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John Connolly - Los atormentados

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Los atormentados: resumen, descripción y anotación

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Daniel Clay, en otro tiempo un respetado psiquiatra infantil, desapareció al salir a la luz los abusos sufridos por varios niños que él atendía. Ahora, cinco años después, y cuando ya se le ha declarado muerto, su hija, Rebecca Clay, es acosada por un desconocido que pregunta por su padre. Ese desconocido, llamado Merrick, está obsesionado con descubrir la verdad sobre la desaparición de su propia hija, y Rebecca contrata al detective Charlie Parker para deshacerse de Merrick a toda costa. Parker no tarda en verse atrapado entre aquellos que quieren conocer la verdad sobre Daniel Clay y aquellos que quieren permanecer ocultos a toda costa, pues quizá no estaban del todo al margen de los abusos. Pero intervienen otras fuerzas. Alguien, un fantasma del pasado de Parker, financia la cacería de Merrick. Y las acciones de Merrick han inducido a otros a salir de las sombras: figuras semivislumbradas decididas a vengarse a su manera, pálidos espectros que vagan sin reposo. Han llegado los seres atormentados… Así arranca este nuevo y esperado caso del detective Charlie Parker, alias «Bird», en la que es la sexta novela de la serie policiaca escrita por John Connolly.

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John Connolly Los atormentados Charlie Bird Parker 6 Para Emily Bestler - photo 1

John Connolly

Los atormentados

Charlie «Bird» Parker, 6

Para Emily Bestler, con gran afecto,

y con gratitud por perseverar conmigo

AGRADECIMIENTOS

Este libro no podría haberse escrito sin la paciencia y gentileza de un gran número de personas que pusieron a mi disposición sus conocimientos y experiencia sin una sola queja. Doy las gracias especialmente al doctor Larry Ricci, director del Programa Spurwink contra los Abusos a Menores de Portland, Maine; Vickie Jacobs Fisher de la Comisión de Maine para la Prevención de los Abusos a Menores; y al doctor Stephen Herman, psiquiatra forense y aficionado a las estilográficas, de la ciudad de Nueva York. Sin la ayuda de estas tres almas generosas, éste sería un libro mucho más pobre, eso en el supuesto de que existiera.

Las siguientes personas proporcionaron también valiosa información en momentos cruciales de la composición de la novela, y les estoy muy agradecido: Matt Mayberry (bienes raíces); Tom Hyland (Vietnam y temas militares); Philip Isaacson (temas jurídicos); Vladimir Doudka y Mark Dunne (temas rusos), y Luis Urrea, mi colega, un autor con un talento infinitamente mayor que el mío, quien con gran amabilidad corrigió mis paupérrimos intentos en español. El agente Joe Giacomantonio del Departamento de Policía de Scarborough tuvo una vez más la amabilidad de responder a mis preguntas sobre las cuestiones de procedimiento. Por último, Jeanette Holden, de la Sociedad Histórica de Moose River en Jackman, me proporcionó un material extraordinario y una tarde de buena compañía. Estoy en deuda asimismo con la Cámara de Comercio de Jackman por su colaboración, y con el personal de la biblioteca de investigación de la Sociedad Histórica de Maine, en Portland. Como siempre, los errores que sin duda han llegado al papel son exclusivamente míos.

Una serie de libros y artículos resultaron especialmente útiles para la investigación, entre ellos: The Yard, de Michael S. Sanders (Perennial, 1999); History of the Moose River Valley (Sociedad Histórica de Moose River de Jackman, 1994); Arnold's Expedition up the Kennebec to Quebec in 1775, de H.N. Fairbanks (archivo de la Sociedad Histórica de Maine); South Portland: A Nostalgic Look At Our Neighborhood Stores, de Kathryn Ones Di Phillip (Barren Mill Books, 2006); y los reportajes galardonados del Portland Phoenix sobre el empleo de la «silla» en el centro penitenciario Supermax en Maine, en particular, Torture in Maine's Prisons, de Lance Tapley (11 de noviembre de 2005).

En cuanto a lo personal, conservo la inmensa suerte de contar con mis revisoras habituales, Sue Fletcher de Hodder & Stoughton y Emily Bestler de Atria Books, que tienen paciencia de santas y las aptitudes de cirujanos literarios. Gracias también a Jamie Hodder-Williams, Martin Neild, Lucy Hale, Kerry Hood, Swati Gamble, Auriol Bishop, Kelly Edgson-Wright, Toni Lance, Bill Jones y a todos en Hodder & Stoughton; a Judith Curr, Louise Burke, David Brown, Sarah Branham, Laura Stern y a todos los de Atria; y a Kate y KC O'Hearn, sin las cuales el cedé Into the Dark no habría sido posible. Mi agente, Darley Anderson, sigue inquebrantable con su sentido común y su amistad, y con él y con Emma, Lucie, Elizabeth, Julia, Rosi, Ella, Emma y Zoe estoy en deuda por mi carrera. Por último, doy gracias a Jennie, Cam y Alistair por aguantarme.

Finalmente, unas palabras sobre Dave Glovsky, «el Adivinador». Dave existió, y ejerció su oficio en Old Orchard Beach, aunque espero fervientemente que jamás se encontrase con un hombre como Frank Merrick. En cierto punto, contemplé la posibilidad de incluir una versión vagamente disfrazada del Adivinador en esta novela, pero eso me pareció injusto para con este hombre tan insólito, así que aparece con su propia identidad, y si alguno de sus familiares lo encuentra en estas páginas, confío en que reconozcan en ellas el homenaje que pretendía rendirle.

John Connolly,

diciembre de 2006

Agradezco asimismo la autorización para reproducir fragmentos de las siguientes obras protegidas por copyright:

When in Rome de Nickel Creek, compuesta por Chris Thyle © 2005 Mad German Music (ASCAP) y Queen's Counsel Music (ASCAP). Todos los derechos reservados. Utilizada con permiso.

John Wayne Gacy Jr., compuesta por Sufjan Stevens. Por cortesía de New Jerusalem Music Publishing.

Fragmento de The Hollow Men © T.S. Eliot. Extraído del libro Collected Poems 1909-1962, de T.S. Eliot, usado con permiso de Faber & Faber, Reino Unido, en representación de los herederos de T.S. Eliot.

Fragmento de Skunk Hour de Collected Poems, de Robert Lowell, copyright © 2003 de Harriet Lowell y Sheridan Lowell. Reimpreso con permiso de Farrar, Straus and Giroux, LLC.

Fragmento de Dirge de Stevie Smith. Usado con el permiso de los albaceas testamentarios de James MacGibbon.

El fragmento del poema Buffalo Bill's se extrajo de Complete Poems 1904-1962 de E.E. Cummings, recopilados por George J. Firmage, con el permiso de W.W. Norton & Company. Copyright © 1991 de los fideicomisarios de la Fundación E.E. Cummings y George James Firmage.

Primera parte

¿Adónde puede ir un muerto?

Una pregunta cuya respuesta

sólo los muertos conocen.

Nickel Creek, When in Rome

Prólogo

Este mundo está lleno de cosas rotas: corazones rotos y promesas rotas, personas rotas. Este mundo es, a su vez, una frágil edificación, una colmena donde el pasado se filtra en el presente, donde el peso de la culpa por la sangre derramada y los pecados antiguos arruina vidas y obliga a los niños a yacer con los despojos de sus padres entre el posterior revoltijo de escombros.

Yo estoy roto, y en represalia he roto a otros. Ahora me pregunto cuánto daño puede infligirse al prójimo hasta que el universo interviene, hasta que una fuerza exterior decide que los padecimientos son ya suficientes. Antes pensaba que era cuestión de equilibrio, pero ya no lo creo. Ahora pienso que lo que yo hice era desproporcionado en relación con lo que me hicieron a mí, pero ésa es la esencia de la venganza. Crece de manera exponencial. No puede controlarse. Un daño invita a otro, y así sucesivamente hasta que el agravio inicial casi se ha olvidado en medio del caos que viene después.

En otro tiempo busqué venganza. Nunca más lo haré.

Pero este mundo está lleno de cosas rotas.

Old Orchard Beach, Maine, 1986

El Adivinador sacó del bolsillo el fajo de billetes doblado, se lamió el pulgar y contó discretamente las ganancias de la jornada. El sol ya se ponía y se derramaba sobre el agua en jirones de un rojo incandescente, como de sangre y de fuego. Aún deambulaba gente por el entarimado del paseo, bebiendo refrescos y comiendo palomitas calientes con mantequilla, mientras siluetas lejanas recorrían la playa, unas de la mano y otras solas. Como el tiempo había cambiado, se había producido un notable descenso de las temperaturas nocturnas y se había levantado un viento cortante que jugueteaba con la arena al anochecer, augurio de alteraciones mayores, los visitantes se entretenían menos que días atrás. El Adivinador presintió que sus días allí, en la playa, tocaban a su fin, ya que si el público no se detenía, él no podía trabajar, y si no trabajaba, ya no era el Adivinador. Pasaba a ser sólo un viejo menudo ante un precario tenderete de rótulos y balanzas, baratijas y quincalla, porque sin espectadores para presenciar su demostración era como si sus habilidades no existiesen siquiera. Los turistas empezaban a escasear, y pronto aquel lugar carecería de interés para el Adivinador y sus colegas: los vendedores ambulantes, los puestos de baratillo, los feriantes y los timadores. Se verían obligados a partir hacia climas más propicios o buscar un refugio donde vivir en invierno de los ingresos del verano.

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