, significó otro clavo más en el ataúd del cine de autor europeo (un ataúd, dirían los cínicos, fabricado casi exclusivamente de clavos), abrió las puertas a todo lo que no fuera arte porque cualquier cosa era preferible a tener que aguantar semejante película, sobre todo porque, en cualquier caso, toda ella podía reducirse a una única fotografía de Josef Koudelka: una estatua de Lenin deslizándose por el Danubio en una barcaza, un faraón petrificado descendiendo por el Nilo de la historia.

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