LOS TRES CIELOS
LOS TRES CIELOS
ÁNGELES, DEMONIOS Y LO QUE ESTÁ POR VENIR
JOHN HAGEE
Copyright © 2015 por John Hagee
Publicado por Worthy Latino, una división de Worthy Media, Inc.
www.WorthyLatino.com
A YUDANDO A CONOCER EL CORAZÓN DE D IOS
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Edición en ingles - Biblioteca del Congreso Número de control: 2015931801
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A menos que se indique lo contrario, todas las citas de la Escritura han sido tomadas de la Santa Biblia, Versión Reina-Valera 1960, RVR, © 1960 por las Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 por las Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso.
Itálicas añadidas por el autor para más énfasis.
Las citas de la Escritura marcadas (nvi) son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, NVI®, © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Usadas con permiso. Reservados todos los derechos.
Las citas de la Escritura marcadas (ntv) son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, NTV, © 2008, 2009 Tyndale House Foundation. Usadas con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., Wheaton, Illinois 60189. Todos los derechos reservados.
Publicado en asociación con Ted Squires Agency, Nashville, Tennessee
ISBN: 978-1-61795-918-9
Edición en español por BookCoachLatino.com
Impreso en los Estados Unidos de América
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Dedico este libro con afecto a Derek Prince, distinguido estudioso y reconocido maestro de la Biblia a las naciones del mundo. Fue un hombre de Dios, que amaba a Israel y a los huérfanos. Además, fue mi muy querido amigo y mentor.
ÍNDICE
PRIMERA SECCIÓN:
EL PRIMER CIELO
CAPÍTULO 1
«MAMI, ¡DIOS ESTÁ VIVO!»
C omenzó como un día normal. Estaba en la oficina a las siete de la mañana trabajando en mi siguiente serie de sermones, cuando recibí una inesperada llamada de Diana. Me explicó que nuestro nieto Wyatt, de cinco meses de edad, estaba en el hospital afectado por el VRS (virus sincitial respiratorio humano), una infección pulmonar grave. Me pidió que oráramos. Oramos porque Wyatt sanara y acordamos encontrarnos en el hospital.
Pero antes de que pudiera salir de la oficina, Diana volvió a llamar y me informó que Ellie, nuestra nieta de dieciocho meses, también debía ser internada en el mismo hospital, por el mismo virus. Mi día ya no fue normal. La cadena de oración de la familia Hagee funcionaba a toda máquina, por lo que empezamos a prepararnos para la defensa contra cualquier ataque.
Al llegar al hospital me enteré de que nuestros nietos estaban en habitaciones contiguas, de modo que nos fue más fácil a «Nana» y «Papa» compartir nuestro tiempo entre ambos. Tras un día entero ayudando a nuestras hijas con nuestros nietitos enfermos, Diana y yo fuimos a casa a prepararnos porque yo tenía que dar una charla fuera de la ciudad. Empaqué mis maletas rápidamente, fuimos en el auto hasta el aeropuerto y Diana regresó al hospital.
Cuando mi esposa volvió a entrar en la habitación de Wyatt lo encontró con grandes dificultades para respirar y su madre, nuestra hija Christina, llamaba desesperada a las enfermeras. Un especialista en terapia intensiva pediátrica entró corriendo en la habitación y diagnosticó al instante que Wyatt tenía un pulmón colapsado. Así que hizo que llevaran a nuestro nieto a la unidad de terapia intensiva pediátrica y llamó al terapeuta de respiración, que se preparó para inflar el diminuto pulmoncito de Wyatt.
Tras hacer eso, Wyatt pudo respirar sin dificultad. Christina y Diana le dieron las gracias al médico por su rápida y eficiente intervención. El especialista se presentó, diciendo:
—Señora Hagee, me llamo Sam Zuckerman. Soy judío y visité su iglesia la noche de la «Honra a Israel». Como usted es una mujer de fe quiero contarle algo que, me parece, le impresionará tanto como me impactó en su momento.
Diana prestó atención, dispuesta a oír lo que el médico iba a contarle.
Cuando llegué a mi destino llamé a casa de inmediato desde el aeropuerto, para que me dieran las últimas noticias de nuestros queridos nietos. Como dice la Biblia, con tanta razón: «Corona de los viejos son los nietos» (Proverbios 17.6). ¡Y puedo decir amén a eso porque nuestros trece nietos son nuestro gozo y nuestro orgullo!
Diana me dio, como siempre, los pormenores del estado de Ellie y Wyatt, luego me dijo:
—John, tengo que contarte algo asombroso que sucedió esta noche.
Sin hacer una pausa para tomar aliento siquiera empezó a contarme el maravilloso relato de un pequeño paciente al que había tratado el doctor Zuckerman.
El médico dijo que tres años antes un colega y su esposa habían pasado por una tragedia repentina en su familia. Ese colega era el director del hospital en el que trabajaba el doctor Zuckerman. El matrimonio había decidido construir una piscina en su jardín porque sus dos hijos, Alexandria y Jackson, habían aprendido a nadar. Cuando terminaron de construir la piscina se le informó a la familia que durante varios días no podrían usarla debido a la alta concentración de químicos que tenía el agua.
David y Sherry llevaron a sus hijos dentro de la casa para celebrar en la cena la tan esperada y ansiada piscina. Su hijo menor, Jack, era un pequeñito vivaz de cuatro años; de modo que a nadie le sorprendió ni alarmó que no acudiera a la mesa ante el primer llamado para cenar. Pero después de que lo llamaran varias veces sin que Jack diera señal alguna, se alarmaron porque no era habitual que ni siquiera respondiera desde lejos.
Empezaron a buscarlo y de repente David pensó en lo peor: ¿Podría Jack estar en la piscina? El padre corrió hasta el jardín y tras buscarlo allí, confirmó su temor: su hijo flotaba boca abajo en el agua, vestido y sin dar señales de vida.
David sacó de inmediato a Jackson del agua tóxica y gritó desesperado llamando a Sherry, que helada por la impresión llamó al número de emergencias 911. El papá intentó revivir a su amado pequeño aunque instintivamente supo que la situación no ofrecía buenas probabilidades.
Tras llamar al 911, David siguió junto a la piscina haciéndole los primeros auxilios, tratando de revivir a Jackson durante esos diez minutos. El niño no respondía, pero sus padres jamás abandonaron sus intentos por salvarlo.
Finalmente David y Sherry oyeron el chillido agudo de las sirenas que se acercaban. Venían a su casa, por su hijo. Era una escena surrealista.
Sherry mantuvo a su hija dentro de la casa cuando llegó la ambulancia y el camión de los bomberos. Le explicó a Alex que Jack había caído en la piscina y que le llevarían al hospital de papá. Alex fue llevada a la casa de los vecinos para que no viera cómo intentaban salvar los médicos a su hermano.
Los paramédicos evaluaron a Jack enseguida y empezaron a administrarle medicación por vía intravenosa. El equipo de atención de emergencia continuó con lo que valientemente había estado haciendo el padre para revivir al pequeño sin vida, pero no lograban detectar latidos.
Cuando llevaron a Jack al hospital, la doctora encargada de emergencias, el terapeuta respiratorio, y un talentoso equipo de enfermeras y personal de la salud luchó por la vida del niño durante más de una hora. El médico le dio una cantidad de medicamentos e intentó varios procedimientos para recuperar a su diminuto paciente, pero de nada servía… no había pulso. Así que decidió darle a Jack una última serie de drogas antes de declarar su fallecimiento.
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