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Rebecca Winters - Renuncia por amor

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Renuncia por amor: resumen, descripción y anotación

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Alik Jarman acababa de conocer a su hijo, de seis semanas, y no pensaba dejarlo escapar. Decidió pedirle a la madre del bebé, quien le había roto el corazón hacía apenas un año, que se instalara durante un mes en su casa con el niño. Blaire jamás le había dicho la verdadera razón por la que había suspendido la boda y comprendió que debía negarse a ir a vivir con él. Sin embargo, al ver cómo disfrutaba Alik de la compañía de su hijo, se sintió incapaz de decirle que no… y tampoco pudo evitar alimentar la esperanza de que, algún día, formarían una verdadera familia.

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Rebecca Winters Renuncia por amor Renuncia por amor 2001 Título original - photo 1

Rebecca Winters

Renuncia por amor

Renuncia por amor (2001)

Título original: His very own baby (2000)

Serie: 2º Padres solteros

Capítulo 1

Blaire Regan salió del coche de alquiler y cerró la puerta. A aquellas horas de la mañana olía a lluvia. Pronto empezaría a caer. Estaba en el lugar de la excavación, a las afueras de Warwick, en el estado de Nueva York. Tras mirar a su alrededor, se encontró con un par de estudiantes que salían de uno de los numerosos remolques.

– Disculpad, ¿podríais decirme dónde puedo encontrar al profesor Alik Jarman? Me han dicho que es el geólogo especialista de este proyecto.

Dos cabezas se giraron, al mismo tiempo, hacia ella. Averiguar el paradero exacto de Alik le había costado varios días y unas cuantas conferencias telefónicas a varias universidades del estado de Nueva York. Era siempre halagador que un joven la mirara con admiración, pero en aquel momento estaba tan nerviosa y asustada que no era capaz de apreciar la atención. Le temblaban tanto las piernas que era un milagro que siguiera en pie. Y más aún que pudiera caminar. El chico rubio sonrió y contestó:

– Vive en un remolque por ahí, al fondo.

Había llegado al lugar adecuado de milagro.

– ¿Eres estudiante del equipo del profesor Fawson, de la New York University, por casualidad? -preguntó el compañero con ojos azules brillantes.

La razón por la que Blaire estaba allí no era de la incumbencia de nadie, pero tampoco podía culpar a aquellos chicos por intentar ligar. Estaban a primeros de octubre, las clases universitarias acababan de comenzar y, como era natural, creían que ella era una estudiante.

Blaire podía ver al resto de sus compañeros trabajando a cierta distancia.

– Me temo que no, pero gracias por vuestra ayuda.

– De nada -contestó uno de ellos, mientras Blaire volvía al coche para avanzar por el camino polvoriento hasta el final.

Una gota cayó sobre el parabrisas, y luego otra. El aparcamiento no tardaría en convertirse en un barrizal. Cuanto más se acercaba al remolque de Alik, su hogar temporal, más se le aceleraba el pulso. Podía escuchar los latidos de su corazón resonando en sus oídos.

Cuando realizaba trabajos de campo la jornada laboral de Alik comenzaba al amanecer, así que era perfectamente posible que no estuviera. Blaire había abandonado el Bluebird Inn, su hotel en Warwick, a las cinco y media de la madrugada esperando pillarlo antes de que se marchara a medir tierras, propiedades, y hacer mapas de recursos hidráulicos.

Durante las clases de Introducción a la Geología que él había impartido como profesor invitado en la universidad de UCLA, San Diego, California, un año atrás, Blaire había aprendido que había un enorme abanico de disciplinas científicas relacionadas con el estudio de la tierra. Sin embargo, todas aquellas cortas charlas mantenidas antes y después de las clases jamás habían sido suficientes para Blaire. Tras llevarla Alik a casa un día por encontrarse enferma, Blaire se había enamorado profundamente del atractivo hombre del este.

Y, según parecía, aquel breve rato en su coche tampoco había satisfecho las necesidades de él. Una vez que ella se recobró de su enfermedad, él le sugirió que fueran a cenar a un restaurante con vistas al mar. Y, desde aquel momento, nunca más habían vuelto a separarse. Tras un breve pero romántico cortejo, en el que abundaron los paseos a lo largo de la playa, Blaire y Alik fijaron una fecha para su boda y después volaron a la ciudad de Nueva York a hablar con la familia de él.

Y fue entonces cuando comenzó la historia de horror.

Blaire no había tenido más alternativa que romper el compromiso. En realidad, jamás había imaginado que volvería a verlo, sobre todo después de todo lo que había sufrido. Sin embargo había ocurrido algo inimaginable, algo sobre lo que necesitaba hablarle. Si no lo hacía, jamás podría volver a vivir tranquila consigo misma.

Al salir del coche, Blaire sintió que se le secaba la boca. Tenía que reunir coraje, caminar hasta el remolque y leer el cartel clavado en la puerta. No era de extrañar que Alik hubiera tenido que colgarlo para delimitar así sus horas de trabajo de las de descanso: las estudiantes de San Diego lo habían perseguido constantemente.

¿Tendría Alik relaciones con alguna de las estudiantes de Warwick? No, se dijo Blaire.

No se atrevía a pensar en lo que habría estado haciendo durante los últimos diez meses y medio, y menos aún a pensar en las mujeres con las que habría salido. Si lo hacía, la pena la consumía viva.

Según el cartel, Alik estaba disponible para cualquier consulta de cuatro a cinco de la tarde, de lunes a viernes, a menos que estuviera de viaje fuera de la ciudad. Blaire se apresuró a llamar a la puerta antes de perder todo su coraje. Esperó un minuto y volvió a llamar. No hubo respuesta, de modo que, tras instantes de vacilación, intentó por fin abrir el picaporte. Para su sorpresa, la puerta se abrió. Asomó la cabeza y lo llamó.

Alik no estaba.

Tras atravesar todo el país desde la costa oeste para verlo, aquello no la iba a detener por mucho que tuviera que esperar. Blaire se preguntó cuánto aguantarían sus nervios y consideró la posibilidad de esperarlo en el coche. Sin embargo, desde donde lo había aparcado, no lo vería si aparecía.

Vaciló por un momento y, por fin, decidió esperarlo dentro del remolque. Antes o después Alik tendría que volver. Y, si seguía lloviendo, no tardaría mucho.

Mientras salían juntos, Alik le había dicho que no le importaba en qué remolque tuviera que vivir cuando hacía trabajos de campo y, viendo aquel remolque amueblado con módulos estándar en marrón y beis, Blaire comprendió que era cierto.

Nada en su interior desvelaba quién era la persona que vivía en un lugar tan claustrofóbico. Blaire apartó una pila de cuadernos de una silla y se sentó. Le habría encantado poder explorar el dormitorio, pero sabía que no tenía derecho a hacerlo. En realidad, Alik podía acusarla de faltarle al respeto en su intimidad solo por haber entrado en el remolque sin ser invitada. Blaire no tenía ni idea de cómo reaccionaría ante aquel atrevimiento, pero suponía que lo entendería ya que estaba lloviendo a cántaros.

A los pocos minutos Blaire se puso en pie para estirar las piernas y descubrió un enorme mapa de los Estados Unidos desplegado sobre una mesita junto a la diminuta cocina. Curiosa, se acercó sorteando obstáculos para examinarlo.

Alik había dibujado una línea desde la ciudad de Nueva York hasta la de San Francisco y, sobre esa línea, había pintado con rotuladores fosforescentes de distintos colores las diferentes zonas que quedaban en medio formando una especie de patchwork continuo entre varias ciudades que había rodeado en rotulador negro: Warwick, en Nueva York; Laramie, en Wyoming; Tooele, en Utah; San Francisco, en California. Más allá de Tooele, sin embargo, no había nada coloreado, solo la línea negra. Sobre cada color había anotaciones técnicas que no comprendía.

Intrigada, apenas se dio cuenta de nada, hasta que la puerta se abrió de par en par y sintió que fuertes pisadas hacían temblar el remolque. De pronto Alik, con su metro ochenta y nueve de estatura, apareció haciendo más pequeño aún el espacio. La puerta se cerró tras él.

Blaire no supo decidir quién de los dos estaba más sorprendido. Ella profirió un grito callado antes de enderezarse, él permaneció inmutable. La llamarada de fuego que salió de sus ojos verdes como el bosque fue el único indicio de que no era un bloque de granito. Con los ojos entrecerrados por aquellas pestañas, tan negras como su cabello excesivamente largo y húmedo por la lluvia, la mirada de Alik vagó por su silueta subiendo por sus piernas vestidas con medias de seda. Blaire tragó y sintió sus ojos rozarle las caderas bajo la falda. Tras una pausa que la dejó sin aliento, los ojos de Alik continuaron acariciando las generosas curvas que llenaban su suéter de lana. Cuando las miradas de ambos volvieron a encontrarse, Blaire temblaba como una gota de agua en un pétalo de una flor.

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