muertas antes de ayer.
memorias y detalles.
que debo completar.
I NTRODUCCIÓN
Hace poco, en un viaje de trabajo que hice a Bolivia, me fui a recorrer los mercados de artesanías de La Paz, que me encantan, y llegué a unos puestos donde las cholas, como les dicen allá, se instalan sobre una plataforma para sentarse junto a su mercancía. Tienen las piernas cubiertas por sus múltiples polleras y se hacen parte de una escenografía que las deja a la altura de la mirada de los compradores. Me pareció que este cubo doble, con la mujer a mitad de cuerpo, era como el arcano VII del tarot: el Carro. El cuadrado superior era la protección del personaje y el inferior, la estructura fija en la tierra; entonces, me surgió el impulso de fotografiar a una de ellas. Pero cuando tomé mi teléfono para hacer la foto, la mujer de inmediato ocultó el rostro con su sombrero. Me disculpé por el descuido que me había hecho olvidar dónde estaba: en un mundo de creencias distintas que convive con el lenguaje del misterio. Para ellos, una foto no es solo una imagen, una foto puede atrapar el alma y ser un instrumento vivo de representación de su persona.
Y es que, en el inconsciente, así sucede. Ese mundo, que guarda imágenes de la memoria en cajones oscuros y subterráneos del tiempo, entenderá la fotografía como si fuera la persona real. Y también entenderá las partes como una totalidad. Un collar de perlas no es solo un montón de perlas enlazadas; un collar de perlas es mi madre a los cuarenta y seis años, con un vestido verde, llegando con mi padre a mi fiesta de graduación. Luego, proyecta a los seres y acontecimientos que habitan la memoria inconsciente sobre el mundo, sobre las personas o sobre las cosas, y recrea afuera el escenario interior, deslizando con ello un sinfín de emociones que configuran el espejismo.
Por esto, cualquier persona que represente a un personaje familiar produce un fuerte impacto… como si en verdad fuera el personaje real. Metáfora y símbolo actuantes para hablar al inconsciente. Este es el principio desde el cual emergen los actos para sanar.
La acción que sana las memorias.
La mayoría de la gente teme a los contenidos de su inconsciente. Las personas llegan a la consulta temerosas de lo que su árbol familiar pueda revelar y de las consecuencias que ello pueda tener en sus vidas. Este es el miedo a verse a sí mismos y a descubrir los verdaderos deseos y pulsiones que se ocultan detrás de los síntomas y que son las reales causas de su sufrimiento. Como la furia contra el padre autoritario, el deseo hacia la hermana, la pulsión homosexual, el deseo de matar a la madre que le prohibió estudiar música o al padre que lo obliga a sostener su empresa, etc. Debajo de toda enfermedad o fracaso hay alguna prohibición o alguna obligación de la familia. Educados para adaptarse a ellas, las personas las acatan y soportan, generando lealtades tóxicas que postergan la propia verdad. Adoctrinados por la familia y su cultura, se hacen pacientes-dependientes. Cuando de verdad hay voluntad de sanar, es necesario entrar en la memoria oscurecida, permitirse ver aquello que se desconoce como si fuera una amenaza y transformarlo en aliado, para que sirva como una importante fuente de información que propone descubrir el origen del sufrimiento. En ese momento, las respuestas para sanar estarán en consonancia con la verdad del ser. Luego, para salir de las situaciones tóxicas, se requiere una acción poderosa que cambie el condicionamiento familiar y cultural que está produciendo la enfermedad.
Las terapias convencionales y la medicina usan el término «paciente» para quien busca ayuda para sanar una dolencia física o psicológica. En este término hay una condición que deja a las personas en un estado de impotencia, a la espera de una solución o un remedio que reciben obedientemente. Sobre todo ocurre con la medicina alópata, que no tiene mucho tiempo para responder inquietudes de sus pacientes y opera mecánicamente deshumanizando los procesos de salud, curando órganos como partes aisladas del cuerpo y medicando de la misma forma, sin considerar las consecuencias para el resto del organismo, que pueden generar otra enfermedad producto del propio «remedio».
El psicoanálisis cree que una vez que el paciente rescata una imagen significativa durante el recorrido que ha hecho por el laberinto de su memoria y descubre, por ejemplo, que el abandono de su padre en la infancia es la causa de su actual sufrimiento, este se resuelve. Pero no es así. El intelecto y la palabra, que son el campo donde trabaja el psicoanálisis, no resuelven. No basta con entender, es necesario actuar. En esas memorias hay muchísima carga emocional, impulsos intensos reprimidos que dañan el cuerpo y el alma, y que necesitan ser llevados a la acción para liberarse. Para resolver es necesario pasar por la experiencia metaforizada que el inconsciente acepta como realidad. En estas vivencias no solo se moviliza la palabra sino también el cuerpo, las emociones y los deseos que, generalmente, están acorralados en normas socioculturales y familiares que pertenecen al manual de las buenas costumbres de la tradición familiar, y que atentan contra la salud y la autenticidad.
Para sacar afuera la furia y la angustia infantil que quedaron grabadas en el cuerpo, cuando el padre se fue sin asumir la manutención del hijo, se puede actuar tomando un objeto que lo represente, sobre el cual se escribe su nombre y se pega un billete, que serán destrozados a palos. Será una liberación energética que muy pronto resituará la mirada infantil de carencia y abandono hacia una propuesta más adulta de revalorización. Para conseguir esto último, y terminar la secuencia de forma amable, tendrá que lavar una buena cantidad de billetes (porque para el hijo, el dinero está cargado simbólicamente de abandono), y pedirle a un padre metafórico que lo frote con él. Hacer esto significa limpiar una memoria antigua e ingresar allí una nueva información que le habla al inconsciente. Significa cambiar una memoria que se aloja en el cuerpo y en la psiquis.
En este escenario hay que utilizar el arte y la creatividad, símbolos concretos, lenguaje no verbal, poesía, objetos como el reloj que perteneció al padre, movimientos simbólicos y coreografías metafóricas para entrar en el drama personal y poder cambiar la información de la memoria del consultante, participante activo en la solución. Él es su propio curandero, que acepte voluntariamente realizar un acto proveniente de la interpretación analítica y simbólica de su árbol familiar. Lo que sabe, y también lo que no sabe, le pertenece; desde allí, toda la acción se encamina a transformar los patrones heredados, que están en la raíz de los traumas e infelicidad. En el momento en que acepta hacer un acto para sanar, se hace cargo de su proceso. Se compromete con su vida.
El vehículo de transformación es todo el organismo: cuerpo, mente, sentimientos, deseos, alma. El acto que sana integra esta totalidad y encarna la conciencia a través de una experiencia vívida.
Gran parte de los recursos utilizados durante el proceso de realización de los actos proviene del conocimiento de los curanderos y chamanes, vinculados a la fuente maestra: la naturaleza. Su saber está íntimamente ligado a ella, y por tanto la memoria que habita en la sangre de su linaje está a su vez ligada al origen de la Tierra, al origen de los tiempos. Ellos son la enciclopedia universal que comprende la totalidad: lo racional y lo irracional, la materia y lo invisible. Son el conocimiento vivo.