A mí me dieron un reloj que sacaron de la bolsa del Che y él me dijo que se lo guarde y estoy seguro que era de él porque es un Rolex asegura que él lo rescató de unos soldados y se lo devolvió al comandante y que el Che para diferenciarlo del que era del Tuma le hizo una cruz en la parte de atrás con un cuchillo y le pidió se lo envíe a su mujer, pero sucede que el mío también tiene cruz y ahorita nadie entiende nada porque el cabrón ese de la CIA que andaba fotografiando las libretas del Che dice que él tiene el verdadero y que no hay quién se lo niegue, porque finalmente él es cubano de los buenos y debe entregárselo al presidente norteamericano, tal vez pero yo estoy seguro que el real es el mío, a mí me lo confirmó el Che cuando volvimos de la quebrada y me pidió que se lo mande a sus hijos, pero no sé qué hacer desde que ahora está muerto y se olvidó de dármelo la dirección en Cuba.
Tarata, 19 de diciembre, 1966
Pedro
–Era mejor que no les contaras nada –me dijo mi hermana menor al volver de la cocina con una canasta llena de frutas de la huerta.
Comencé, pues, a pensar que tal vez tenía razón. Mi madre se había levantado de la mesa, apartando el plato de sopa que acababa de servirse. No quiso decir nada. Mi padre me miró firmemente, cubriéndose después la cara con las manos, como queriendo negar lo que había venido a anunciarles.
–Hace tanto tiempo que no venías –se limitó a comentar, apartando también él la comida y buscando en los ojos de Gabriela una respuesta que él solo no podía encontrar.
–¿Y cuándo te irás? –preguntó ella, tratando de disminuir un poco la tensión que yo había producido.
–No lo sé, la próxima semana, creo –le respondí, metiéndome la cuchara en la boca. Mi padre se puso a jugar con la suya, introduciéndola una y otra vez en el plato sin probar bocado.
–Es una decisión tomada –proseguí, tratando de impedir que empezara una discusión que me hiciera las cosas aún más difíciles.
–¿Quiénes se van contigo?, ¿tus amigos del partido? –preguntó Gabriela un poco mecánicamente.
–No puedo decírtelo. Es preferible que no sepas nada que luego pueda comprometerte –repliqué.
–¿Y adónde van? –volvió a preguntar.
–No insistas, por favor –contesté, tratando de no ser demasiado distante. Mi padre se mantenía cabizbajo, con la mirada perdida. Gabriela le tomó una mano, pero él la soltó, echando para atrás su silla, y marchándose de la mesa, en busca de mi madre que se había ido a regar sus plantas en el patio de la casa.
–Es mejor que te vayas sin despedirte –señaló mi hermana, sentándose a mi lado, en el sillón que daba a la ventana desde la que se veía el viejo patio de nuestros juegos infantiles–. ¿Cómo esperabas que reaccionaran?
–No sé; sólo vine a despedirme.
–Tú sabes que siempre han estado contigo, siempre se han solidarizado con tus anhelos. Pero ahora es diferente.
–¿Por qué habría de serlo?
–Porque están seguros de que esta vez no volverás.
–¿Tú qué sabes?
–Es fácil comprenderlo.
–Todo saldrá bien, ya lo verás.
–Y mientras tanto, ¿qué haremos sin ti? Podrías al menos dejarnos unos pesos.
–¿Es eso lo que te preocupa?
–Pues sí; sin tu ayuda y la de Filomena no alcanza para nada.
–No hay ninguna cosa que yo pueda hacer.
–Entonces, ¡qué mierda!, podías haberte ahorrado el viaje hasta aquí.
–Eres muy dura; parece que no comprendes lo que estamos haciendo.
–Claro que sí; tus ideales son siempre lo más importante. El resto que se las arregle como pueda. Al final, las que cargamos con todo siempre son tus hermanas. Nunca estás cuando más te necesitamos.
–Es mi vida, finalmente –le contesté, bastante irritado.
–Es inútil seguir discutiendo –observó ella.
Los viejos estaban allá afuera, tomados de la mano.
–Andate ya, yo me ocuparé de ellos –me dijo sin rencor–. Que Dios te proteja –concluyó. Me apretó los dedos entre los suyos, y se fue en busca de mis padres.
Me quedé solo todavía por unos minutos, tomé un puñado de tostado de trigo de la mesa, me acerqué nuevamente a la ventana y me despedí mentalmente, sin hacer ruido, con un tremendo nudo en la garganta.
Ñacahuasu, 31 de diciembre, 1966
Loro
Hoy llegó finalmente Monje, el secretario general del Partido Comunista Boliviano, para definir con el viejo el papel que nos corresponderá en la guerrilla. Pedro vino con él.
El 19 de diciembre aparecieron dos cubanos más que estaban rezagados: Antonio y el Rubio.
El 12 nos reunimos todos para fijar ciertas normas de disciplina y para determinar las funciones que le tocarían a cada uno. Marcos fue nombrado responsable de la vanguardia; Joaquín quedó a cargo de la retaguardia y como segundo al mando después del viejo, un uruguayo calvo y canoso llamado Adolfo Mena.
Alejandro, Pombo, Inti, Morogoro y el Ñato se harán cargo de distintas responsabilidades: operaciones, finanzas, servicios, enfermería y armamento. Rolando y el Inti serán los comisarios. Todos tendremos turnos de guardia y de carga, aunque por ahora a los bolis nos tocó lo más duro.
El 11 regresaron Coco y Ricardo, con más refuerzos: Alejandro, Arturo –el hermano de Ricardo–, el Moro, que es médico, y Benigno, además de otros tres compañeros nuestros: el Ñato, el Camba y Carlos. Ricardo había tenido a su cargo la preparación de la guerrilla antes de que llegara el viejo.
El 7 apareció sorpresivamente Lucas. Nadie esperaba su ingreso a la guerrilla.
El 2 llegó el Chino para charlar con Mena sobre las posibilidades de ampliar la guerrilla hacia el Perú. Quedaron en que el Chino volvería más tarde con cinco refuerzos peruanos. Esto nos disgustó un poco a los bolivianos, que comenzamos a sentirnos en franca minoría.