Carly Phillips
En Busca Del Pasado
Ty & Hunter, 2
© 2007, Karen Drogin
Título Original: Sealed with a Kiss
Traducido por: María Perea Peña
Querida lectora:
No puedo decir cuántas de vosotras me habéis escrito para preguntarme si voy a darles a Hunter y a Molly, de Volver a ti, su propia historia, y me siento entusiasmada por el hecho de que os gustaran tanto como para preguntarlo. A mí, la respuesta me parecía evidente: claro que sí.
Nunca he sido capaz de resistirme a un final feliz, pero tengo que admitir que Hunter y Molly me han puesto muy nerviosa mientras los llevaba hasta allí. En busca del pasado no es una simple historia de amor. Es la historia del viaje que emprende Molly Gifford para conocerse a sí misma, cuando se entera de que el hombre a quien siempre había creído su padre no lo es en realidad. Y aunque esa noticia, comprensiblemente, le provoca un caos emocional, también responde la pregunta de por qué ella no conseguía encajar en su propia vida.
Deja a Hunter atrás para buscarse a sí misma y encontrar a su verdadero padre pero, cuando lo acusan de asesinato y ella se enfrenta a la posibilidad de perderlo, no tiene más remedio que acudir al hombre a quien abandonó. Sin embargo, ¿podrá superar Hunter el dolor y el rencor que todavía siente para ayudar a la única mujer a la que ha querido en toda su vida? Espero que disfrutes con En busca del pasado. ¡Y espero que me digas lo que te ha parecido! ¡Feliz lectura!
Carly Phillips.
Este libro ha sido muy difícil de escribir. Gracias a todos aquellos que me animasteis y me convencisteis de que podía hacerlo. Gracias a los Plotmonkeys, a Janelle Denison, a Julie Leto, a Leslie Kelly, por ser tan buenos amigos. Gracias a Brenda Chin, por su apoyo y por su fantástica edición.
Como siempre, mi amor y mi agradecimiento para mi familia; a Phil, a Jackie y a Jen por soportarme. Os quiero.
Nota especial: Sé que me he tomado ciertas libertades con la capacidad de habla de Ollie, el guacamayo. Gracias a todos por vuestra comprensión.
Me gustaría expresar un agradecimiento especial a Jocelyn Kelly y a JoAnn Ferguson por dar respuesta a mis preguntas sobre el ejército, y a Linda Howard, a Phoebe Conn y a Joanna Novins por responder las otras cuestiones que tenía.
Pese a la información, me resultó necesario aprovechar lo que yo llamo el privilegio del escritor con el procedimiento de retiro con honores a los soldados heridos del ejército. Gracias, lectoras, por no llamarme la atención acerca de ello. Cualquier otro error o distorsión de la realidad es sólo achacable a mí.
Molly Gifford terminó de meter las maletas y las cajas en el maletero de su coche. Otra puerta que se cerraba, pensó. Su vida allí, en Hawken's Cove, había terminado. Había llegado la hora de continuar. Miró por última vez la casa en la que había vivido durante casi un año, trescientos sesenta y cinco días en los que había estado intentando aferrarse a aquella esquiva cosa llamada familia que siempre estaba fuera de su alcance.
Ya lo sabía. No debería haberse hecho ilusiones, porque aquella vez no iba a ser diferente. Su madre no iba a casarse, a sentar la cabeza y a formar una familia que incluyera a Molly en vez de excluirla.
Y con veintisiete años, a Molly ya no debería importarle.
Sin embargo, le importaba. Seguía siendo la niña que había ido de internado en internado. La calidad de aquellos internados siempre dependía del grosor de la chequera del marido de turno de su madre. Su verdadero padre no se dignaba a nada más que a enviar un par de postales al año. Una, en el cumpleaños de Molly y otra, el puñetazo de la felicitación navideña con la fotografía de su familia.
Una semana antes, su madre había roto su compromiso, había dejado plantado a su último prometido y se había ido de viaje por Europa sin apenas despedirse de su hija. Y Molly, por fin, había tenido que aceptarlo: estaba sola y siempre lo estaría. Así pues, se marchaba en busca de sí misma y de una vida sin el lastre de esperanzas frustradas.
– ¿Molly? Molly, espera -dijo su casera, Anne Marie Constanza.
– No te preocupes, iba a despedirme -le aseguró Molly a la anciana, y se acercó a ella.
– Ya lo sé -respondió Anne Marie. Su fe en Molly era inquebrantable.
Molly sonrió y observó cómo Anne Marie bajaba las escaleras del porche. Iba a echar de menos a su entrometida vecina.
– No tienes por qué irte -le dijo Anne Marie-. Podrías quedarte aquí y enfrentarte a tus miedos.
Sabias palabras, pero Molly no podía prestarles atención.
– Ahí está el quid de la cuestión. Mis miedos me seguirán allá donde vaya.
– Entonces, ¿por qué te vas? Sé que no soy la única que quiere que te quedes.
– ¿Has estado escuchando mi conversación con Hunter? -le preguntó Molly.
Al pensar en él, a Molly se le encogió el estómago.
Anne Marie negó con la cabeza, y algunos finos mechones de pelo gris se le escaparon del moño.
– Esta vez puedo decir sinceramente que no. Ya he aprendido la lección de que no se debe escuchar conversaciones ajenas, y mucho menos difundir información ajena. Sin embargo, es evidente que ese hombre desea tenerte cerca con todas sus fuerzas.
Molly abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Tenía un nudo en la garganta.
– No puedo quedarme -dijo.
Sin embargo, lo había pensado. Y seguía pensándolo, sobre todo al recordar la mirada de esperanza de Hunter cuando le había pedido que se quedara con él en su ciudad natal, en Hawken's Cove, Nueva York. Y su tono de voz suplicante cuando le había dicho que la seguiría a cualquier sitio al que Molly necesitara huir para evitar el dolor.
«Yo tampoco he tenido familia. Entiendo lo que te está pasando. ¿Por qué no lo superamos juntos?». Hunter se había tragado su orgullo y le había entregado el corazón.
Molly había estado a punto de cambiar de opinión, porque Daniel era una tentación absoluta, pero finalmente no había sido capaz de hacerlo. No sabía quién era ni lo que quería de la vida, y por ese motivo lo había rechazado. Apretó los puños con frustración. Era una mujer sin ataduras, sin amigos, sin familia, y necesitaba tiempo para entenderse a sí misma. Pese a todo, tenía una sensación de anhelo y emoción en el pecho.
– Él te quiere -le dijo Anne Marie.
Molly bajó la cabeza. A cada segundo, su dolor era mayor, porque ella también quería a Hunter. Sin embargo, sabía que no tenía lo suficiente como para ofrecerle algo que valiera la pena al que era su amigo, pero no había llegado a ser su amante.
– Ya he tomado la decisión -respondió Molly a duras penas.
La anciana asintió.
– Ya sabía que no cambiarías de opinión, porque en ese sentido eres como yo, pero tenía que decir lo que pensaba.
– Lo sé, y te lo agradezco.
– Toma. Ha llegado el correo de hoy.
Anne Marie le entregó un sobre. Molly le dio la vuelta y miró el remite. Napa Valley, California. Su padre había dado señales de vida en un día distinto a Navidad o su cumpleaños… Qué raro.
– Bueno, tengo que entrar en casa -dijo Anne Marie-. Estoy redactando el anuncio para alquilar tu apartamento.
Aquellas palabras le encogieron aún más el estómago a Molly.
– Has sido una estupenda amiga -le dijo a Anne Marie, y le dio un abrazo-. Gracias por todo.
– Escribe de vez en cuando, Molly Gifford. Espero que encuentres lo que estás buscando en este mundo -dijo la anciana.
Y agitando la mano en señal de despedida, entró a su casa.
Molly se sacó las llaves del coche del bolsillo y, al hacerlo, el sobre se le cayó de las manos. Lo recogió rápidamente. El papel le quemaba en las manos. Se debatió entre el ansia por apartarse todos los recuerdos de la cabeza y la curiosidad por saber lo que había dentro. Venció la curiosidad; Molly abrió el sobre y encontró una tarjeta y una nota en su interior.
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