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Gabriela Wiener - Llamada perdida

Aquí puedes leer online Gabriela Wiener - Llamada perdida texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2015, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Gabriela Wiener Llamada perdida
  • Libro:
    Llamada perdida
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2015
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Admite el señor Phillip Lopate, uno de los principales estudiosos y escritores del género del ensayo personal, que siempre ha admirado a escritores como Jack Kerouac o Henry Miller que son capaces de convertir sus vidas en una saga épica. Cuando se propuso utilizar la suya como materia literaria, sin embargo, se dio cuenta de que estaba muy lejos de poder emular a sus ídolos: él no se había enrolado en la marina mercante, ni había sido un revolucionario, ni se había ido de putas en París. Él solo era un profesor aburrido que escribía poemas y textos en primera persona. Tal vez por eso su libro Retrato de mi cuerpo es la demostración de que el milagro se esconde entre lo oscuro.

Confieso que, a diferencia de Lopate, yo sí me he ido de putas en París. Y he hecho otras cosas que algunos encuentran audaces. He visitado mundos raros para contarlos. He tenido experiencias. Pero de un tiempo a esta parte me atrae también otro tipo de aventuras. Me refiero al relato del tejido social y emocional en el que operamos. He asumido no sin pudor —alguna vez tenía que pasar— el papel de comentarista de la realidad relegando el de protagonista. O no.

Lo cierto es que nunca he podido narrar —ni opinar— desde un lugar discreto, nunca he podido hacerme invisible, y para ser sincera tampoco lo he intentado. Amo la realidad que desenmascaramos en cada uno de nuestros actos. Amo la voluntad de asombro. Cuando niña me intoxiqué de poesía confesional y de los trabajos de artistas que escribían con su sangre y nos mostraban la cama donde acababan de tener sexo. Me interesan los documentales que hacen los hijos sobre sus familias tanto como los libros de memorias que nadie contaría, narraciones llenas de episodios bochornosos. La intimidad es mi materia y es mi método. Y, sí, esa necesidad de exponerme tiene que ver más con la inseguridad que con la valentía. La autorrepresión siempre me pone al borde del arrebato y en situaciones incómodas de las que nunca sé cómo salir. Pero salgo y salgo un poco distinta.

Este puñado de historias y observaciones no son más que frutos de la reincidencia en el vicio de documentar lo que me rodea con la esperanza de que al relatarme alguien más se sienta relatado. Si algo he aprendido de gente como Lopate o Emmanuel Carrère —otro desencantado de la ficción, autor de libros híbridos y raros que son a la vez autoficción, reportaje y literatura del yo— es que hay muchas primeras personas: no todas son estúpidas o inoportunas. Y que, como dice Lopate, siempre habrá una tensión entre nuestro lado seductor y nuestro lado insufrible.

Creo que lo más honesto que puedo hacer literariamente es contar las cosas como las veo, sin artificios, sin disfraces, sin filtros, sin mentiras, con mis prejuicios, obsesiones y complejos, con las verdades en minúscula y por lo general sospechosas. Hacerlo de otra manera sería presuntuoso por mi parte. Estaría engañándome y engañándolos. Gay Talese escribió que la misión de un escritor de no ficción es dar cuenta de la corriente ficticia que fluye en los túneles subterráneos de lo real. Hay escritores que buscan la verdad a través de la ficción. Me gusta pensar que formo parte del otro grupo, el de esos excavadores que buscan en lo real lo impredecible y lo extraño (pero también lo abrumador) de la normalidad, el absurdo que contienen las noticias, todo eso que puede ser tan serenamente triste como una llamada perdida.

Para Elsi, Raúl y Elisa, al

otro lado de la línea.

Título original: Llamada perdida

Gabriela Wiener, 2015

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Puede ser la ironía el mejor bisturí para abrir en canal la propia vida - photo 1

¿Puede ser la ironía el mejor bisturí para abrir en canal la propia vida? ¿Quiénes son los auténticos herederos de Roberto Bolaño? ¿Cuáles son los límites del pudor? ¿En qué se parecen Corín Tellado e Isabel Allende? ¿Se puede vivir en vida la experiencia radical de la muerte? ¿Qué diablos será eso que llamamos «familia»? Son muchas y muy sorprendentes las preguntas que plantea la escritora Gabriela Wiener en este libro que no se parece a ningún otro. Un libro autobiográfico, político, sincero y radical donde se habla de tríos sexuales, de amigos lejanos, de literatura, de supersticiones numéricas, de una hija y un marido, de España y de Perú. Un libro que se adhiere a la piel del lector como un tatuaje, con ese eco insistente y abstracto de las llamadas perdidas.

Gabriela Wiener Llamada perdida ePub r10 Titivillus 24-08-2019 LLAMADAS DE - photo 2

Gabriela Wiener

Llamada perdida

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Titivillus 24-08-2019

LLAMADAS DE LARGA DISTANCIA
Cuanto mayor es la belleza, más profunda es la mancha

Serguéi Pankéyev está llorando por primera vez delante de su médico. Su nariz crece y enrojece violentamente con los espasmos del llanto. Es muy simple, para él su nariz es como un montón de lobos blancos que lo miran estáticos desde el árbol que está frente a su ventana. Sigmund Freud se peina la barba mientras Pankéyev, entre sollozos, vuelve a mencionar su nariz, el oscuro y deforme centro de su rostro. Hoy no espera profundizar en la visión de su padre penetrando salvajemente a su madre, no quiere saber nada más acerca de la vez en que su hermana se bajó el calzón y le dijo «come de aquí» o de todo lo que soñó hacerle a su institutriz inglesa antes de que esta lo descubriera mirándola y lo amenazara con cortarle un trozo del pene. Serguéi solo quiere que los lobos quietos y blancos, posados como palomas en las ramas, desaparezcan, pero estos se empeñan en gritarle que es como una maldita foto de Cindy Sherman, que su cara es el circo de la mujer gallina y su nariz, sobre todo su nariz, un zurullo; pobre ruso adinerado.

Sufro trastorno dismórfico corporal, la misma enfermedad que sufría Pankéyev y que en vano trató de curar Freud. Como el aristócrata ruso, me preocupo obsesivamente por algo que considero un defecto en mis características físicas. Lo más perturbador de una enfermedad así es que ese defecto puede ser real o imaginario. No está claro quién o qué determina lo que es evidencia o producto de la fabulación. Es algo así como si entre los monstruos de nuestras pesadillas, en medio de los niños de dos caras, de los bebés que nacen con sus hermanos en el vientre y los gatos con seis patas, estuvieras tú.

El mal existe, como la deformidad y la putrefacción.

Nadie podrá despreciarme mejor que yo. Esa es mi conquista. La voz interior es siempre un recuento de catástrofes y barroquismos: mis dientes torcidos, mis rodillas negras, mis brazos gordos, mis pechos caídos, mis ojos pequeños clavados en dos bolsas de ojeras negras, mi nariz brillante y granujienta, mis pelos negros de bruja, mis gafas, mi incipiente joroba y mi incipiente papada, mis cicatrices, mis axilas peludas y abultadas, mi piel manchada, pecosa y lunareja, mis pequeñas manos negras con las uñas carcomidas, mi falta de cintura y curvas traseras, mi culo plano, mis cinco kilos de sobrepeso, los pelos hirsutos de mi pubis, el pelo de mi ano, los pezones grandes y marrones, mi abdomen descolgado y estriado. El tono de mi voz, mi aliento, el olor de mi vagina, mi sangre, mi fetidez. Y aún me falta hacerme vieja. Y descomponerme.

En una época me dibujaba, construía collages con fotografías recortadas, unía partes de mi imperfecto cuerpo con recortes de cuerpos de modelos increíbles. En uno de mis autorretratos tengo un rubí en el pezón y mi cuerpo es el de una heroína de cómic erótico de los setenta. Soy una muñeca recortable y tricéfala a la que le he cortado el cuerpo y le he dejado los vestidos.

Todos los acomplejados somos unos formalistas. Nietzsche lo dijo así: «El hombre se mira en el espejo de las cosas, considera bello todo lo que le devuelve su imagen. Lo feo se entiende como señal y síntoma de degeneración». Por lo general se da por descontado que en el mundo hay feos, pero las personas no se imaginan que pueden estar en ese grupo. En el peor de los casos es cuestión de gustos o de puntos de vista, o la belleza es subjetiva o depende de la época o de lo que entienda la cultura occidental. Nadie quiere ser simpático. Ninguna mujer quiere ser solo agradable. Hay pocas cosas tan en desuso como la belleza interior. Algunas veces me he aplicado al ejercicio de juzgar estéticamente a otros como una gran entendida. Todos sabemos que para la gente realmente hermosa este no es un tema de conversación —los guapos de verdad ni se dan cuenta de lo guapos que son—, pero para la gente fea tampoco, para ellos no es un tema: es el único tema. De hecho, alguien que no habla del físico de los demás, aunque no sea una persona guapa, solo por la abstención ya puede considerarse un poco guapo. En cambio, a alguien regular, e incluso a alguien semiguapo, lo afea bastante hablar de la belleza o la fealdad de los otros.

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