Carly Phillips - Hasta el final
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Carly Phillips
Hasta el final
Hasta el final (2006)
Historia corta incluida en la antología Seducción
Título Original: Going all the way (2003)
Serie Multiautor: 2º Seducción
Capítulo 1
Regan Davis echó un último vistazo a Divine Events. La mejor empresa organizadora de bodas de Chicago hacía honor a su nombre, pero nada tenía que ofrecer a quien acababa de ser rechazada.
Se detuvo junto a la mesa del vestíbulo y contempló el gran florero griego que tantas veces había visto. Las flores del paraíso, jacintos y hortensias creaban un dosel sobre la mesa. Regan pasó la mano por una colección de álbumes blancos con las fotos y catálogos de Divine Events, y entonces se fijó en un libro rojo forrado en piel. La cortina de flores lo había ocultado a la vista hasta ahora, y Regan se detuvo, intrigada. A unos metros de distancia, la brisa de la calle parecía estar llamándola a su nueva vida. Junto a ella había dispuesto un cuenco de cristal lleno de golosinas. Pero ni las chocolatinas más exquisitas ni el sabor de la libertad tentaban a Regan tanto como aquel libro.
¿Por qué? ¿Por qué tenía que atraerla de ese modo aquel libro? Porque su vida estaba por los suelos y ansiaba que ocurriera algo, cualquier cosa, que cambiara su suerte. Y aquel libro rojo rezumaba secretos pecaminosos. Mientras estuviera sola en el vestíbulo no parecía haber razón para no hojear sus páginas prohibidas, de modo que se sentó en el sofá y tomó el libro en sus manos. No había ningún título en la tapa, pero el forro de piel resultó ser una cubierta protectora para un libro en rústica, grande y pesado. Intentó hojearlo, pero cada página había sido sellada, lo que avivó aún más su morbosa curiosidad. Se mordió el labio inferior y lo abrió en busca de la portada.
Sexcapadas. Juegos secretos y aventuras salvajes para amantes atrevidos.
Oh, cielos…
Cerró el libro de golpe, sintiendo cómo el rubor cubría sus mejillas. Pero su educación sureña se impuso y miró alrededor con los ojos entornados. Se oían voces al fondo y en otras zonas de la tienda, pero no había nadie más en el vestíbulo. Estaba sola, así que se permitió ir un poco más lejos. Con el corazón desbocado y la boca seca, leyó el título de la primera página sellada.
Atarlo. Para mujeres a las que les guste tener el control.
Un hormigueo erótico estimuló sus sentidos, pero aquellas palabras la afectaban a otro nivel. Hacía mucho tiempo que Regan no tenía el control de nada, ni siquiera de su vida. Sí, había tenido un buen comienzo, pero nada más.
Antes de su visita a Divine Events para cancelar sus planes de boda, se había pasado por Victoria's Secret y había adquirido el camisón más atrevido y sexy que pudo encontrar. Lo siguiente fue la ropa. Se tiró de la blusa de seda que llevaba abotonada hasta el cuello y que la estaba haciendo sudar. Soltó un resoplido de frustración. Su refinamiento sureño estaba tan arraigado que cualquier paso exigía ser minuciosamente pensado.
De ser la hija obediente a casi convertirse en la esposa sumisa, había vivido según las reglas que les inculcaron a ella y sus hermanas desde que nacieron. Sus padres ya tenían a un banquero y dos abogados como yernos, y Regan iba a añadir al tercer abogado al árbol genealógico. Regan se convertiría así en la hija perfecta, no en la oveja negra de la familia que todo lo hacía a su manera.
Su padre, el juez, se habría llevado una gran satisfacción si Regan hubiera celebrado la boda en el club de campo de Savannah. Su decisión había sido un motivo de gran decepción para la familia Davis.
También lo fue su traslado a Chicago un mes atrás, pero su novio había insistido en que se casaran y establecieran allí, en la ciudad donde lo habían nombrado socio principal del nuevo bufete. Regan había estado tan contenta por escapar de la opresión familiar que hubiera aceptado cualquier cosa. Y ahora tendría que arrojar la tercera bomba… Sacudió la cabeza, incapaz de reprimir una carcajada. Hasta entonces, el incendio de Atlanta había sido el día más negro en la historia de la familia Davis.
Nacida y criada como una belleza sureña, Regan había sido formada para ser la novia afortunada. Pero en vez de eso había sido la novia plantada, lo cual no la molestaba tanto como debería, teniendo en cuenta que su misión en la vida sería clasificada ahora como un fracaso por sus seres queridos. Su madre se llevaría una particular decepción. Kate Davis hacía lo posible por ser una buena madre cuando sus hijas cumplían con sus expectativas sureñas, pero el desafío de Regan la convertiría en una mujer extraña y hostil.
Cuando se enteraran de la ruptura del compromiso, su familia quedaría desolada, pero Regan estaba agradecida de haberse librado de su novio, quien había sido una concesión más a las expectativas.
Debería estar destrozada, pero la cancelación de la boda y la marcha de su novio del apartamento que compartían en un rascacielos de Chicago le ofrecían una grata sensación se alivio… a pesar de la traición de Darren. Ahora podía admitir que los dos se habían aprovechado mutuamente el uno del otro. Ella lo había escogido para complacer a su familia, sin importarle las carencias de la relación. Y él la había escogido por la posición de su padre en el mundo del derecho. Con todo, había sido Darren quien primero se marchara. Regan estaba casi tentada de aplaudir su coraje.
Para sus padres sería otro trauma descubrir que Darren se había hartado de los modales sureños de Regan mucho antes de abandonarla. Qué ironía que hubiera preferido a la abogada chillona y pegajosa a la que había contratado para trabajar con él. Regan sacudió la cabeza. No tenía derecho a pensar mal de una mujer que era lo bastante descarada para llevar minifaldas y usar un pintalabios oscuro y sensual. No cuando Regan quería parecerse más a ella. Quería ser libre. Libre de vestir la ropa que le gustase, no la ropa que la alta sociedad o su madre estimasen oportuna. Libre para emplear sus habilidades para las relaciones públicas en una carrera profesional, no sólo en obras de caridad. Y libre para elegir a un hombre sexy y atractivo sin tener que examinar sus credenciales y alcurnia. Pero en aquellos momentos, se conformaría con ser capaz de pensar por sí misma. La vida en Savannah la había ahogado, pero no se había dado cuenta de ello hasta que se mudó a Chicago, un mes antes, y no lo había aceptado hasta ahora.
Pero ahora podía empezar una nueva vida. Esa rata miserable de Darren le había dado la oportunidad, aunque de ella dependía tener el valor de aprovecharla.
Sexcapadas… Pasó la mano por la tapa de piel roja. Qué oportuno, pensó Regan, y tras mirar rápidamente a su alrededor para asegurarse de que seguía estando sola, se desabrochó los botones superiores de la blusa de seda, revelando un sujetador rosa de encaje y el amplio escote que sus hermanas tanto envidiaban.
A continuación, se alborotó ligeramente los rizos, esperando dar el aspecto que su madre siempre asociaba con las mujeres guapas y tontas. Un vistazo al espejo de bolsillo se lo confirmó. Tenía las mejillas coloradas, y un toque de pintalabios añadió un poco más de sensualidad. Era difícil conseguir gran cosa cuando apenas se contaba con lo básico, pero tendría que conformarse hasta que pudiera comprar ropa nueva y atrevida con la que acompañar su nueva imagen y actitud.
Cuanto más se liberaba de sus grilletes externos, más valor sentía. Bajó la mirada. Las instrucciones del libro eran muy claras: ¡las lectoras debían arrancar una página y poner en práctica la fantasía que en ella se detallaba!
Las manos le temblaban y las palmas se le humedecieron. Volvió a mirar la página que supuestamente describía cómo atar a un hombre. Sí, realmente le gustaría atar a un hombre, ver un brillo de deseo en sus ojos y saber que sólo la deseaba a ella. Y, de repente, no quiso esperar a que apareciera su hombre perfecto. Quería hacerse con las riendas de su vida ya. Antes de informar a su familia sobre la ruptura, quería dar el primer paso y afianzar su independencia… empezando con una aventura sin ningún tipo de lazo emocional.
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