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RAMÓN XIRAU
ANTES de pasar al tema de este texto, permítaseme hacer algo de historia personal. A principios de la década de 1960 había yo tenido trato con el doctor Erich Fromm gracias a amigos del Instituto Mexicano de Psicoanálisis y, en especial, gracias al doctor Guillermo Dávila. En el curso del verano de 1966, Erich Fromm me hizo saber que le gustaría hablar conmigo de un asunto concreto. Se trataba de lo siguiente. La editorial Macmillan le había encargado una antología, con prólogo bastante detallado, notas y bibliografía. Tema: la naturaleza del hombre. ¿Querría colaborar con él en la «hechura» de este libro? No oculto que la idea me entusiasmó no sin causarme algunas dudas. Era yo todavía bastante joven y Erich Fromm era una figura conocida en todo el mundo. ¿Cómo sería esta colaboración? Fue magnífica y lo fue doblemente: por la riqueza en el intercambio de ideas (Erich Fromm nunca fue impositivo) y por hacerme conocer, creo que a fondo, a este hombre excepcional dentro de su sencillez. Hondamente emotivo sin dejar de ser enérgico, afectuoso y disciplinario, se revelaba, con toda su personalidad, en la mirada a la vez acerada y afectuosa. Trabajar con él fue, en parte, discutir acerca de la naturaleza humana; fue Erich Fromm, acaso, encontrarse ante todo un hombre, vivo, concreto, no exento de humor y culto, cultísimo.
En la obra de Erich Fromm, donde quienes no lo conocieron podrán percibir algo de su personalidad, están presentes los filósofos de Occidente y los pensamientos surgidos, a lo largo de los siglos, de la tradición judía, es decir, de la Biblia, del Talmud. Porque este hombre, que tan ligado estuvo a la escuela de Frankfurt —sus diferencias y discrepancias con Adorno y Marcuse no ocurrirían sino más tarde— estaba, por así decirlo, empapado en la cultura judía y en lo más universal de esta cultura. Su conocimiento de los textos bíblicos y de la filosofía judaica se reflejaban muy frecuentemente en sus conversaciones y en sus obras.
Ahora bien, a través del pensamiento judío, hay que recordar que Erich Fromm estuvo especialmente influido por Spinoza, con cuyo influjo se enriqueció su propia obra. Sería importante llevar a cabo un análisis detallado de esta influencia que es, muchas veces, una afinidad electiva. No es éste el momento de hacerlo sino simplemente de recordar, muy brevemente, algunos de los temas vividos y vitales que Erich Fromm entresacó, con plena conciencia, del pensamiento del filósofo de Ámsterdam. Los libros de la Ética de Spinoza que más profundamente influyeron en Erich Fromm fueron los que llevan por número III, IV y V. Spinoza, lo sabemos, pensaba que lo que caracteriza al ser es su «conato por permanecer en su ser». Este conato, este impulso, llevará por nombre, en la obra de Erich Fromm, biofilia, amor a la vida. Spinoza decía que quien conoce la verdad, quien ha alcanzado la sabiduría, desarrollaría un verdadero «amor intelectual de Dios». En la obra de Erich Fromm son centrales el amor y lo que llamaba la «experiencia X», es decir, la experiencia mística religiosa que no necesariamente es teísta como nulo es en el caso de Erich Fromm. Esta experiencia la entendía Erich Fromm a veces al modo del budismo zen; la entendía, sobre todo, en la obra de este gran místico, que leía noche a noche: el Maestro Eckhart.
Presencia de Spinoza; también, naturalmente, de Marx. Erich Fromm conocía a fondo El capital y otros escritos; tenía sobre todo en cuenta los Manuscritos económico-filosóficos de 1844.
Erich Fromm buscaba en Marx al humanista más que al científico y acaso no sea falso decir que, según él, hoy en día es posible un socialismo que entrañe libertad —esta capacidad de elegir entre alternativas concretas—, que entrañe tolerancia y que entrañe respeto escrupuloso a la persona humana, a los individuos.
Profundicemos algo más en el tema de la naturaleza humana.
Para hacerlo es necesario señalar antes uno de los descubrimientos cruciales de Erich Fromm: el de la existencia de un «carácter social». A la pregunta «¿qué es el hombre?» Erich Fromm contesta, en primer lugar, que para precisar el sentido de lo propiamente humano es necesario entender el universo social, en el cual el hombre vive como persona. Recordemos que Erich Fromm, en colaboración con Michael Maccoby, llevó a cabo un excelente estudio sobre el carácter social de un pueblo del estado de Morelos (México).
Se ha deslizado, en lo que acabo de decir, la palabra «persona». No es ésta una palabra que encontremos frecuentemente en la obra de Erich Fromm. Creo, sin embargo, que cuando Erich Fromm quiere caracterizar a los hombres, nos habla más de las personas que de los individuos. En efecto, si por individuo entendemos un ser indiviso, igual a todos los otros, reducible a un número —en el ejército, en la clase o en este salón—, si el individuo es, en otras palabras, uno de tantos, Erich Fromm rechazaría este tipo de individuo. Hubiera podido aceptar, en cambio, la noción de persona si por ésta se entendiera un ser completo, heterogéneo, vivo, a la vez mente y cuerpo o, si se quiere, alma y cuerpo. En otras palabras, la persona humana no fue nunca para Erich Fromm un ser abstracto y robotizado, sino un ser vivo, adolorido, pero también capaz de alegría y gozo, de amor intelectual.
Frente a las interpretaciones mecanicistas de los conductistas, Erich Fromm introduce un concepto dinámico del carácter que, si bien se inicia ya con Freud, otorga más peso a los hechos sociales por lo que toca a la formación del carácter.
Valga un ejemplo. Si tratamos de la valentía, podríamos pensar que ésta es la característica de aquella persona que no se desalienta ante los peligros y que, a pesar de ellos, actúa, no sin dificultades ni obstáculos (ya sean internos, externos o interno-externos). Tal descripción no es falsa pero para concretarla, hacerla viva, encarnarla, debemos tener en cuenta que las condiciones que conducen a un acto de valentía pueden tener muchos y diversos orígenes: desde la actitud claramente honesta —por ejemplo, seguir el camino del deber con una conciencia clara y lúcida— hasta el egoísmo, la vanidad o incluso, el deseo de autodestrucción. Lo cual es una forma de decir que la estructura social que forma, si bien no determina del todo a las personas, está constituida por variables constantes y múltiples. Por una parte, existe una determinación social común a todos los miembros de un grupo —pueblo, ciudad, nación—; por otra parte, existe —y el punto es crucial— el desarrollo personal a partir de los mismos hechos sociales comunes. En suma: