Teresa Medeiros
Después De Medianoche
Londres, 1820
Rondaba en los callejones cubiertos de niebla, buscando una presa. Sus pasos, suaves susurros, mientras se deslizaba de sombra en sombra, su capa ondeaba. Aunque su paseo atrajo más de una mirada de soslayo de los carteristas y las prostitutas que estaban agachados en los portales, no les echó ni siquiera un vistazo. Para él, la noche no tenía peligros. Al menos, ninguno que los vivos pudieran proporcionar.
Últimamente, la oscuridad se había vuelto tanto su amante como su enemigo, lo que él deseaba ardientemente y de lo que más quería escapar. Cuando una ráfaga de viento fustigó por el estrecho callejón propulsando tanto la niebla como las nubes ante ello, volteó su cara hacia la luna, sus sentidos famélicos por la luz. Pero incluso sus rayos pálidos, plateados, ya no eran ningún bálsamo para la sed de sangre que había infectado su alma. Quizá era demasiado tarde. Quizá estaba volviéndose lo mismo que cazaba. Un depredador sin misericordia o remordimiento.
Entonces oyó… una suave onda de risa femenina seguida por el bajo murmullo de un hombre, humeante con promesas y mentiras. Retrocediendo dentro de las sombras, resbaló una mano dentro de su capa y esperó a que su presa apareciera.
El hombre podía haber sido cualquier macho joven, tierno de un reciente triunfo en alguna timba infernal o burdel de Covent Garden. Su chistera estaba colocada en un ángulo arrogante sobre sus rizos recortados a la moda. La mujer caminaba haciendo eses en su abrazo posesivo, era poco más que una muchacha, su delicadeza andrajosa y sus mejillas arreboladas marcándola como una de las casquivanas que permanecían mucho tiempo fuera de los infiernos de las salas de juego, esperando para encontrar un protector aunque fuese por una noche.
Canturreando un fragmento de canción de borracho, el hombre la meció alrededor en una torpe parodia de un vals antes de inmovilizarla contra el farol más cercano. Su risita chillona tenía una nota de desesperación y desafío. En cuanto el granuja resbaló una mano dentro de su corpiño para ahuecar su pecho desnudo, él enrolló su grueso pelo castaño rojizo alrededor de su otro puño e inclinó su cabeza hacia atrás, desnudando la curva pálida de su garganta hacia la luz de luna.
La visión de esa garganta tan tierna, tan grácil, tan lastimosamente vulnerable avivó un hambre antinatural en su vientre.
Caminando a grandes pasos fuera de las sombras, agarró al hombre por el hombro y le hizo girar alrededor. Cuando ella vió el brillo animal en sus ojos, la cara bonita de la chica se volvió floja con temor. Ella tropezó a unos metros y cayó de rodillas, agarrando firmemente su corpiño abierto.
Cerrando su mano alrededor de la garganta de su presa, le golpeó ruidosamente hacia arriba contra el farol. Le alzó sin esfuerzo alguno, tensando su agarre hasta que los pies calzados con botas del hombre quedaron agitándose violentamente en el aire y sus gélidos ojos azules comenzaron a hincharse. En esos ojos, vió tanto miedo como furia. Pero lo más gratificante de todo fue el reconocimiento desolado que vino un momento demasiado tarde para que importase.
– Perdóname, compañero -gruñó, una sonrisa afable curvó sus labios- Odio molestarte, pero creo que la dama me prometió este baile a mí.
– Nuestra hermana va a casarse con un vampiro. -anunció Portia.
– Eso es agradable, querida -Caroline murmuró, haciendo otra anotación, claramente delineada, en el libro maestro abierto en el escritorio.
Había aprendido hacía mucho a ignorar la imaginación desbocada y la propensión de su hermana, de diecisiete años, para el drama.
No podría permitirse abandonar las responsabilidades cada vez que Portia detectaba a un hombre lobo olfateando alrededor del montón de la basura o caía hacia atrás en el sofá en un semi-desvanecimiento y anunciaba que estaba enfermando de la Peste Negra.
– Debes escribir a la Tía Marietta inmediatamente e insistir que nos envíe a Vivienne a casa antes de que sea demasiado tarde. ¡Somos su única esperanza, Caro!
Caroline levantó la mirada de la columna de números, sorprendida de encontrar a su hermana pequeña mirando genuinamente angustiada. Portia estaba de pie en medio de la polvorienta sala, aferrando una carta en una mano temblorosa. Sus ojos azul oscuro se veían angustiados y sus mejillas normalmente rosadas estaban tan pálidas como si algún demonio vestido con una capa le hubiera chupado toda la sangre de su tierno joven corazón.
– ¿Qué acto sobre la tierra está sucediendo ahora? -Su preocupación estaba creciendo, Caroline apartó su pluma y se deslizó fuera del taburete. Había estado encorvada sobre el escritorio durante casi tres horas, luchando para encontrar alguna forma creativa de reducir los gastos mensuales de las cuentas de la familia sin hacer que el resultado final totalizara menos que cero. Sacudiendo la tensión de sus hombros, curioseó la carta en la mano de su hermana- Seguramente no puede ser tan sombrío. Déjame echar un vistazo.
Caroline inmediatamente reconoció el florido garabato de su hermana mediana. Apartando una maldita hebra de pálido cabello rubio de sus ojos, rápidamente escudriñó la carta, saltándose las interminables descripciones de los trajes de noche drapeados en tul de los bailes formales y los enérgicos paseos en carroza por Rotten Row en Hyde Park. No le tomó mucho tiempo para afinar dentro del pasaje, lo que había drenado todo el color de la cara de Portia.
– Mi mi -murmuró ella, arqueando una ceja- Después de sólo un mes en Londres parece que nuestra Vivienne ha adquirido ya a un pretendiente.
Caroline se rehusó a reconocer la familiar punzada en su corazón como envidia. Cuando su tía Marietta se había ofrecido a patrocinar el debut de Vivienne, nunca se le había ocurrido a Caroline decir que su propia temporada se había pospuesto indefinidamente cuando sus padres habían fallecido en un accidente de carruaje en la misma víspera de su presentación en la corte. Y Caroline sensatamente había descartado esas mismas punzadas cuándo Vivienne se fue a Londres con un baúl apiñado con todas las cosas bellas que su madre había escogido para su propio debut cancelado. Era un despilfarro de valioso tiempo acongojarse por un pasado que nunca podría cambiarse, un sueño que nunca podría ser realizado. Además, a las cuatro y veinte, Caroline estaba tan firmemente arraigada en el anaquel que tomaría un terremoto desplazarla.
– ¿Un pretendiente? ¡Un monstruo, quieres decir! -Portia miró fijamente sobre el hombro de Caroline, uno de sus bucles de marta cosquilleando la mejilla de Caroline-. ¿Pasaste por alto apuntar el nombre del sinvergüenza?.
– Al contrario. Vivienne lo ha transcrito con su atrevida mano con pródigos embellecimientos cariñosos-. Caroline hizo una mueca en la segunda página-. ¡Cielos!, ¿punteó ella realmente la i con un corazón?
– Si el mero susurro de su nombre no golpea terror en tu corazón, entonces debes ser ignorante de su reputación.
– Lo soy ahora. -Caroline continuó escudriñando la carta- Nuestra hermana atentamente ha provisto un catálogo sumamente extensivo de sus encantos. De su encendido relato, uno puede asumir que la lista de las virtudes del caballero es emulada sólo por el arzobispo de Canterbury.
Mientras ella ensalzaba el fino corte de la tela de su cuello y sus muchas bondades para las viudas y los huérfanos, supongo que no se molestó en mencionar el hecho que es un vampiro.
Caroline se volvió contra su hermana, su escasa paciencia se evaporaba.
– Oh, vamos, Portia. Desde que tú leíste ese ridículo cuento del Dr. Polidori » apresaría tu imaginación en un agarre tan cruel, habría lanzado la revista en el montón de basura tan pronto como llegó. Tal vez uno de los hombres lobos que has visto escarbar por entre la basura se la habría llevado ya y la habría enterrado.
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