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Christie Ridway - El Final del Camino

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El Final del Camino: resumen, descripción y anotación

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Estaba acostumbrado a vivir con el peligro, pero ella ya no quería ese tipo de vida… Después de diez años en coma, Linda Faraday se había aferrado a la vida y había despertado. Lo único que recordaba era que había estado trabajando de incógnito para descubrir los turbios negocios de Cameron Fortune. De repente se encontraba con que había sobrevivido y con que tenía un hijo de diez años. Ahora que Ryan Fortune ya se había ido, el agente federal Emmett Jamison estaba dispuesto a ayudarla, aunque no parecía que la idea lo emocionara demasiado. La atracción que había entre ellos no tardó en hacerse incontrolable. Pero Linda no creía que Emmett encajara en sus nuevos planes de vida: sólo deseaba una existencia sencilla con un hombre sencillo. Emmett, sin embargo, se dedicaba a perseguir a su peligroso hermano. Claro que quizá Linda no estuviera hecha para la tranquilidad…

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Christie Ridway El Final del Camino El Final del Camino 2006 Título - photo 1

Christie Ridway

El Final del Camino

El Final del Camino (2006)

Título Original: The Reckoning (2006)

Serie Multiautor: 18º Los Fortune de Texas; Reunión

Capítulo 1

La casa del rancho estaba repleta de flores, mesas llenas de comida y una barra con un gran surtido de alcohol. Todo lo necesario para celebrar una gran fiesta, pensó Emmett Jamison desde el rincón en la que permanecía. Eso, en el caso de que el invitado de honor no hubiera muerto.

– No puedo creer que haya muerto -oyó decir a una mujer de pelo cano-. Me cuesta asimilar que Ryan Fortune esté muerto.

Emmett cerró los ojos. Él también preferiría no creerlo. Pero a Ryan Fortune le habían diagnosticado un tumor cerebral y, a pesar de su vitalidad, esa misma mañana su familia y sus amigos habían esparcido sus cenizas por aquellas tierras que adoraba, en el rancho Doble Corona.

A Emmett no le había sorprendido la tragedia. Hacía muchos meses que había perdido el optimismo y la esperanza. No esperaba finales felices. Estaba empezando a acostumbrarse a los entierros.

– ¿Pretendes dedicarte a las pompas fúnebres?-le susurró una voz al oído-, porque tienes la expresión ideal para ello.

– A mí no me molesta tu horrible cara -contestó automáticamente-, así que a ti no debería molestarte la mía.

Aquél no era un insulto fuerte, y menos cuando iba dirigido a su primo, Collin Jamison, que, por lo que todo el mundo decía, era una versión con algunos años más del propio Emmett. Ambos eran hombres altos de complexión atlética, cuya condición física les permitía conservar su trabajo… y su vida. Ambos tenían el pelo oscuro y lo llevaban muy corto, al estilo militar, y los ojos castaños de Collin eran sólo algo más claros que los ojos verdes de Emmett.

– No me molestas, me preocupas. Vuelves a tener esa expresión de estar deseando escapar a las montañas.

Emmett hundió las manos en los bolsillos de los pantalones. Se había refugiado en las montañas de Sandia de Nuevo México tras el entierro de su hermano Christopher y después del trágico final de uno de los casos en los que estaba trabajando como agente del FBI. Allí había intentado poner fin a su último dolor y a todos los anteriores con tequila barato y grandes dosis de soledad. Pero ninguna de las dos cosas había durado lo suficiente. Cuando su padre le había dado la noticia de que Jason, su otro hermano, era el responsable de la muerte de Chris y había escapado de la cárcel, Emmett había vuelto a Texas.

– Cuando mi padre fue a buscarme a Nuevo México, me quitó las llaves de la cabaña y amenazó con quemarla. Así que de momento no voy a volver.

– Estupendo -respondió Collin-. No he visto al tío Blake y a la tía Darcy, ¿están aquí?

– No, yo soy el único representante de los Jamison. Mis padres no se sentían cómodos viniendo, teniendo en cuenta que fue su hijo el que secuestró a la mujer de Ryan hace un par de meses.

Precisamente había sido aquel secuestro el que había llevado a Collin a Red Rock, Texas. Emmett lo había llamado para que lo ayudara a liberar a Lily y a detener a Jason. Pero sólo habían conseguido llevar a cabo la mitad del trabajo.

Collin pareció leerle el pensamiento.

– Vamos a atraparlo, Emmett.

– Voy a atraparlo -lo corrigió Emmett-. Tú ahora tienes que concentrarte en Lucy. Pero pase lo que pase, no permitiré que mi hermano mate a nadie más.

El terrible historial criminal de Jason incluía un agente del FBI, la muerte de Melissa, su propia novia, y la de un vigilante que lo trasladaba de prisión.

– Aunque sea lo último que haga en este mundo, me aseguraré de que Jason pague por todo el daño que ha causado.

– Puedes volver a contar conmigo, y haz todo lo que puedas para meter a Jason tras las rejas, pero no a costa de tu corazón.

Emmett sacudió la cabeza al oírlo. Enamorarse de Lucy había hecho cambiar mucho a su primo.

– El amor te ha reblandecido. Tú ya sabes que no tengo corazón.

No le apetecía continuar hablando. Sin molestarse en poner ninguna excusa, se alejó de su primo, evitando las miradas de todos los que lo rodeaban. Al volverse en una esquina, estuvo a punto de chocar con el caballete que sostenía la enorme fotografía de Ryan Fortune.

«Marido, padre y amigo», habían impreso sobre la fotografía, «todos te queremos».

Emmett posó la mano en el borde del póster. Los ojos de Ryan parecían brillar como si tuvieran vida; de pronto, sintió un extraño calor en el hombro, como si Ryan estuviera posando allí su mano. ¿Para decirle algo, quizá? ¿Para recordarle algo?

Impulsado por aquella rara inquietud, salió rápidamente al vestíbulo y abrió la puerta al frío viento de abril. El cielo estaba tan negro como su humor y olía a lluvia, pero necesitaba aire fresco. Y, sobre todo, necesitaba estar solo. No necesitaba que nada le recordara todo lo que le debía a Ryan.

Querido por todos. Era la misma frase que habían grabado en la lápida de su hermano Chris.

Pero los últimos años le habían enseñado que aquellas frases no resolvían absolutamente nada. Ni hacían más fácil soportar la muerte. Ignorando el frío, se apoyó en una de las paredes de la fachada y fijó la mirada en los maceteros de cerámica que se alineaban frente a él. Algunas flores comenzaban a mostrar su rostro, pero eran las lluvias de abril las que las harían florecer en mayo.

Emmett se preguntó si entonces estaría todavía en Red Rock, pero inmediatamente admitió para sí que, incluso en el caso de que estuviera, quizá ni siquiera se fijaría en ellas.

Procedente de una de las esquinas del porche, llegó hasta él un suave tap-tap que le llamó la atención. Movido por la curiosidad, se acercó a los escalones para ver de dónde procedía.

Era un niño de estatura mediana, vestido con una chaqueta azul marino y unos pantalones de color caqui manchados de barro a la altura de las rodillas. Tenía entre los pies una pelota que lanzaba al aire en tres tiempos antes de dejarla caer para volver a empezar otra vez el ejercicio.

La mente de Emmett retrocedió tres meses atrás, cuatro quizá. Sí, había visto a ese mismo niño en Red Rock, sentado con una pareja mayor y una mujer rubia. Emmett sólo había visto a la mujer de espaldas, pero había podido percibir la tensión del niño.

Un golpe de viento revolvió el pelo del pequeño y arrancó algunas gotas de agua de las nubes. El niño alzó la cabeza y se estremeció, pero continuó jugando. Con el siguiente golpe de viento, comenzó a llover con más fuerza. Emmett retrocedió hasta la puerta de la casa y estuvo a punto de llamar al niño para que entrara pero, al final, se encogió de hombros. Diablos, aquel niño no era cosa suya. Él tenía otras prioridades.

Oyó entonces que se abría la puerta tras él.

– ¿Richard?-llamó una voz de mujer-. Richard, ¿estás ahí?

El niño agachó la cabeza y continuó jugando con la pelota a pesar de la lluvia. Emmett volvió a encogerse de hombros y se volvió hacia la puerta. Él quería aire fresco, no empaparse. Ya era hora de regresar al interior, expresarle a Lily sus condolencias y marcharse.

– ¿Richard?-la voz sonaba más cerca.

Apareció una mujer en una de las esquinas de la casa. Y en ese mismo instante, salió el sol.

Emmett se detuvo a media zancada, mientras los rayos de sol iluminaban a una mujer de rubia melena, vestida de blanco y con un cuerpo esbelto y delicado. Parpadeó asombrado. Aquella mujer era un ángel, una luz, una…

Una señal de que debía dormir más de tres horas por las noches, pensó disgustado. La mujer desvió la mirada de Emmett para fijarla en el niño:

– Richard…

– Ricky, ya te he dicho que quiero que me llames Ricky, Ricky y Ricky.

La mujer contrajo el rostro de tal manera que por un momento Emmett pensó que iba a llorar. Dio un paso hacia ella, impulsado por la repentina necesidad de consolarla, pero entonces ella cuadró los hombros y curvó los labios en una sonrisa.

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