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Linda Howard - Belleza Mortal

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Blair Mallory está a punto de vivir el mes más frenético de su vida. Recuperada por completo del intento de asesinato que la llevó a los brazos de Wyatt, el detective asignado a su caso, ahora se enfrenta al ultimátum que su prometido ha fijado para el día de su boda. Tiene poco margen de tiempo y se trata de una cuestión de estilo: si no se da prisa, acabará en una de esas horrendas ceremonias en Las Vegas, algo que no está dispuesta a experimentar. Así que se lanza a la búsqueda desesperada de unos bonitos zapatos y un vestido de escándalo que deje a su chico mudo de lujuria en el altar. Sin embargo, todo se complica cuando, al salir del centro comercial, una misteriosa conductora la arrolla, dejándola medio magullada sobre el asfalto. ¿Imaginaciones suyas o alguien desea interponerse una vez más en su camino? Está segura de que está siendo acosada, pero ni siquiera su prometido le cree. Llena de dudas, Blair no tardará en descubrir que el atropello no fue una simple coincidencia y que una desconocida anda de nuevo tras sus pasos.

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Linda Howard Belleza Mortal 2 Serie Blair Mallory Capítulo 1 Me llamo Blair - photo 1

Linda Howard

Belleza Mortal

2º Serie Blair Mallory

Capítulo 1

Me llamo Blair Mallory e intento celebrar mi boda, pero las diosas de la fortuna no quieren cooperar… Me caen fatal esas estúpidas diosas, sean quienes sean las muy zorras. ¿A ti también?

Me senté a la mesa del comedor y me quedé mirando el calendario, estudiando fechas disponibles que se adaptaran a las innumerables agendas esparcidas sobre la mesa. Mi agenda, la agenda de Wyatt, las agendas de mamá y papá, las agendas de mis hermanas, la agenda de la madre de Wyatt, la agenda de la hermana de Wyatt, las agendas de los niños y los maridos de la hermana de Wyatt… era interminable. Hasta el día siguiente a Navidad no quedaba ningún hueco adecuado para todo el mundo, y por supuesto no iba a celebrar mi boda ese día. Si nos casáramos justo el día posterior a Navidad, mis aniversarios de boda serían siempre un asco, porque para esa fecha Wyatt ya habría agotado todas las ideas de regalos buenos para hacerme. Ni hablar. No me hago sabotaje a mí misma.

– Estás muy enfurruñada -comentó Wyatt sin levantar la vista del informe que estaba leyendo. Supuse que se trataba de alguna clase de informe policial pues Wyatt es teniente en nuestra policía local, pero no pregunté; esperaría a que saliera de la habitación para leerlo, sólo por ver si tenía que ver con algún conocido. Es impresionante lo que llega hacer la gente, gente que ni en un millón de años imaginaríais que fuera a meterse en tales fregados. Sin duda, se me habían abierto los ojos desde que salía con Wyatt… bueno, desde que leía sus informes, lo cual, pensándolo bien, en realidad es previo a que empezáramos a salir juntos, es decir, al menos esta segunda vez. Salir con un poli tiene sus ventajas, sobre todo si está bien situado en la cadena alimentaria. Mi cupo de cotilleos estaba a tope.

– Tú también estarías enfurruñado si tuvieras que aclararte con todas estas agendas en vez de estar ahí sentado leyendo.

– Estoy trabajando -replicó, confirmando que, sí, estaba leyendo un informe de algún tipo; sólo confiaba en que fuera jugoso y que lo dejara ahí encima cuando se levantara para ir al baño o algo parecido-. Y no tendrías ningún problema con el calendario si hubieras hecho caso de mi sugerencia.

Lo que él había sugerido era casarnos en Gatlinburg, la capital de las bodas, en alguna de sus chabacanas capillas, donde no podría rodearme de las cosas que me gustan. Podía superar lo de la capilla nupcial, pero en otra ocasión ya intenté hacer la maleta para celebrar un acontecimiento especial lejos de casa y aprendí una dura lección: siempre olvidas algo. No quería pasar el día de mi boda yendo a toda prisa de un lado a otro, intentando encontrar algo con lo que reemplazar lo que me había olvidado.

– O podemos casarnos aquí en el juzgado -comentó.

Este hombre no tiene un pelo de romántico, algo que en realidad me parece bien, porque yo tampoco tengo mucho de romántica, y demasiada sensiblería me pondría de los nervios. Pero, por otro lado, yo sé CómoSeHacenLasCosas, y quiero tener fotografías para demostrárselo a mis hijos.

Y ésa era otra de las cuestiones que me tenían estresada. Una vez celebrado mi trigésimo primer cumpleaños, me encontraba mucho más cerca de la amniocentesis. Tuviera los hijos que tuviera, quería tenerlos antes de llegar a esa edad en que cualquier tocólogo con un mínimo instinto de supervivencia y un temor saludable a las querellas ordena de forma automática una amniocentesis. No quiero que me claven una larga aguja en la tripa. ¿Y si le da al bebé en el ojo o algo así? ¿Y si esa larga ventosa pasa de largo y perfora mi columna vertebral? Sabéis lo que pasa en Péter Pan, ¿no? ¿Cuando el cocodrilo se ha tragado un reloj y queda claro que el bicho está acercándose porque el tic tac suena cada vez más fuerte? Mi reloj biológico marcaba los segundos como ese puñetero cocodrilo. O tal vez fuera un caimán. Qué más da. En vez de «tic tac» decía «Amnio» (la palabra entera no se ajustaría al ritmo del tic tac) y aquello era algo que me provocaba pesadillas.

Tenía que casarme, deprisa, para poder deshacerme de una vez de las pildoras anticonceptivas.

Y Wyatt estaba ahí sentado tan campante leyendo su maldito informe mientras yo me ponía cada vez más tensa, hasta el punto de casi empezar a chillar. Él ni siquiera intentaba animarme contándome qué había en ese informe, para que yo me hiciera una idea de si necesitaba leerlo más tarde y enterarme de todos los detalles… bueno, tampoco es que me lo contara otras veces. Era de lo más acaparador en lo que a asuntos policiales se refería; se lo guardaba todo para él.

– Estoy empezando a pensar que nunca va a suceder, nunca vamos a casarnos -dije con desánimo, arrojando el boli sobre la mesa.

Wyatt, sin cambiar su postura, siguió despatarrado y relajado, y me dedicó una mirada irónica.

– Si es demasiado para ti, puedo ocuparme yo de los detalles -manifestó. Podía apreciarse cierta brusquedad en su tono, porque empezaba a impacientarse con lo que parecía un desfile interminable de retrasos e impedimentos, ni más ni menos. Quería casarse conmigo y no le hacía gracia la inconveniencia de quedarse a dormir cada noche en mi casa, por no mencionar que no entendía los motivos de que yo siguiera viviendo aquí en vez de vivir con él. Había aceptado que yo me ocupara de todas esas cosas de chicas que él consideraba los detalles de la boda para así poder ocuparse él de todos los asuntos de hombres-. Y antes de que acabe la semana, serás Blair Bloodsworth.

– Teniendo en cuenta que estamos a miércoles, eso…

Entonces me detuve, con el cerebro literalmente paralizado mientras las palabras de Wyatt calaban hondo. No. ¡No! ¿Cómo se me había pasado por alto algo tan patente, algo que saltaba a la vista con tal descaro? Sencillamente no era posible, a menos que la lujuria me tuviera tan enloquecida que me impediera pensar con claridad. Puestos a buscar excusas, ésa serviría en mi caso. No obstante, aquel descuido no iba a borrarse por más que buscara explicaciones. Cogí el boli y garabateé las palabras ofensivas y las volví a escribir una vez más sólo para asegurarme de que no había sufrido un cortocircuito en la sinapsis. No iba a tener esa suerte.

– ¡Oh, no! -Me quedé mirando lo que había escrito, que por supuesto atrajo toda la atención de Wyatt, y que por supuesto era lo que yo pretendía. No es que yo planee estos pequeños episodios, pero cuando se presenta la oportunidad… Le dediqué una mirada trágica y pronuncié-: No puedo casarme contigo.

Wyatt Bloodsworth, teniente de policía, personalidad alfa, tipo duro donde los haya y el hombre a quien adoro, se inclinó sobre la mesa para darse lentamente con la cabeza en la madera.

– ¿Por qué a mí? -gimió. Pum-. ¿Es por algo que hice en una vida anterior? -Pum-. ¿Durante cuánto tiempo tendré que pagar? -Pum.

Lo normal sería esperar que preguntara por qué yo no podía casarme con él, pero no, tenía que actuar como un listillo. De hecho, creo que intentaba superarme en dramatismo, siguiendo el razonamiento de pagar con la misma moneda. Me costaba decidir qué me ofendía más, la idea de que pensara que yo era una peliculera o que pensara que podía superarme en teatralidad. No existe un hombre que pueda… pero, es igual, mejor no entrar en según qué cuestiones.

Crucé los brazos bajo el pecho y le dediqué una mirada iracunda. No fue culpa mía que al cruzar los brazos mis pechos se levantaran y juntaran, ni es culpa mía que Wyatt sea el tipo de tío al que los pechos le ponen a cien -y los culos y las piernas, y cualquier otra parte de la mujer que se te ocurra mencionar-, por lo tanto no fue culpa mía que, cuando volvió a levantar la cabeza para darse otro golpe, su mirada digamos que se quedó pegada a mi escote, y olvidó lo que iba a decir. Yo acababa de darme una ducha y sólo llevaba una bata y unas bragas, de modo que también era lógico que la bata hiciera lo que siempre hacen las batas -como que se desatan ¿no?-, lo cual significaba que tampoco era culpa mía que se viera algo más que el mero escote.

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