Susan Mallery
Enamorado de Gracie
Enamorado de Gracie (2006)
Título Original: Falling for Gracie (2005)
– ¿Gracie? ¿Eres tú Gracie Landon?
Atrapada en el jardín delantero de la casa de su madre con una taza de café en una mano y un periódico en la otra, Gracie Landon miró con anhelo la puerta, que suponía su única escapada. En teoría podía echar a correr, pero eso supondría mostrarse muy grosera con Eunice Baxter, la octogenaria vecina. La buena educación de Gracie no le permitía comportarse así.
Se apartó el pelo, que aún no se había peinado desde que se levantó, y se acercó arrastrando las zapatillas de Piolín que llevaba puestas a la valla de madera que separaba la casa de los Landon de la de Eunice Baxter.
– Buenos días, señora Baxter -dijo, esperando sonar alegre-. Sí, soy yo, Gracie.
– Ya me había parecido. Hace mucho tiempo que no te veo, pero te juro que te habría reconocido en cualquier parte. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
– Catorce años -respondió Gracie.
Media vida. Se había sentido tan esperanzada de que la gente se olvidara de ella…
– Dios Santo… Estás muy guapa. Cuando te marchaste, y te lo digo del mejor modo posible, eras una muchacha muy fea. Hasta tu pobre madre solía preocuparse porque no te quedaras como eras entonces. No ha sido así. Ahora, eres tan bonita y reluciente como la modelo de la portada de una revista.
Gracie no quería que le recordaran aquel período que había durado casi seis años.
– Gracias -dijo, acercándose poco a poco hacia el porche.
Eunice se ahuecó el enlacado casquete de rizos y luego se golpeó suavemente la barbilla.
– ¿Sabes una cosa? Precisamente estaba hablando sobre ti con mi amiga Wilma. Comentábamos que los jóvenes de hoy en día no saben cómo enamorarse, al menos no hacen como en las películas ni como tú lo hiciste de Riley Whitefield.
Dios santo. Riley no. Todo menos eso. Después de tanto tiempo, ¿no se podía dejar descansar su reputación de joven y enloquecida adolescente?
– Yo no estaba exactamente enamorada de él -comentó Gracie, preguntándose por qué había accedido a regresar a casa después de todo aquel tiempo. Sí, claro. Por la boda de su hermana pequeña.
– Erais un testamento del amor verdadero – afirmó Eunice-. Deberías estar orgullosa. Amabas a ese muchacho con todo tu corazón y no te asustaba demostrarlo. Para eso hace falta un valor especial.
“O una locura especial”, pensó Gracie mientras sonreía débilmente. Pobre Riley. Había convertido su vida en un infierno.
– Y ese periodista escribió tu historia en el periódico de la ciudad para que todo el mundo la conociera -añadió Eunice-. Eras famosa.
– Yo más bien diría que infame -musitó Gracie, recordando la humillación que había sentido al leer sobre su enamoriscamiento de Riley durante el desayuno.
– La parte favorita de Wilma es cuando clavaste las puertas y ventanas de su vecina para que no pudiera salir con él. Estuvo muy bien, aunque mi favorita es cuando te tumbaste delante de su coche ahí mismo -recordó Eunice señalando el asfalto que había delante de su casa-. Yo lo vi todo. Le dijiste que lo amabas demasiado como para permitir que se casara con Pam y que si él iba a seguir adelante con el compromiso, lo mejor era que te atropellara para evitarte tanto sufrimiento.
– Sí, ésa estuvo muy bien -gruñó Gracie. ¿Por qué el resto del mundo quería olvidarse de las humillaciones de su propia infancia para hablar sólo de las de ella?-. Supongo que le debo a Riley una disculpa.
– Ha regresado a la ciudad -dijo Eunice alegremente-. ¿Lo sabías?
Todo el mundo con el que se había encontrado en los dos últimos días se había encargado de decírselo,
– ¿De verdad? -fingió.
– Sí. Y vuelve a estar soltero -observó la anciana, guiñándole un ojo-. ¿Y tú, Gracie? ¿Hay alguien especial en tu vida?
– No, pero en estos momentos está muy ocupada con mi trabajo y…
– Es el destino -dijo Eunice antes de que pudiera terminar la frase-. Eso es. El destino os ha reunido a los dos para daros una segunda oportunidad.
Gracie sabía que preferiría que la dejara desnuda en un hormiguero antes de volver a tener nada que ver con Riley Whitefield. En lo que a él se refería, ya había tenido más que suficientes humillaciones. Además ¿qué torturas estaría él dispuesto a soportar para evitar tener que ver nada con ella?
– Es un pensamiento muy bonito, pero no creo que…
– Podría ser que él aún siguiera sintiendo algo por ti.
Gracie se echó a reír.
– Señora Baxter, Riley me tenía pavor. Si me viera ahora, saldría corriendo en la dirección contraria.
– Algunas veces, un hombre necesita un empujoncito…
– Algunas veces, un hombre necesita que lo dejen en paz.
Aquello era exactamente lo que Gracie tenía intención de hacer. Nada de ir detrás de Riley. De hecho, pensaba evitarlo a toda costa. Si se encontraban por casualidad, ella se mostraría cortés y distante. Tal vez ni siquiera lo reconocería. Los sentimientos que había albergado en el pasado por Riley habían muerto. Estaban muertos y enterrados. Gracie pasaba de él.
Además, era una mujer completamente diferente. Amable y madura. Sus días de acosadora habían pasado a la historia.
– ¿Quién era ésa? -le preguntó Vivían cuando entró en la cocina-. ¿Te ha provocado una encerrona la señora Baxter para que hables con ella?
– Sí -respondió Gracie, dejando el periódico en la encimera y tomando a continuación un sorbo de café-. Te juro que es como si me hubiera marchado de la ciudad la semana pasada en vez de hace catorce años.
– Las personas mayores perciben el tiempo de un modo muy diferente -comentó Vivían mientras se sacudía los rizos rubios y bostezaba-. En primer lugar, se levantan demasiado temprano. Mamá se marchó de aquí antes de las siete.
– Dijo algo sobre unas rebajas especiales en la tienda -dijo Gracie, tomando asiento-. Se suponía que tú debías de estar ayudándola con eso.
– Lo sé. Es culpa mía por haber elegido un vestido de novia de tres mil dólares. Tenía que elegir entre cargarme el presupuesto con el vestido y no dar nada que comer a los invitados o contribuir -observó con una sonrisa-. Al menos, voy a sacar un fabuloso pastel de boda completamente gratis.
– Qué suerte tienes.
Como hermana de la novia, Gracie había ofrecido una de sus obras de arte para el banquete. Miró el calendario que había en la pared, Faltaban exactamente cinco semanas para la boda. Una mujer más inteligente se habría mantenido oculta hasta el último momento y luego se habría presentado con el pastel, se habría divertido con la celebración y se habría marchado. Sin embargo, las frenéticas llamadas de su madre, de Vivían y de Alexis, su otra hermana, le habían provocado suficiente sentimiento de culpabilidad como para que accediera a regresar y a colaborar con los preparativos.
– En mi opinión, eso no es divertirse -murmuró,
– ¿Te ha dicho la señora Baxter que Riley Whitefield está de nuevo en la ciudad? -preguntó Vivian con una sonrisa en los labios.
– ¿No tenías que estar en alguna parte?
Vivían se echó a reír y se marchó corriendo hacia las escaleras.
Gracie observó cómo su hermana se marchaba. Entonces, abrió el periódico y se preparó para una tranquila mañana de sábado. Aquella tarde se iba a mudar a la casa que había alquilado para las seis semanas que iba a estar allí, pero, hasta aquel momento, no tenía nada en lo que ocupar el tiempo más que…
La puerta trasera se abrió de par en par.
– Estupendo. Estás levantada -dijo Alexis, que era tres años mayor que Gracie-. ¿Dónde está Vivian?
– Preparándose para irse a la ferretería.
– Pensé que ya se habría marchado -comentó Alexis, frunciendo el ceño-. ¿No empezaban las rebajas a las ocho?
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