Carly Phillips
Más Allá De La Sospecha
Serie Simply, 01
Título original: Simply Sinful
Traducida por: Ana Peralta de Andrés
Claro que sí, dejaría que hiciera honor al nombre de su establecimiento: Charmed. Entraría en el local y permitiría que su dueña le mostrara todos sus encantos.
Kane McDermott miró furtivamente por la rendija que quedaba entre las cortinas. Y lo que vio fue una melena rubia y un cuerpo digno de una modelo. A pesar del frío de la mañana, una imprevista oleada de deseo caldeó su cuerpo, instándolo a entrar cuanto antes en la casa.
Después de lo que acababa de ver, por lo menos tenía la certeza de que aunque se viera obligado a invitarla a salir y seducirla, no se iba a aburrir en absoluto. Aun así, todavía estaba resentido por aquel encargo. Para desgracia suya, su jefe había decidido que, después de haber resuelto un caso duro y difícil, necesitaba un descanso. El capitán Reid no le había dicho exactamente que estuviera «quemado», pero tampoco era necesario que lo hiciera. Él no estaba de acuerdo, por supuesto. El hecho de que una redada contra unos traficantes de droga hubiera terminado mal no significaba que tuviera que pasar a la reserva. Habiendo crecido en las calles de Boston, sabía mejor que nadie cuándo corría verdadero peligro, cosa que no ocurría en aquel momento.
Kane podía desear con toda su alma que aquel adolescente no hubiera caído en medio del tiroteo, pero eso no cambiaba nada. Además, no había sido su bala la que lo había matado, sino la de su propio hermano. Kane sabía que él no era responsable de lo ocurrido, pero eso no impedía que se sintiera culpable. Y tampoco le evitaba remordimientos. Aunque nadie podría haber anticipado la llegada del hermano pequeño de aquel traficante, Kane sabía que recordaría los gritos angustiados de su madre durante toda su vida. A pesar de todo, se había negado a tomarse un descanso, consciente de que no le serviría para ayudarlo a olvidar, pero había aceptado encargarse de aquella ridícula misión.
Cualquier novato podría verificar si Charmed era realmente lo que decía ser o si tras su fachada de establecimiento decente se escondía un prostíbulo. Kane gimió en voz alta. Por lo que a él concernía, cualquier tipo que necesitara clases de etiqueta era tan patético como la misma chapuza que le habían encargado. ¿Qué clase de infeliz podía necesitar clases para aprender a salir con una mujer? Y sobre todo con una mujer como aquélla…
Sacudió la cabeza. Qué pérdida de tiempo.
En cualquier caso, era preferible que aquella mujer espectacular diera clases de etiqueta a unos cuantos patanes a que prestara otro tipo de servicios a sus clientes. Teniendo en cuenta además que había trabajado para sus tíos cuando éstos todavía llevaban las riendas del negocio, definitivamente, aquella joven conocía el percal con el que estaba tratando. Cualquiera que esté fuera.
Kane podría desconocer la agenda de aquella belleza, pero conocía de sobra la suya y sabía que aquel ridículo caso no debería ocupar ni una sola línea en ella.
Y, sin embargo, allí estaba, un hombre acostumbrado a enfrentarse con traficantes de droga y proxenetas, preparándose para abordar torpemente a la seductora propietaria de Charmed. Todavía tenía serias dudas sobre su capacidad para fingir ser un patán y tenía un plan alternativo por si la cosa no terminaba de funcionar. Pero no podría saber si lo necesitaba hasta que estuviera dentro.
Colocó la mano en el pomo de la puerta. El metal estaba frío como el hielo. ¿Sería ella o no sería ella? Por fin había llegado el momento de averiguarlo.
Kayla Luck miró disgustada el viejo radiador que se negaba a comportarse con un mínimo de sentido común. No hacía falta tanto calor en primavera, pero el equipo de limpieza parecía haberlo olvidado. Habían vuelto a encender el radiador la noche anterior y habían convertido la casa en una sauna. Kayla había conseguido mover el termostato, pero el maldito aparato continuaba irradiando calor. Y entre las altas temperaturas y el esfuerzo que había tenido que hacer para arreglarlo, estaba acalorada e incómoda. Definitivamente, no era aquélla la mejor forma de comenzar una clase, así que esperaba que todos sus clientes se hubieran enterado de que había cancelado la sesión.
Mientras Catherine, su hermana, había empleado la parte que le correspondía de la herencia de sus tíos en hacer realidad su sueño, matriculándose en una afamada escuela de cocina, Kayla había dejado de lado sus propios deseos para hacerse cargo del negocio. La pintoresca casa que había heredado de sus tíos tenía dos pisos y muchísimas habitaciones. Durante años, su tía había estado impartiendo clases de baile de salón y etiqueta. Ambos servicios habían tenido gran demanda en el pasado, pero durante la última década el negocio había declinado seriamente. Aun así, Kayla siempre había tenido la esperanza de poder ayudar a su tía a sacar su establecimiento de la edad de piedra. Su tía había vuelto a casarse el año anterior y había metido a su marido en el negocio, pero Kayla no había tenido oportunidad de hablar con ellos sobre los cambios que creía necesarios para modernizarlo porque los recién casados habían muerto demasiado pronto.
Sin embargo, ella seguía decidida a levantar el negocio. Quizá los hombres ya no necesitaran recibir clases para saber cómo comportarse en una cita, pero había muchos ejecutivos que requerían formación para saber conducirse en cualquier ambiente y adaptarse a las costumbres de otros países. Además, con las clases de idiomas, conseguiría dar un toque de actualidad a un negocio ya obsoleto.
En solo cuestión de meses, Charmed comenzaría a ofrecer una amplia gama de servicios imprescindibles para cualquier hombre moderno.
Al heredar aquella escuela, no le había pasado por alto lo irónico de su situación. Parecía una broma; la chica diez del instituto, hija de una mujer de extracción social baja, enseñando a los demás a comportarse en sociedad. Todavía le dolía recordar su pasado y aquél era un incentivo más para intentar mejorar y modernizar Charmed hasta hacerlo irreconocible.
Al igual que había hecho consigo misma. Ella había crecido en la zona más pobre de la ciudad, a las afueras de Boston. Y mientras sus compañeros de escuela llevaban ropa deportiva de marca e iban siempre a la última moda, ella y su hermana usaban la misma ropa hasta desgastarla completamente. Y como Kayla se había desarrollado antes de lo normal, su ropa jamás le había quedado adecuadamente. Las chicas se burlaban de ella y los chicos pensaban que se vestía con ropa tan estrecha para llamar la atención.
Para cuando había llegado al instituto, no había un solo chico que no proclamara a los cuatro vientos que se había acostado con ella. Kayla, por su parte, había optado por enterrarse en sus libros y no le había contado a nadie, excepto a su hermana, la verdad. Nadie la habría creído aunque lo hubiera hecho.
Kayla intentó apartar aquellos tristes recuerdos de su mente. Aquellos días ya habían pasado y Charmed no era ninguna broma. Jamás lo sería. Era un negocio serio que respondía a necesidades igualmente serias. La verdad era que no le emocionaba tener que aplazar una vez más su vuelta a la universidad para graduarse en idiomas. Había contemplado alguna vez la idea de llegar a ser intérprete, pero no quería hacerlo a expensas de su familia. Charmed era un negocio familiar y la familia era una de las pocas cosas que para Kayla y Catherine eran sagradas.
Tomó su agenda. El fontanero todavía no le había devuelto la llamada. Tenía una gran cabeza para los números y capacidad para memorizar un párrafo de un libro con solo leerlo, pero si no era capaz de recordar los pequeños detalles de la vida cotidiana, su inteligencia no le serviría de nada.
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