Existe una fiebre del running (es sano, barato y solidario), hasta el punto de que para muchas personas se ha convertido en una nueva adicción. Además, cada vez son más las mujeres que lo practican (muchas de ellas famosas) y cada vez mayor el número de publicaciones que dedican sus espacios a hablar de ello. Sin embargo, no existen libros prácticos para mujeres que empiezan a correr o que llevan poco tiempo corriendo. En este libro descubriremos sus grandes ventajas físicas (controla el peso, tonifica, favorece el corazón, aumenta la resistencia…) y psicológicas (alivia tensiones, aumenta la voluntad) y todo tipo de consejos: cómo prevenir y tratar lesiones, qué tipo de alimentación es la más adecuada, cuál es la mejor indumentaria, cómo prepararse para correr todo tipo de carreras y otros muchos temas.
Cristina Mitre
Mujeres que corren
Todo lo que necesitas saber sobre el running
ePub r1.1
betatron 08.12.16
Cristina Mitre, 2014
Ilustraciones: María Luisa Sánchez-Ocaña Fernández
Editor digital: betatron
ePub base r1.2
A mis padres, por enseñarme el valor del esfuerzo.
A Jony, por ser la mejor liebre del mundo.
CRISTINA MITRE es Directora de Belleza de la revista ELLE. Licenciada en periodismo por la Universidad de Navarra, trabajó durante tres años en Ketchum Londres donde se especializó en comunicación de moda y belleza. A su regreso a España y, tras trabajar para varias empresas de comunicación, fue editora de belleza de la Revista InStyle.
En la actualidad dirige la sección de belleza, salud y fitness de la revista ELLE España, es autora del blog The Beauty Mail, en el que cada martes y jueves comparte con sus lectoras sus mejores trucos de belleza, salud y deporte. Runner convencida, es muy activa en redes sociales y lidera, además, el primer movimiento social 2.0: mujeres que corren, cuyo objetivo es la promoción del deporte entre las mujeres mientras recauda fondos para la investigación de la leucemia infantil.
Notas
[1] Para obtener tu dorsal edición especial Mujeres que Corren entra en la página web www.proyectocorre.org. En el apartado «Consigue tu dorsal» rellena el formulario, y en el campo «código promocional» introduce MQCbyCRISMITRE.
«The trick, William Potter, is not minding that it hurts».
(El truco, William Potter, es que no te importe que duela).
T. E. LAWRENCE en la película Lawrence de Arabia
1. Correr no puede ser bueno
«U fff, pero qué horror. Me va a dar algo. No puedo más. A mí ¿quién me manda correr? A mis treinta y dos años, ¿qué necesidad tengo de hacerme esto a mí misma? Si es como un castigo divino. Nada, en cuanto no me vean, doblo la esquina y vuelvo para mi casa. Andando, por supuesto. Igual el resto del grupo no se da ni cuenta.
¿Cuánto llevaré? Seguro que por lo menos 2 kilómetros. Madre mía, pero si solo han pasado ¡5 minutos! Nunca pensé que el camino a la M-50 estuviese tan lejos. ¡Este tío está loco! Correr por estos secarrales, en pleno mes de septiembre, sin agua y encima a las siete de la tarde. Y luego cuestas. Yo paso, que corra otra. Es que, ¿a quién se le ocurre?
¿Y este picor de piernas? Es horrible. No puedo parar de rascarme. Me pica todo. ¡Me arde hasta el culo!
Me voy a morir de sed. Tengo la lengua seca.
¡Qué calor! La cara me echa humo. Seguro que estoy más roja que un tomate. El corazón me sale por la boca. Si hasta puedo notar mis pulsaciones en la garganta. Estoy a punto de fibrilar. Lo veo venir. Ya verás, ¿a que me da una lipotimia? Me muero. ¿Te imaginas? ¡Qué vergüenza!
¿Dónde están las famosas endorfinas? ¿No se suponía que correr te relajaba? Pues menudo estrés. Esto es un infierno.
No puedo más. Me paro. Eso, me paro y camino. A paso rápido, en plan power walking, igual cuela. Venga, camino. No, no, ¿cómo voy a caminar si ninguna de estas chicas lo hace? A ver si alguna hace el amago. No voy a ser yo la única del grupo.
Venga Mitre, con dignidad hasta el final. Pase lo que pase. Cueste lo que cueste. Aunque dejes el hígado. ¡Tú puedes! ¡Vamos!
¡No, no puedo! ¡Ni de coña! Que le den al running. No es lo mío. Yo paso, ¿para qué?
De verdad, ¿por qué me esfuerzo?, ¿por qué lo hago?, ¿por qué me empeño? Nunca he dado el perfil de deportista. Si de niña hasta llegué a fingir estar mala para no ir a clase de gimnasia, porque había que colgarse de las espalderas bocabajo y hacer el dichoso murciélago, ¿qué hago ahora corriendo?
Sí, está claro, tengo que asumirlo: no fui hecha para ser atleta. De las Spice Girls yo podría haber sido cualquiera de ellas. Todas menos la deportista.
De verdad, qué sufrimiento más absurdo. ¡Me falta el aire! ¡Me ahogo!
Esto de correr no puede ser bueno».
Así me sentía el 4 de septiembre de 2009, el día que empecé a correr.
Por qué correr y no hacer yoga, que relaja mucho
No, con el running no tuve ninguna revelación. Ni en aquel momento vivía su boom actual ni era cool. En mi entorno no corría nadie, nunca me había interesado el atletismo y en la carrera que organizaban en el colegio siempre hacía trampas. Empezar a correr fue una decisión práctica: llevaba un año sin hacer ejercicio y quería perder esos dos kilos que se habían pegado a mis muslos y caderas. Y, además, era septiembre, el mes de los buenos propósitos, y entre los míos estaba ponerme en forma.
Sentía la necesidad de hacer algo, de moverme y, como tampoco tenía un gimnasio cerca del trabajo, acudí al polideportivo municipal a preguntar por las clases colectivas. ¡Sorpresa! Llegaba tarde, como siempre. En lo único que quedaban plazas disponibles era en una actividad llamada Corredores populares, y ahí me apunté. Cuando fui a pagar me comentaron que el entrenador primero te dejaba probar para que luego decidieses si te gustaba o no la actividad. Se mascaba la tragedia…
Logré convencer a mi vecina Celia para que viniese conmigo y allí nos presentamos las dos, con más fuerza de voluntad que ganas, ese inolvidable 4 de septiembre.
Pablo, el entrenador, nos dijo que íbamos a trotar hasta un campo cercano a la M-50, donde luego haríamos unas ¡cuestas! Ese sería el postre para completar la megapaliza anterior. Creo que logré correr durante 15 minutos y en muchos momentos me sentí como la protagonista de aquellos famosos episodios de Érase una vez la vida. Era tal el esfuerzo que podía ver en dibujos animados cómo el supervisor de mi corazón debía estar pidiendo a los obreros de mi sangre que bombeasen más oxígeno a mis maltrechos músculos.
Mientras corríamos, Celia decía que le subía sangre por la garganta, y yo le repetía como un mantra: «Venga, podemos. Si te sacaste el título de matrona con dos niños pequeños, cómo no vas a poder con esto». En el fondo, yo tampoco me veía capaz, pero, como diría mi madre, o nos iluminó la Virgen o nuestra voluntad fue más fuerte que nuestras ganas de abandonar. Ese primer día lo conseguimos.
Y sí, después de ese trote infernal, tuvimos el valor (o la inconsciencia) de hacer las cuestas. En ese punto, yo ya estaba tan roja, tan sofocada, tan congestionada que más de un compañero me preguntó si estaba bien. Cuando logré recuperar el aliento, pregunté a las corredoras más experimentadas del grupo si aquello sería siempre así, si en algún momento mejoraría y lograría correr sin la sensación de estar a punto del paro cardiaco. La respuesta fue unánime: «Todas hemos empezado como tú». Así que decidí que el jueves siguiente volvería a intentarlo. Me aseguraron que, pese al dolor, el sufrimiento y las inmensas ganas de vomitar que tenía, podría hacerlo.