AGRADECIMIENTOS
Muchas gracias a Oliver Gallmeister, que, en muchas acampadas junto a fogatas y en muchos ríos, colaboró conmigo para darle forma a esta historia y me ayudó a decidir de qué iba en realidad. Y gracias también a Peter Wolverton, que me animó a hacerlo aún más.
Y a Sage, Pancoast, Rader y las demás personas, nombradas aquí o no, a las que he conocido a lo largo del camino y que han desempeñado algún papel en mi vida que va mucho más allá del apoyo. Y, por supuesto, a mis familias: la primera, mis padres y hermanos; y la segunda, Rose, Nolan y Aidan, que me traen de vuelta de la naturaleza salvaje.
PETE FROMM, nació en 1958 y es una de las figuras internacionales más destacadas en el ámbito de la nature writing, así como uno de los grandes prosistas actuales del Oeste americano. Es autor de cuatro novelas, cinco libros de relatos y dos volúmenes de memorias, por los que ha recibido numerosos premios dentro y fuera de su país. Actualmente imparte clases de Escritura Creativa en la Universidad del Pacífico, además de numerosas charlas y conferencias en Estados Unidos y Europa. Reside en Great Falls, Montana, junto a su familia. Además de Indian Creek, entre sus libros más destacados se cuentan El nombre de las estrellas, If Not for This o As Cool as I Am.
PARA MIS PADRES,
por abrirme las puertas
y dejar que me colara por ellas.
Historias, historias, historias. Un mundo, una tierra
e incluso un río lleno de esas malditas cosas resbaladizas.
RICHARD FLANAGAN, MUERTE DE UN GUÍA
Epílogo
La costa, Oregón, y vuelta.
Enero de 2009
Cuatro años después de cuidar a los tímalos a lo largo de la bifurcación norte del río Sun, estoy dando clases en el programa de Máster de Letras de la Pacific University, en la costa oeste de Oregón, un estupendo curro de invierno de dos semanas junto al Pacífico azotado por las tormentas. Tengo mis rutinas: paseo por el pueblo vacío antes del amanecer, cuando la lluvia cae en forma de neblina y las frías olas rompen en la playa, y me dirijo a la piscina municipal, donde nado unos largos. Luego doy una buena caminata en dirección norte hacia las afueras del pueblo para regresar por ese tramo desierto de playa cuando el día se ilumina. No sé por qué, pero, una mañana, el último kilómetro de ese paseo se me hace tan largo y me cuesta tanto como la peor de mis caminatas para examinar los huevos en el río Sun. Bañado en sudor y exhausto, me obligo a subir los cinco tramos de escaleras hasta mi habitación de motel, me quito el equipo impermeable y tengo la camisa tan pegada a la piel y tan empapada como si me hubiera metido con ella en la piscina.
Unos minutos más tarde estoy levantándome del suelo, preguntándome cómo he terminado ahí, por qué me he desmayado. Y estoy frío. Mi propia voltereta Ozzie Smith. Me arrastro como puedo hasta la cama; el teléfono está allí. Llamo a un amigo que imparte clases también este semestre en el máster y le pido que venga, pues no me encuentro bien. Tengo que levantarme y atravesar la habitación para descorrer el pestillo de la puerta; vuelvo a la cama, un recorrido dos veces más abrupto que la Colina de la Muerte.
Cuando Mark aparece, no encuentra ni osos grizzlies ni crías de wapitíes abiertas en canal. Sólo a mí, sentado en la cama, sin camisa, diciendo que algo no va bien. Me busca el pulso en la muñeca, luego en el cuello, pero no lo encuentra.
«Según lo veo yo, estás muerto», me suelta.
Repasamos los síntomas: no hay dolor ni hormigueo en el brazo, pero sí sudor y desfallecimiento. Suponemos que es necesario llamar a una ambulancia. Cuando llega, el personal me encuentra el pulso, pero muy débil, pues se ha ralentizado a veintidós latidos por minuto. Para cuando llego al hospital estoy inconsciente y, durante todo el traslado en ambulancia por las montañas hasta Portland, pues allí está el quirófano más cercano, tienen que ponerme un stent.
Mi padre, además de liberarme para que me zambullera en aquel estanque, también me legó la condición cardiaca de la familia. Un desgarro en la pared de una arteria, un coágulo demasiado persistente, un atasco total. Un ataque al corazón. Uno bien gordo. A mí. En un motel Best Western de la costa de Oregón. Nadie se habría sorprendido más.
Cuando despierto, Rose está en la habitación del hospital de Portland, esperando. No puedo imaginar cómo ha llegado tan rápido. Cuando me narra la cronología de los acontecimientos, me dice que han pasado catorce horas, no dos, y lo primero que pido es llamar a los chicos.
—Deben de estar muy asustados —digo.
«Papi, ¿es verdad que todos tenemos que morir?». Y la siguiente línea: «Cerré los ojos y, cuando los volví a abrir, / tu nombre estaba en el libro de condolencias. / ¿Y qué pasa ahora con todas las cosas que habíamos planeado?».
Pero Rose me dice que ya he llamado, en cuanto desperté; que, aunque no sabía muy bien lo que decía, había insistido en ello. No recuerdo haberme despertado antes.
Cuando el médico que me puso el stent en el corazón me visita al día siguiente, le digo que estoy un poco confundido al pensar que treinta años nadando y subiendo y bajando montañas no hayan servido para nada.
«Oh, no», responde con acento entrecortado. «Tus arterias son flexibles, tu corazón es grande. Sin tus montañas, ahora mismo estarías muerto».
No podría estar más de acuerdo.
Título original: The Name of the Stars
Pete Fromm, 2016
Traducción: Laura Naranjo & Carmen Torres
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
[1] Uno de los personajes de la novela Matar a un ruiseñor, de la escritora estadounidense Harper Lee, que se dedica a dejar pequeños regalos a Scout, Jem y Dill, los niños de la novela, en el hueco de un árbol. (N. de las T.).
[2] El capitán Queeg es uno de los protagonistas de la novela de Herman Wouk El motín del Caine, encarnado por Humphrey Bogart en la célebre adaptación cinematográfica de Edward Dmytryk. La frase hace alusión a una de las escenas más carismáticas de la película, en la que el derrocado capitán, sometido a un consejo de guerra con el resto de la tripulación, se defiende de las acusaciones de comportamiento irracional que supuestamente propiciaron el amotinamiento de sus subordinados. (N. de las T.).
[3] Por si el lector no cae en estos momentos, se trata del cazador que aparece en muchos de los episodios de Bugs Bunny y del Pato Lucas. (N. de las T.).
[4]Sage es la abreviatura de sagebrush, que, en inglés, significa «artemisa». (N. de las T.).
[5] Se refiere a la novela Cannery Row de John Steinbeck, publicada en 1945. (N. de las T.).
Pete Fromm vive desde hace años cómodamente instalado con su familia en la tranquila ciudad de Great Falls, en Montana. Al principio le costó cambiar su uniforme de guardabosques —con el que había vivido tantas aventuras en la «Gran Naturaleza Americana»— por el de hombre de familia, pero el amor inagotable que siente por sus dos hijos y las nuevas experiencias que comparte a diario con esos pequeños salvajes terminaron por inclinar la balanza. Asumió que sus días huyendo de osos grizzlies y sus noches al raso pelándose de frío y extasiado bajo las estrellas eran cosa del pasado. Y estaba bien que fuera así, al fin y al cabo, todos debemos madurar y dejar de lado ciertas cosas…
Sin embargo, el reencuentro con un viejo amigo le ofrece la inesperada oportunidad de pasar un mes en un paraje remoto de las montañas del oeste de Montana. Y como el azar no deja casi nada al azar, su misión allí sería controlar el crecimiento de unos huevos de tímalo, es decir, prácticamente el mismo encargo que recibió veinticinco años atrás y que le abrió por primera vez las puertas de lo salvaje, proporcionándole además el material para el debut de su carrera literaria con un libro de culto, «Indian Creek. Un invierno a solas en la naturaleza salvaje». El círculo de toda una vida parecía cerrarse con admirable belleza… ¿cómo iba a rechazar esta oportunidad para adentrarse en las montañas que tanto sigue amando y para reconectar con esa parte esencial de él mismo? Pero… ¿y los niños? ¿Y si se los llevara? ¿No sería la oportunidad ideal para transmitirles su amor inextinguible por la naturaleza? ¿Sería una insensatez imperdonable llevarse a dos chavales de ocho y diez años a un lugar plagado de osos, lobos y coyotes, con tormentas devastadoras y el médico más cercano a ocho horas de viaje a caballo?