Danielle Steel
Fiel a sí misma
A mi madre, Norma,
que, aunque jamás leyó mis libros,
confío en que estuviese orgullosa de mí.
A las relaciones difíciles
entre madres e hijas menos afortunadas,
a las oportunidades perdidas,
a las buenas intenciones que no dan su fruto, y al final
al amor que te sostiene,
fuesen cuales fuesen las apariencias.
De todas las formas que me importaban,
perdí a mi madre cuando tenía seis años,
cuando dejó de estar allí para peinarme
e impedir que hiciese el ridículo en la escuela.
Nos conocimos mejor de adultas,
dos mujeres completamente diferentes,
con visiones de la vida muy distintas.
Nos decepcionamos a menudo una a otra
y apenas nos comprendimos,
pero reconozco que ambas lo intentamos y aguantamos hasta el fin.
Dedico este libro a la madre que me habría gustado tener,
esa que yo esperaba cuando nos veíamos,
esa que preparaba crepes y albóndigas suecas
cuando yo era pequeña, antes de marcharse,
a la madre que sin duda intentó ser incluso después de irse,
y, por último, con amor, compasión y perdón
para la madre que fue.
A su manera, me enseñó a ser la madre que soy.
Que Dios te sonría y te abrace con fuerza,
que encuentres alegría y paz.
Te quiero, mamá
D.S.
Si te haces entero,
todo vendrá a ti.
Tao Te Ching
En una tranquila y soleada mañana de noviembre, Carole Barber levantó la vista del ordenador y se quedó mirando el jardín de su casa de Bel-Air. Era una gran mansión laberíntica de piedra en la que llevaba viviendo quince años. Desde la soleada habitación acristalada que utilizaba como estudio se veían los rosales que había plantado, la fuente y el estanque que reflejaba el cielo. La vista era sosegada y la casa se hallaba en silencio. Sus manos apenas se habían movido sobre el teclado durante la última hora. Resultaba más que frustrante. Después de una larga carrera de éxitos en el cine, Carole trataba de escribir su primera novela. Aunque llevaba años escribiendo relatos breves, nunca había publicado ninguno. Una vez incluso intentó escribir un guión. A lo largo de su matrimonio, ella y su difunto marido, Sean, habían hablado de hacer una película juntos, pero nunca encontraron tiempo para ello. Sus campos de actividad principales les ocupaban demasiado.
Sean era productor y director y ella era actriz. En realidad, Carole Barber era una estrella de primer orden desde los dieciocho años, y hacía dos meses que había cumplido los cincuenta. Por decisión propia, llevaba tres años sin participar en ninguna película. A su edad, pese a poseer una belleza aún extraordinaria, los buenos papeles escaseaban.
Carole dejó de trabajar cuando Sean cayó enfermo, y en los dos años transcurridos desde su muerte se había dedicado a viajar para visitar a sus hijos en Londres y Nueva York. Su defensa de diversas causas, relacionadas sobre todo con los derechos infantiles y de la mujer, la había llevado a Europa varias veces, a China y a países subdesarrollados de todo el mundo. Le preocupaban mucho la injusticia, la pobreza, la persecución política y los crímenes contra los inocentes y los indefensos. Llevaba diarios de todos sus viajes, y había escrito uno muy conmovedor en los meses previos a la muerte de Sean. En los últimos días de la vida de Sean, ambos hablaron de la posibilidad de que ella escribiese un libro. El pensaba que era una idea estupenda y la animó a iniciar el proyecto. Para hacerlo, Carole había esperado dos años, y en ese momento llevaba un año lidiando con la escritura. El libro le daría la oportunidad de hablar abiertamente de las cosas que más le importaban y ahondar en sí misma de una forma que la interpretación nunca le permitió. Ansiaba terminar el libro, pero no lograba ponerlo en marcha. Algo la detenía y no tenía ni idea de lo que era. Era un caso clásico de bloqueo mental, pero Carole se negaba a rendirse. Se sentía como un perro con un hueso. Quería volver a su profesión de actriz, pero no antes de escribir el libro. Sentía que le debía eso a Sean, y que también se lo debía a sí misma.
En agosto había rechazado un papel que parecía bueno en una película importante. El director era excelente y el guionista había ganado varios Premios de la Academia por colaboraciones anteriores. Habría sido interesante trabajar con los demás actores. Sin embargo, cuando leyó el guión no le dijo nada en absoluto. No sintió ninguna atracción por él. Carole no quería volver a actuar si el papel no le encantaba. Vivía obsesionada por el libro, aún en su fase inicial, y ello le impedía volver al trabajo. En lo más hondo de su corazón sabía que antes tenía que escribirlo. Esa novela era la voz de su alma.
Cuando Carole comenzó por fin el libro, insistió en que no trataba de sí misma. Solo al implicarse más en él se dio cuenta de que en realidad era así, pues la protagonista compartía muchas facetas con Carole. Cuanto más se enredaba esta con el libro, más difícil le resultaba escribirlo, como si no pudiese soportar enfrentarse a sí misma. Llevaba semanas bloqueada de nuevo. La historia versaba sobre una mujer madura que hacía balance de su existencia. Ahora se daba cuenta de que el libro tenía mucho que ver con ella y con su vida, con los hombres que había amado y las decisiones que tomó. Cada vez que se sentaba a escribir se quedaba con la mirada perdida, soñando con el pasado, y la pantalla del ordenador permanecía en blanco. La asaltaban ecos de su vida anterior y sabía que, mientras no llegase a aceptarlos, no podría ahondar en su novela ni resolver los problemas que planteaba. Antes necesitaba la llave para abrir aquellas puertas y no la encontraba. Todas las preguntas y dudas que siempre tuvo sobre sí misma habían vuelto de un salto a su mente al empezar a escribir. De pronto se cuestionaba todos sus pasos. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Hizo bien o mal? ¿Las personas de su vida eran de verdad tal como ella las veía? ¿Había sido injusta? No dejaba de hacerse las mismas preguntas, sin saber por qué importaban tanto ahora. No podría llegar a ninguna parte con el libro hasta encontrar las respuestas acerca de su propia vida. Se estaba volviendo loca. Era como si al tomar la decisión de escribir ese libro se viese obligada a enfrentarse a sí misma como nunca había hecho, como había evitado hacer durante años. Pero ya no podía seguir escondiéndose. Las personas que conoció flotaban en su mente por las noches, tanto si permanecía en vela como si se dormía y soñaba. Por la mañana se despertaba agotada.
El rostro que más acudía a su mente era el de Sean. Él era la única persona de la que estaba segura. Sabía con certeza quién era y qué significaba para ella. La relación entre ellos había sido muy franca y limpia. Las demás no lo fueron tanto. Albergaba dudas sobre todas sus relaciones, menos sobre su relación con Sean. Él deseaba tanto que Carole escribiese el libro del que habían hablado que esta creía debérselo como un último regalo. Además, quería demostrarse a sí misma que podía hacerlo. Aun así, se sentía paralizada por el miedo a no ser capaz. Ya hacía más de tres años que soñaba con el libro, y necesitaba saber si lo tenía o no en su interior.
La primera palabra que acudía a su mente al pensar en Sean era «paz». El era un hombre amable, tierno, sensato y cariñoso que siempre se portó muy bien con ella. Al principio había aportado orden a su vida, y juntos construyeron una sólida base para la convivencia. Jamás trató de ser su dueño ni de agobiarla. Sus vidas nunca se entrelazaron ni enredaron; viajaron uno junto a otro, a un paso cómodo para ambos, hasta el final. Por la forma de ser de Sean, incluso su muerte de cáncer fue una desaparición serena, una especie de evolución natural hacia otra dimensión en la que Carole ya no podía verle. Aun así, debido a la importancia que tuvo en la vida de ella, siempre le sentía cerca. Sean aceptó la muerte como un paso más en el viaje de la vida, una transición que tenía que hacer en algún momento, una oportunidad maravillosa. El aprendía de todo lo que hacía y aceptaba de buena gana aquello que encontraba en su camino. Con su actitud, enseñó a Carole otra valiosa lección sobre la vida.
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