Liz Fielding
Amores Olvidados
Amores Olvidados (02.08.2006)
Título Original: The Five-Year Baby Secret (2006)
Fleur Gilbert vaciló un momento antes de subir los escalones del Registro Civil. No era así como había soñado que sería el día de su boda.
Debería haber pasado la mañana con su madre, riendo y llorando a la vez, recordando todas las tonterías que había hecho en su vida. Sus amigas deberían haber estado con ella, las chicas a las que conocía desde siempre, vestidas de damas de honor.
Deberían sonar campanas en la iglesia del pueblo, donde sus padres se habían casado, como incontables generaciones de Gilbert antes que ellos.
Debería ir vestida de blanco, con su padre apretando su mano y diciéndole lo guapa que estaba; su padre, orgulloso y feliz intentando esconder las lágrimas mientras le entregaba su niña a un hombre que no podía ser suficientemente bueno para ella.
Pero iba a casarse con Matthew Hanover y su boda nunca podría ser así. Matt era el hombre de su vida, pero encerrados en su mundo, aislados por un amor tan intenso, tan perfecto que nada ni nadie más parecía importar, Fleur había olvidado cómo debería ser el día de su boda.
– No estarás pensando echarte atrás, ¿verdad?
Fleur lo miró, esperando por un momento que él viera aquello desde su punto de vista. Que, en el último minuto, se hubiera dado cuenta de que aquélla no era la boda que ella había soñado siempre.
Pero Matt estaba sonriendo, bromeando para ocultar los nervios.
– No, claro que no.
– Me gustaría que lo dijeras con más seguridad.
Fleur sonrió, apoyándose en su pecho.
Lo primero que había pensado al conocer a Matthew Hanover en persona había sido que era el hombre de su vida. Y eso no había cambiado.
– No voy a echarme atrás. Pero es que me da miedo contarle a nuestras familias lo que hemos hecho.
– ¿Qué pueden hacer? Dentro de un mes estaremos muy lejos de Longbourne.
– Sí, ya.
– Pase lo que pase estaremos juntos, Fleur. Seremos marido y mujer -Matt apretó su mano para darle valor-. Nada de lo que hagan nuestras familias podrá cambiar eso.
Seis años después
– ¿Ha llegado el correo?
Fleur se inclinó para recoger las facturas, los catálogos de publicidad y el resto de la correspondencia tirada sobre el felpudo del porche y luego levantó la cabeza.
– ¡Tom, si no bajas en dos minutos te llevo al colegio como estés!
– Tranquila, niña. El mundo no se va a parar porque Tom llegue dos minutos tarde al colegio -sonrió su padre.
Fleur dejó el correo sobre la mesa de la cocina.
– Ya lo sé, pero no quiero llegar tarde a mi cita con la nueva directora del banco. La necesitamos de nuestro lado si vamos a acudir a la feria de flores de Chelsea.
Su padre, debió de notar cierto desasosiego en su voz porque dejó de mirar el correo y, con una seguridad que no había mostrado en mucho tiempo, anunció:
– Sí, Fleur, vamos a estar en Chelsea.
Entonces, costase lo que costase, tendría que conseguir que la nueva directora del banco les permitiera ampliar el descubierto. Fleur respiró profundamente.
– Muy bien.
La jubilación del viejo y simpático director no había podido llegar en peor momento. Brian entendía las dificultades de su negocio, había celebrado los éxitos con ellos y soportado pacientemente los problemas durante los últimos seis años, dándoles tiempo para recuperarse.
Y a Fleur le habría gustado poder hacer algo más que llenar las jardineras del banco para agradecer su fe en ellos. Aunque todo saliera bien hasta la feria de Chelsea, iban a correr un gran riesgo. No estaba convencida de que la salud de su padre aguantase la tensión de producir flores para una importante exposición en mayo, pero no sería capaz de disuadirlo. Lo único que podía hacer era intentar ocultarle las dificultades económicas que estaban atravesando.
Desgraciadamente, Delia Johnson, la nueva directora del banco, les había enviado una nota para que se pasaran por su despacho. Y no podía ser para darles una buena noticia.
Y era esa preocupación lo que la tenía tan nerviosa aquella mañana.
Iba a tener que hacer lo imposible por «venderle» su negocio, por convencer a la señora Johnson de que el banco tenía mucho que ganar si los ayudaba a montar un puesto en la feria de flores más importante del país.
– No te preocupes -intentó tranquilizarla su padre-, todo saldrá bien. Puede que hayas heredado mi talento para la horticultura y la belleza de tu madre pero, afortunadamente, no has heredado nuestra mala cabeza para los negocios. Estás preciosa, además.
Fleur sabía bien cuál era su aspecto y no podía hacer nada. Sin tiempo ni dinero para ir a la peluquería o para comprar cosméticos caros, el parecido con su madre era menos evidente de lo que podría ser. Además, había tenido que aprender el negocio a toda prisa cuando no tuvo más remedio. Y seguían con el agua al cuello.
Había sido imposible recuperarse de ese año en el que su mundo, el mundo de todos en su familia, se había derrumbado por completo.
La falta de interés de su padre por la parte administrativa de la empresa y el descubrimiento de que su madre se había gastado casi todo lo que tenían en el banco los había dejado nadando contra corriente.
Su pobre padre se limitaba a decir lo que creía que ella quería oír, para animarla, pero no podía hacer mucho más.
En aquel momento estaba mirando de nuevo el correo y Fleur vio un sobre que, con las prisas, le había pasado desapercibido. Y se le encogió el corazón al ver el membrete de la empresa Hanovers.
– ¿Es que no piensan rendirse nunca? -exclamó.
Cualquier otro día se habría limitado a tirarlo a la basura sin abrirlo siquiera, protegiendo a su padre del odio de una mujer cuya única ambición parecía ser intentar arruinarlos. Echarlos del pueblo, del país si fuera posible.
– Le vendería la finca a cualquier constructor antes que permitir que se la quedara Katherine Hanover.
– Con Katherine en el Ayuntamiento, nadie conseguirá un permiso para construir en esta finca -contestó su padre con toda tranquilidad.
Nunca se enfadaba, nunca se ponía furioso. A Fleur le gustaría que gritase, que expresara sus verdaderos sentimientos, pero él nunca diría nada malo de Katherine Hanover. Y si seguía sintiendo pena por ella, sus sentimientos estaban muy equivocados.
– Porque la quiere para ella sola -dijo Fleur, con amargura.
Dentro de la finca había un viejo granero que no había sido usado más que como almacén durante años. Era muy grande, perfecto para convertirlo en una de esas casas que salen en las revistas. Y venderlo resolvería muchos de sus problemas.
Pero la concejalía de obras del Ayuntamiento, dirigida por Katherine Hanover, había decidido que era un edificio histórico, de modo que no podían venderlo. Además, los habían advertido que si dejaban que se hundiera les pondrían una multa.
– Quizá debería meterme en política -suspiró Fleur-. Así al menos podría cancelar el voto negativo de los Hanover.
– Pues tendrías que hacerlo en tu tiempo libre -dijo su padre.
– Sí, claro. Podría dejar de planchar -bromeó Fleur-. Sería un auténtico sacrificio, pero lo haría con gusto.
– Así me gusta -sonrió Seth Gilbert-. Pensé que estabas flaqueando.
– ¿Quién, yo? Nunca.
Su padre volvió a mirar la carta de Katherine Hanover y la sonrisa desapareció de su rostro, como si se hubiera quedado sin fuerzas. Su salud se había desgastado por las continuas traiciones, por el dolor, por los problemas económicos… dándole razones a Fleur, si necesitaba alguna más, para odiar a los Hanover con toda su alma.
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