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Carly Phillips - Una terapia muy especial

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Una terapia muy especial: resumen, descripción y anotación

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Noche tras noche, la fisioterapeuta Brianne Nelson fantaseaba con el apuesto desconocido que había visto en la cafetería en la que trabajaba media jornada. Lo que no sospechaba era que aquel desconocido acabaría convirtiéndose en cliente suyo… Gracias a la generosidad de su hermana, Jake Lowell iba a disfrutar de los servicios de Brianne durante una temporada. Aunque no tenía la menor gana de volver a su empleo de policía, debía encontrar al tipo que le había disparado. Pero antes necesitaba una buena terapia, y lo cierto era que Brianne estaba consiguiendo que se sintiera mucho mejor…

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Carly Phillips Una terapia muy especial Serie Simply 04 2001 Karen Drogin - photo 1

Carly Phillips

Una terapia muy especial

Serie Simply, 04

© 2001 Karen Drogin

Título original: Body Heat

Traducida por Inmaculada Navarro Manzanero

Capítulo 1

Los días eran muy cálidos, pero, gracias a ella, las noches de Jake Lowell eran aún más calientes. Le gustaba la mezcla de anticipación y deseo que le corría por las venas mientras miraba en el Sidewalk Café, buscándola.

Agarró con fuerza el vaso de agua helada. La condensación le dejó la mano fría y húmeda, lo que suponía un fuerte contraste con el calor que reinaba en la ciudad de Nueva York, con el infierno que ardía en su interior. Nada podía apagar la llama que ella había encendido.

Se movió un poco en el asiento para tratar de encontrar una postura más cómoda para su espalda contra el duro metal del asiento, una que no le ejerciera presión sobre el hombro izquierdo y la herida que, finalmente, había empezado a sanar. Cuando volvió a moverse, el dolor le sacudió por dentro. Maldita silla. Aquel tipo de cafés al aire libre, con los asientos de hierro forjado, no eran muy de su gusto, sino del de su hermana. Sin embargo, desde que había ido allí por primera vez y había visto a la sensual camarera, no lo había molestado tanto aquel lugar.

Jake miró a su alrededor, pero no podía ver por ninguna parte a la mujer que protagonizaba sus fantasías. Miró el reloj. Como siempre, Rina, su hermana, ya llegaba quince minutos tarde. Después de una infancia en la que habían tenido que compartir el cuarto de baño, se había acostumbrado a esperarla. De hecho, si alguna vez se presentaba a tiempo, se quedaría completamente asombrado. Sin embargo, con el tipo que le había disparado vagando por las calles, la tardanza de Rina, aunque fuera típica en ella, le provocaba cierto nerviosismo.

Miró la calle solitaria una vez más y luego contempló de nuevo el restaurante y el bar casi vacíos. Se recordó que aquella escoria estaba viviendo una vida casi limpia y que su hermana estaba a salvo. Entonces, decidió que abandonaría la terraza del local y entraría dentro para esperar a Rina delante de la televisión y así poder ver el partido de los Yankees.

En aquel momento la vio. Una visión con unos pantalones vaqueros blancos y una camiseta negra de anchas hombreras, con un delantal anudado alrededor de la cintura. Estaba de pie al lado de la barra del bar, con una botella de agua en la mano. El cabello, de color rojizo, estaba recogido en una coleta, aunque unos ligeros mechones se habían resistido a tal confinamiento y le enmarcaban un rostro delicado y angelical. Más que deseo o lujuria, era la pureza de su rostro lo que atraía a Jake a aquel lugar una y otra vez con la esperanza de verla.

Después de leer un pedido que llevaba apuntado en su libreta, se la guardó en el bolsillo mientras el camarero se disponía a preparar las bebidas. Jake se levantó y atravesó las puertas de cristal que llevaban al interior del restaurante. Vio cómo ella se apoyaba contra la pared y miraba a su alrededor, buscando algo que Jake desconocía. Entonces, echó la cabeza hacia atrás y se pasó la botella por la frente, por las mejillas y, por fin, la deslizó suavemente sobre su largo cuello.

Al ver cómo la botella se movía sobre su piel, Jake ahogó un gruñido. Estaba arqueando la espalda, dejando que sus senos se pegaran aún más a la camiseta. Unos firmes pezones torturaban tanto la tela como al propio Jake. Él sabía que debería sentirse como un voyeur, pero los sensuales y seductores movimientos de la joven parecían haber sido presentados sólo para sus ojos.

Aunque era una desconocida, a Jake le parecía como si la conociera muy íntimamente, aunque no todo lo que él quería. Tenía los ojos completamente cerrados, los hombros relajados… A medida que el frío plástico le rozaba la piel, emitía unos suspiros que parecían hacerse eco dentro de Jake. A pesar de que no era consciente de ello, aquella mujer había despertado tanto su curiosidad como su imaginación.

¿Cómo sabría? ¿Serían sus labios tan húmedos, tan frescos como la menta o sabrían dulces, como las bebidas que ella servía? En el cénit de la pasión, ¿miraría frente a frente a su amante o cerraría los ojos como muestra de expectación y placer? Con sólo imaginarse que hacía el amor con ella, el cuerpo de Jake se tensaba de la necesidad y sentía fuego en el alma…

Pocas cosas despertaban su interés aparte del incidente que había tenido como resultado la muerte de Frank Dickinson, su mejor amigo y también detective, y que él resultara herido, lo que había hecho que decidiera darle un nuevo rumbo a su vida. Sin embargo, el deseo le lamía la piel, más cálidamente y con más fuerza que la bala que se la había rasgado.

Las luces de neón del bar se reflejaban en las gotas de agua sobre la piel de ella. Jake quería saborear aquella cálida humedad, absorberla con su cuerpo. El mismo sudaba de un modo que no tenía nada que ver con el calor que reinaba en el exterior del local.

De repente, ella se irguió y dejó la botella sobre la barra antes de contemplar los confines del pequeño restaurante. Jake contuvo el aliento, aunque ella no miró en su dirección. Entonces, la joven agarró una servilleta y se enjugó la reluciente piel del pecho, bajo el amplio escote de la camiseta.

De repente, sin previo aviso, se volvió y miró en la dirección en la que estaba Jake. Al cruzar su mirada con la de él, abrió mucho los ojos, muy sorprendida. Tal y como le había parecido a Jake, no se había dado cuenta de que alguien la estaba observando. Sin embargo, cuando la sorpresa fue desapareciendo, ella lo miró con cierto interés.

Jake reconoció aquella mirada porque ella también lo cautivaba. La atracción mutua había sido muy fuerte desde el principio y, a lo largo de aquellas semanas, se había ido haciendo cada vez más fuerte.

Su hermana había alimentado aquel interés, eligiendo aquel café como su lugar de reunión.

Ella siempre había estado allí, aunque siempre había atendido otras mesas que no eran la suya. Jake no sabía por qué ella no se había acercado, sino sólo por qué él había preferido guardar las distancias. Había aprendido que la fantasía siempre superaba a la sucia realidad.

No obstante, la corriente de atracción que existía entre ellos nunca había estado tan cargada como aquella noche. Era una electricidad tan potente que el cuerpo de Jake vibraba de necesidad mientras su mente fantaseaba con una miríada de posibilidades.

Ella le mantenía la mirada, como si estuviera esperando que él hiciera el siguiente movimiento. Sin romper el contacto visual, Jake levantó el vaso a modo de saludo. Había esperado que ella se diera la vuelta o que rechazara aquella sutil insinuación. Sin embargo, la joven no hizo ninguna de las dos cosas. Le mantuvo la mirada con una pasión y una curiosidad descarada que Jake nunca habría esperado… hasta que el camarero llegó con las bebidas que ella le había pedido e interrumpió así su muda conversación.

Ella lo miró una vez más antes de dejar la servilleta y proseguir con su trabajo. No obstante, el rubor de sus mejillas no desapareció, como testimonio de lo que había ocurrido entre ellos.

– ¡Dios mío, Jake! ¡Lo siento!

La voz de su hermana lo sacó de la bruma de sensualidad en la que había estado sumido hasta entonces. Vio que su hermana había aparecido sana y salva y regresó a su mesa para volver a sentarse en la incómoda silla. Aunque se sentía algo distraído, trató de concentrarse en su hermana.

– Sé que llego tarde -dijo Rina, tan elegante como siempre-, pero es que Norton odia el calor -añadió, refiriéndose a su perro de raza sharpei.

– El dinero te ha cambiado, Rina -replicó Jake, riéndose.

La mascota que habían tenido de niños había sido un chucho que había aparecido, lleno de la suciedad y el polvo del Bronx, delante de la puerta del edificio donde vivían.

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