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Gómez Cadenas - Spartana (Spanish Edition)

Aquí puedes leer online Gómez Cadenas - Spartana (Spanish Edition) texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: Grupo Planeta, Género: No ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Gómez Cadenas Spartana (Spanish Edition)
  • Libro:
    Spartana (Spanish Edition)
  • Autor:
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    Grupo Planeta
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  • Año:
    2014
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Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano

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Los gemidos lastimeros de Kurt me despiertan cuando aún no ha empezado a amanecer. Salto de la cama y me arrodillo junto a la cesta donde lo dejé anoche, arropado con una manta de fibra deshilachada que me traje de casa de mis abuelos el día que me mudé a la palestra. He perdido la cuenta del número de cachorros que habrá abrigado ese viejo trapo.

—Tranquilo, bebé —le susurro, apretándole contra mi pecho—. Ya pasó.

Kurt se tranquiliza poco a poco. Su lengua rasposa lame mi mano. Está aterrorizado, apenas tiene ocho semanas y acabamos de separarlo de su madre. Y sin embargo, aunque él no lo sepa, le estamos haciendo un favor. Cuatro de sus hermanos se quedan en nuestra jauría. Mamarán varias semanas más, estarán protegidos y bien alimentados, no tendrán una mala vida.

Pero ninguno de ellos llegará a los cinco años.

Otros tres cachorros de la misma camada no pasarán de esta noche, los pobres animales se han quedado muy retrasados y Carmona ha decidido sacrificarlos. De niña lloraba hasta reventar cuando el abuelo Diego se llevaba a los cachorrillos más enclenques para ahogarlos. Me costó muchos años comprender que acabar con ellos era un acto de caridad, aceptar que sus manos tiernas e implacables ahorraban sufrimientos inútiles a aquellos que no tenían posibilidades de sobrevivir.

Carmona ha destinado a Kurt y otros dos a la venta, lo que quiere decir que se les separa del resto de la jauría y se les entrena aparte hasta que salga comprador.

—¿Vas a portarte bien, campeón? —le susurro al oído—. ¿Vamos a engatusar a alguna nena VIP para que te lleve a su casa?

Kurt me mira fijamente, sus enormes ojos, color caramelo, atentos a cada una de mis palabras. El reloj virtual que flota junto al cubo me informa de que pasan tres minutos de las cinco de la madrugada. Falta todavía más de una hora para que amanezca. Vuelvo a la cama y me tumbo con el cachorro encima. Se duerme inmediatamente, puedo sentir los rápidos latidos de su corazón contra el mío, su respiración acompasándose. Lo dejo apoyado contra mi almohada, salgo con sigilo de la habitación y me dirijo de puntillas a la cocina. Si Carmona se entera de que me lo he llevado de la perrera, me echará un rapapolvo.

Pero no se enterará, o fingirá no enterarse.

La habitación de Eva está en silencio. Posiblemente se habrá escurrido al cuarto de Dani, en el barracón del al lado, aprovechando que Carmona está fuera y no puede controlarlos. El viejo es inflexible en eso y no pierde ocasión de recordárnoslo.

—Las noches son para descansar —declara, rotundamente, cada vez que Eva le intenta convencer de que cambie las normas.

Carmona estará de vuelta mañana o pasado, a tiempo para las exhibiciones del fin de semana. El club que nos ha contratado todo el mes de mayo es uno de los más exclusivos de la Rublyovka. Parece mentira que la Spartana se haya puesto de moda también entre los ricos. Mi abuelo Diego siempre la ha considerado un espectáculo de circo, destinado a las masas.

—La receta es vieja, hija. Bufones, gladiadores y sangre, mucha sangre.

En la cocina preparo un bol con pienso y un poco de agua. Para Kurt se ha acabado la leche. Esta semana vendrá el veterinario a ponerle la primera ronda de vacunas. Con los pastores alemanes hay que tener cuidado. El primer año, su principal problema es sobrevivir al moquillo, a la cojera, a las inflamaciones de retina o a las luxaciones de cadera. Carmona dice que son tan delicados por culpa de la selección a la que los sometemos. La Spartana se nutre de animales jóvenes, entre dos y cinco años. Hace falta que sean inteligentes, rápidos y feroces. Si para seleccionar esos genes hay que admitir defectos congénitos que matan a un tercio de los cachorros o precipitan una vejez prematura, son gajes del oficio, sobre todo cuando los problemas aparecen a edades avanzadas. Después de todo, ninguno de nuestros perros llega a viejo.

A las seis, cuando empezamos a repartir la primera ración del día, los animales están ya nerviosos, deseando escapar de la perrera. Su ansiedad es contagiosa, también a mí se me cae el techo encima. Me fijo en que Julián acelera el ritmo, siente mis nervios y los de los perros y quiere vernos a todos fuera de la palestra cuanto antes.

—¿Qué me dices? —pregunto, por darle un poco de conversación—. ¿No los ves agitados?

—El calor —afirma, esbozando una mueca que casi llega a ser una sonrisa—. Estarán mejor en cuanto corran un poco.

—Yo también —aseguro.

Asiente, dando la charla por terminada. Pero una frase y una casi sonrisa, tratándose de él, es mucho. La complicidad entre nosotros se debe en parte a los perros, pero hay algo más. Julián tiene la mitad del rostro deformado por una quemadura. Yo tengo mi marca de nacimiento. Los dos sabemos lo que se siente cuando la gente evita mirarte a la cara.

A las seis y media vuelvo al barracón y me encuentro a Eva y a Ingrid en la cocina. Se ve que ninguna de las dos ha dormido demasiado bien y hoy van a sufrir durante la ruta. Carmona tiene razón cuando insiste en que las noches son para descansar.

—Suave hoy, ¿eh, Vega? —suplica Eva—. Estoy reventada.

—Podemos hacer el circuito corto —concedo—. Pero mañana habrá que recuperar.

—Mañana me quedo en mi habitación y cierro la puerta con llave—asegura ella, vehemente.

—Yo también —musita Ingrid, entre bostezos.

Nos reímos las tres. Puede que el viejo exagere con su manía de alojar a chicos y chicas en barracones separados, pero a mí me vino bien cuando llegué a la palestra, con sólo diez años, y Carmona me coló en la habitación que, por entonces, compartían Ingrid y Eva. Las dos eran mayores que yo, Eva tenía ya dieciocho cumplidos y estaba en pleno apogeo como atleta, Ingrid, con catorce, ya empezaba a despuntar como una de las más brillantes promesas de Eurosur. Las dos me adoptaron inmediatamente, el barracón de las chicas fue, desde el primer día, un hogar para mí, un refugio donde mi estatura y complexión no eran motivo de continuas burlas, donde a nadie le importaba mi cara marcada, donde el implacable entrenador, que no permite que Eva y su marido compartan habitación, mira hacia otro lado cuando me llevo a la mía algún cachorro como Kurt.

Ingrid me tiende un vaso de sucedáneo de zumo.

—Toma, encanto —ofrece, mimosa.

Me lo bebo de un trago. Está dulzón, demasiado ácido y deja un regusto como a medicina en el paladar.

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