Gallotta, Nahuel Bandidas / Nahuel Gallotta. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2019. Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-49-6839-9 1. Periodismo Policial. 2. Biografías. I. Título. CDD 070.449 |
© 2019, Nahuel Nicolás Gallotta
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Primera edición en formato digital: septiembre de 2019
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ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-6839-9
El camino de Nahuel
Por Alejandro Seselovsky
Tenemos, en esta vida nuestra, en este mundo en el que vivimos, dos maneras de comprender eso que llamamos el deseo . Dos cosmovisiones, dos filosofías. Una, la oriental —pongámosle budista, hinduista, como prefieran— que dice: el deseo es la fuente del sufrimiento. Suprimirlo es suprimir el dolor. Y para suprimir el deseo hay que suprimir el yo.
La otra, la occidental freudiana, dice que el deseo es el motor del mundo, es la energía que pone en marcha las acciones que prosperan la existencia, y pondera ese combustible personal —Freud lo llama libido— porque sin él no hay acción material ni yo en marcha.
O sea, no hay mundo.
Como con la Pepsi y la Coca, con el Burger o con el McDonald´s, con Macri o con Cristina, uno elige a dónde pertenecer. Y yo elijo, elegí siempre, ser un sujeto de la cultura occidental. Debe ser porque nací en ella, porque en ella tuve hijos y en ella aprendí a sobrevivir.
El deseo, para mí, como el amor, ha sido siempre lo único real.
Ahora bien, el deseo puro, en soledad, es un impulso del cuerpo, un avatar del sistema nervioso, y no supone necesariamente un acto de libertad, porque la libertad es elegir, y el deseo es un impulso. Y el deseo, como impulso que es, no cuesta nada. No cuesta nada porque no implica la voluntad.
El deseo, sin gestión, es el balbuceo de los vacilantes. Tener ovarios, tener huevos, la genitalidad que prefieran según sus perspectivas de género, es hacer del deseo, materia. Del deseo, realización. Del deseo, realidad. Es para pocos.
Nahuel cree que no se hizo chorro por despavorido, porque no le dio el culo para aguantar la tumba, porque tuvo miedo del desamor que implica un puntazo en el patio de Olmos. Le vengo escuchando esto desde que lo conozco. Cuando vino a casa la primera vez, un jueves a la tarde, o un martes, no importa, importa que era un día de semana y tiramos unos choris en la parrilla como dos bacanes del chaperío.
Algo dijo también una vez en un cumpleaños de Fede Fashbender, una noche donde terminamos metidos en la pileta de Fede con unas latas de Brahma en la mano ¿O eran unos fernét? Fede reventaba los parlantes de metal gótico, porque Fede es así. Y Nahuel, que es de la cumbia, y yo, que soy un desencantado del rock, nos fuimos a un costado. Estaba también Natalia, la chica con la me casé. Natalia es de las pibas nobles, esa gente a la que le mide bien el radio del corazón. Nos fuimos hablando de Nahuel, después del cumpleaños. Y Natalia no se equivoca cuando te dice «este es buen pibe».
A Nahuel le escuché también decir que a él no le daba para chorro en mi clase de Taller III, en la UBA, cuando me lo trajo al Pepo. Porque me lo trajo él, Nahuel. Se lo pedí, le dije que era para mis alumnos y ese año Rubén Castiñeiras estuvo ahí sentado hablando de su viejo, de cómo su viejo se comió un tiro en la gamba una vuelta que le estaba llevando comida a la cárcel. Medio que ahí se limpió porque no pudo perdonarse, el Pepo, que le metieran un cuetazo en la gamba al padre por estar llevándole comida a la jaula.
Siempre lo dice, Nahuel. El que lo conoce, se lo tiene que haber escuchado. «No me hice chorro porque no me dio».
Bueno, yo lo voy a decir acá, porque un prólogo es un prólogo, y no todos los días viene un amigo a pedirte que se lo escribas. A secas lo voy a decir, como me sale lo voy a decir: huevos hace falta para darle gestión al deseo, no para empuñar la faca. Huevos hace falta para que el deseo se vuelva acto, no para cuidar los berretines. Huevos tiene el que sintió ganas y fue y la hizo. En el caso de Nahuel, fueron ganas de contarla, de contárnosla a todos, es decir: ganas de ser periodista. Pero igual, no importa ganas de qué: importa si te viene el jaleo y, si te viene, qué hacés con él.
Nunca Nahuel quiso ser chorro porque siempre Nahuel quiso ser periodista. Puso Nahuel lo que tuvo que poner para hacer de su deseo, acción.
Nahuel es una lección, un rumbo aconsejable: debería haber en las escuelas de periodismo una materia que se llame «Introducción a la gestión del deseo, cátedra Nahuel Gallotta».
Parece que algo se fundó en esa placita de la que Nahuel habla siempre. Una patria elemental, un primer baldío de la identidad. No sé qué habrá pasado en esa plaza Terán, creo que se llama Terán, la plaza donde Nahuel curtió el primer barrio.
No importa cómo se llama. Es la plaza de un barrio, en este caso Dovoto. De un barrio que tiene una cárcel. Y de una cárcel que al lado tiene un club: Lamadrid. Un club del que Nahuel es hincha en el sentido de que es parte. Su papá es el tipo detrás de la barra de la cafetería, que es la expresión filial más irreductible del amor al club.
—¿Qué tan hincha sos de tu club?
—Mi viejo atiende el bar.
Una vez Nahuel me llevó a ver a Lama. Al margen, estoy enojado con Nahuel porque va a Rosario y come asados en Arroyito. No, pa, si ellos son la milicada, son el estadio de la dictadura. Ya le voy a explicar, a Nahue, de qué se trata ser de Ñúbel, de qué se trata campeonar el fútbol en esa Argentina interminable que solemos llamar El Interior. Perdón, me desvié, decía: una vez Nahue me llevó a ver a Lama.
Antes de llegar al glorioso Enrique Sexto pasamos por una cantidad de esquinas y cada una tenía su combate, su memoria bélica. Acá uno se le hizo el loco a no sé quién. Acá lo mataron a no sé cuánto. Igual, el tour del aguante antes de entrar a la popular de Lama es el tren de la costa antes de subirse al Sarmiento. Olvidate.
Con Nahuelo (ojo, se me escapó la «o», pero me gusta «Nahuelo»), con Nahuelo compartimos cachetazos. A los dos se nos murió una hermana. Y como corresponde entre la gente que se considera, entre la gente con la que uno se dispone especialmente a guardar las formas, nunca hablamos de eso. Le conozco un tatuaje al respecto. A veces no pienso en Nahuel; pienso en ese tatuaje de Nahuel, y me pregunto si yo no debería. Nahuel es tan capo, es tan luminoso, que te interpela así, si querer queriendo.
Decía, a propósito del deseo: detrás de sus excusas, detrás de su fragilidad presunta, lo que hay es un freelance en esta Argentina del desahucio laboral, en este país del desempleo normativo, especialmente cuando esperás comer de eso que te gusta hacer.
Lo que hay acá es un pibe que cinturea y se la gana: un día está en un suburbio de Bogotá, y vos, a tus 48, pensás la cantidad de pequeños trámites que deberías resolver para estar ahora mismo en un suburbio de Bogotá, la telaraña de acciones que tenés la obligación de dejar solucionada antes de subirte al avión y con eso te alcanza para bajarte ya mismo de cualquier suburbio, de cualquier parte del mundo, de cualquier avión.