María Gabriela Rodríguez Carrerou - En la brevedad de las vigilias

María Gabriela Rodríguez Carrerou

En la brevedad de las vigilias

En la brevedad de las vigilias

María Gabriela Rodríguez Carrerou

Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

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© María Gabriela Rodríguez Carrerou, 2018

Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

universodeletras.com

Primera edición: julio, 2018

ISBN: 9788417435011
ISBN eBook: 9788417435684

Dedicado a los dos profundos amores de mi vida:

A mi padre Ruben, mi alma entera, mi corazón, mi inalterable devoción.

A mi madre Martha, lo que soy y lo que no, mi incondicional compañera con quien comparto este contrapunto de palabras.

Y es en las breves vigilias que sucedieron a su ausencia donde nacen los primeros versos de este libro.

Prólogo

Atracciones fatales y hondamente humanas

Cuentos urbanos, mayormente eróticos, donde la autora muestra una versatilidad y profundidad poco comunes en el abordaje de la temática. Mujeres acosadas y deseadas, maltratadas y amadas de las más nobles y crueles formas, reciben el tratamiento de hombres que en general, no las comprenden. Esto no obsta para que la autora adopte en varios casos, de modo absolutamente natural y verosímil, la perspectiva masculina.

Los diálogos breves y creíbles, apoyan un mundo de validez totalmente universal. Casi sin descripciones del entorno, la atmósfera se recrea a través de pinceladas certeras y sintéticas.

Hay momentos de horror y ternura, de violencia doméstica y amores clandestinos, de pesadillas, incertidumbres y esporádicos encuentros con el otro, como sucede habitualmente en la agitada vida de nuestras ciudades.

Situados en plena actualidad, productos de esta época de soledad y consumismo, los personajes de estos relatos buscan un destino que parece alejarse cada vez más allá, como la felicidad. Sin embargo, ese desamparo existencial encubre una necesidad latente e insinuada con maestría por la novel autora, de verdadero e inagotable amor.

Prof. Lauro Marauda

Agua y scotch

Un hombre se paró junto al mostrador del bar donde yo estaba esperando a mi amante.

Hacía una hora que él tenía que haber llegado, sin embargo, nunca se me cruzó por la cabeza la idea de irme.

Estaba sentada tomando un scotch con mucho hielo.

Llevaba un atuendo formal, que escudaba en su color negro el morbo que yo había puesto al elegirlo, sabiendo a ciencia cierta que su presencia, era más interesante que mi desnudez.

Llamaba sin parar desde mi móvil, hacía cuentas en mi agenda y nada lograba calmarme.

Estaba tan apasionada, que si él no acudía ese martes…me desmoronaría.

Tal vez su ausencia, esa vez significara que me había dejado, porque ya no me soportaba o porque iba a ser padre por segunda vez.

Estuve dos horas esperando, ya el alcohol había hecho su efecto y llamé a su casa…escuché la voz de su mujer.

Ella parecía estar sumida en problemas domésticos, sin preguntarse nada acerca de los dilatados horarios de su marido, a quien no podía cercar, ya que sabía que de ese modo lo perdería.

El país entero estaba conmocionado por una crisis financiera.

Comentaban los garzones que había disturbios en varias partes de la ciudad.

Había rumores de toque de queda y de grupos violentos…

Pero yo estaba esperando a ese hombre y sobrevolaba todo conflicto; su demora oprimía mi pecho cada minuto, más y más.

Pensaba en su belleza… Había empezado a convencerme que existían otras mujeres en su vida.

Esa tarde me propuse entonces, ser la mejor de sus amantes.

El hombre del mostrador tenía la frente sudada, estaba en mangas de camisa, una camisa muy usada, pero prolija y un pantalón de tela azul de invierno a pesar del calor.

Sus pies eran extremadamente blancos, asomaban sus dedos por unas sandalias dignas de Jesucristo.

Pidió un vaso con agua y enjugó su frente con un pañuelo de tela celeste, con unas rayas finas que delineaban un cuadrado próximo al pespunte.

En una de sus esquinas, el tiempo le había hecho perder un par de puntadas.

A esa hora de la tarde, llegaba puntual… todos sabíamos que enjugaría la transpiración con el pañuelo celeste, que sacaba del bolsillo derecho del pantalón de invierno….

Y luego de eso, parecía recuperar el rostro distendido que se tiene al amanecer.

Yo nunca pediría un vaso con agua…

Pero el hombre, de ese modo hacía una pausa y estoy segura, que no existía nada más gratificante y no lo cambiaría por mi scotch.

Yo nunca pediría un vaso con agua, pero tampoco nunca podría hacer una pausa como la de ese hombre.

Al entrar, empujaba siempre con suavidad la puerta; yo creía que temía romperla no teniendo cómo pagarla.

Pero con el tiempo me di cuenta de que lo hacía de ese modo, porque realmente quiere a este oasis de madera y mármol.

Saluda tímidamente levantando un poco su mano, hasta asegurarse que sus respetos han llegado a todos. Luego la baja lentamente sin saber muy bien qué hacer con ella, hasta que sus ojos marrones claros con los párpados un poco caídos sobre ellos, encuentran al garzón a quien menos molesté.

Todos nos conocemos en este bar…

Me traen otro scotch con menos hielo cuando las esperas son demasiado largas. Cuando termina el frenesí de mis llamadas, y dejo de agendar cosas sin importancia.

Es allí que mi mirada se detiene en cosas pequeñas, plantas de plástico, en la marquesina de la casa de cueros de la vereda de enfrente que empieza a cerrar.

Y aunque mi amante generalmente sigue sin llegar, estoy más calma y empiezo a pensar en la vida que llevo con cierta vergüenza y culpa por mis padres…

Me siento ridícula por elegir siempre la misma mesa para dos, escondida entre las plantas y un cartel donde se detalla el menú de un día, en que yo todavía no frecuentaba ese lugar.

Ya voy perdiendo la esperanza de que venga…

El intelectual de la mesa enfrentada a la mía, pide su segundo y definitivo café…Últimamente al hacerlo me comenta algo y yo contesto brevemente por cortesía.

Es obvio que tiene demasiado tiempo como para ir a leer a un bar largas horas.

Seguramente le gustaría estar apurado…aunque después de correr como yo para llegar a una cita, tuviera que esperar agónicamente.

Tiene todo el tiempo un libro de hojas amarillas, abierto en cualquier parte. Es tan evidente su inutilidad como la de mi agenda…

Cada vez que llega mi amante, «el intelectual» lo mira casi con odio. Cierra el libro, paga y se va.

Seguramente cuando llegue el día, que podría ser hoy, en que mi amante me deje, el se va a acercar a elogiarme…

«Te miro desde mi mesa desde hace añossss…. y sossss la flor más linda, entre todas las floresss….», me dirá pausadamente, inspirándose en la vegetación de plástico con la que pretendo camuflar mi romance.

La espera se ha prolongado hasta lo indigno…hasta para mí que conozco las reglas.

De pronto la puerta se abrió y entró mi amante como una tromba.