Jöse Sénder
ROOFTOPIA
Las puertas del olvido
Para mi familia y amigos.
Para los que se hacen preguntas.
Para los que no agachan la cabeza y siguen levantándose una y otra vez contra las injusticias de Epsilon.
Para los que sueñan con un mundo sin desigualdad.
“Jesus died for somebody’s sins but not mine”
–Patti Smith.
Copyright © 2019 Jose Sénder Quintana
Todos los derechos reservados.
CONTENTS
ASESINO EN SERIE
-De verdad que no hace falta, Savatha –insistió Marsh, más por educación que porque pensara que iba a servir de algo.
-No digas tonterías, niña –respondió la anciana con voz amable-. Es lo menos que puedo hacer por ti después de las molestias que te has tomado.
Marsh sonrió, divertida. “Niña”. A sus treinta y cuatro años, la única persona a la que permitía llamarla así sin romperle un brazo o algo más embarazoso era a la agradable pitonisa.
-Como quieras –suspiró-, pero ya sabes que no creo en esas… cosas –consiguió contener el impulso de usar la palabra “chorradas” por respeto a la buena de Savatha.
-Poco importa eso –repuso la anciana- mientras esas “cosas” sigan creyendo en ti.
Marsh querría haberle dicho que traerle las medicinas no le había supuesto ninguna molestia y que, de todos modos, ya le había cobrado por ello. No era necesario que le leyera el porvenir como agradecimiento, bastaba con el pequeño pago en metálico que ya le había hecho. Pero, después de tantos años, conocía de sobras a Savatha y lo inútil que resultaba intentar discutir con ella, así que eligió callarse. Dejó que la entrañable señora empezase a mover sus extrañas cartas metálicas por la mesa de forma teatral, mientras echaba un vistazo de reojo a las hojas de té que quedaban en el poso de la taza.
Le caía bien aquella vieja loca. Si hubiera podido permitírselo, le habría regalado las pastillas que necesitaba para regular su presión sanguínea. Pero no vivían en un mundo de ensueño, sino en aquella pocilga decadente llamada Epsilon. Y allí todo el mundo tenía que ganarse el pan como buenamente pudiera. Aunque fuera trapicheando fármacos por los barrios bajos de forma ilegal.
El precio de los medicamentos había alcanzado en las últimas décadas unos niveles tan insultantes que nadie de clase trabajadora podía permitírselos. Pero siempre podías contar con la vieja picaresca epsilana. En cada oscura empresa farmacéutica multimillonaria podías encontrar a algún que otro currante desengañado, dispuesto a sacarse un sobresueldo robando excedentes y vendiéndolos a escondidas a precios asequibles. Marsh conocía a unos cuantos. Le suministraban el contrabando y luego ella lo repartía entre la gente pobre del barrio. De acuerdo, no era un trabajo muy lícito, pero Marsh se repetía a sí misma que si las farmacéuticas no inflasen tanto los precios nadie tendría que comprar sus productos ilegalmente. Además, necesitaba esos trapicheos, su ridículo sueldo del periódico no le daba para llegar a fin de mes.
-Vaya, vaya –murmuró Savatha-. Estoy viendo algunas cosas muy interesantes en tu futuro, Marsh Ronin.
-Por supuesto –resopló Marsh, deseando de corazón no haber sonado demasiado cínica.
No lo podía evitar, era desconfiada por naturaleza. Tantos años de investigación periodística le habían mostrado las peores bajezas del ser humano. Ya no creía en nadie. Y hacía muchos años que se había prometido no creer tampoco en nada que no pudiera ver con sus propios ojos.
Le dio un sorbo al té que le había ofrecido Savatha. Era rojo, caliente y agradable. Y tenía el sabor de una planta de verdad. Algo poco frecuente en Epsilon, a día de hoy.
Savatha cultivaba sus propias plantas de té en la tienda. Ya no había plantaciones de las que lo pudiera importar. Al fin y al cabo, casi todas las plantas eran gen-concebidas y sabían a puto corcho, pensó Marsh con amargura. Por eso la pequeña herboristería de la anciana seguía en pie en un barrio tan pobre como Rooftopia, porque la gente llegaba a hacer un pequeño esfuerzo económico para poder comprarle sus infusiones que aún sabían a algo.
Y por suerte, la gente del barrio tendía a ser supersticiosa. Gracias a eso, la anciana encorvada de piel morena se podía ganar la vida, entre sus infusiones y su supuesta clarividencia. A Marsh todo aquello de ver el futuro le parecía una soberana estupidez, por supuesto. Pero tenía que admitir a regañadientes que algunas veces Savatha acertaba algunos detalles con una exactitud que le daba escalofríos. Había reflexionado sobre ello mil veces. Al final, había llegado a la conclusión de que la misteriosa anciana tenía una gran capacidad de observación –casi tan buena como la de la propia Marsh, por asombroso que aquello pudiera parecer- y que era así como podía acertar ciertos detalles esporádicos de lo que les iba a suceder a sus crédulos clientes.
-Veo… –habló la anciana, teatralmente- Veo un largo viaje en tu futuro cercano.
-Pues no sé, Savatha –rió Marsh, sin poder controlar un amago de burla del que se arrepintió al instante-. Espero que no sea al otro lado del muro de plomo.
Mientras la pitonisa seguía moviendo las manos de forma exagerada por encima de las cartas, como si amasara una manteca invisible, Marsh se entretuvo observando la pequeña tienda a su alrededor y repasando los detalles inútiles que su obstinadamente perfecta memoria retenía, lo quisiera ella o no. Quince plantas de té, recordó, tres de ellas en macetas rojas, cuatro en macetas grises y las otras ocho en macetas negras. Al menos, así era la última vez que vio las plantas en la trastienda, una semana antes. Su memoria fotográfica y su imparable maquinaria cerebral eran una bendición para su trabajo en el periódico, pero una verdadera molestia cuando pretendía relajarse.
Observó a la anciana. Su piel tenía un tono de un naranja que tiraba a marrón. Se preguntó si tendría antepasados de aquel país antiguo del que había leído en los libros de historia, cómo se llamaba… ¿India? O quizás era gitana. O a lo mejor sólo se bronceaba, qué sabía ella. A día de hoy, ya nadie era de una etnia concreta.
Marsh se preguntaba si Savatha era su nombre real. Siempre la habían llamado así, pero sonaba casi demasiado esotérico para ser real. A lo mejor se lo había puesto como nombre artístico. O a lo mejor se llamaba así de verdad y eso la había llevado a elegir la única profesión posible para alguien con aquel nombre.
La bruja entrecerró los ojos para enfocar la vista en una carta. La pobre ya no veía muy bien, pero al menos se esforzaba, concedió Marsh.
-Veo un gran amor –sonrió Savatha, satisfecha consigo misma, como si aquello no fuera un cliché repetido hasta la saciedad por las videntes de todo el mundo-. Vaya, vaya, querida, eso no te lo esperabas, ¿eh?
-¡Venga ya –rió Marsh-, me conoces mejor que eso!
Savatha rió con ella. Ambas sabían que a Marsh no le iban las relaciones, aunque la anciana se esforzara en intentar que sentase la cabeza, como lo haría una abuela empeñada en organizar a sus nietos una boda a la que poder asistir. Marsh miró de reojo las láminas de plástico colgadas de las paredes, que mostraban fotos del difunto marido de la anciana. Tenía cara de buena persona. Le dio la sensación de que le habría gustado conocerlo.
Marsh siguió sorbiendo la agradable infusión. Le gustaba pasar el tiempo con la vieja pitonisa, pero era consciente de que no podía tardar mucho en irse. Tenía cosas que hacer. Le pareció que Savatha se ponía más seria de lo habitual.
-Oh.
-¿Oh? –repitió Marsh- “Oh” no es algo bueno, Sav.
-Esto es… bueno, es curioso.
-¿Qué pasa?
Se le daba bien crear suspense, tuvo que admitir.
-Veo algo relacionado con… agujeros.
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