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Alexander Eva - Cumplir Un Sueño

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Alexander Eva Cumplir Un Sueño

Cumplir Un Sueño: resumen, descripción y anotación

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Lidia pensaba que había encontrado el amor de su vida, que era una mujer con un matrimonio feliz. Entonces llegó su marido con los papeles del divorcio y le demostró que todo era un espejismo. Y se convenció de que envejecería sola.

Gareth sabía que la vida no podría ser mejor. Tenía dos hijos mayores, era un abogado exitoso y la atenció de las mujeres nunca le había faltado.

Pero entonces, una cadena de errores lo cambia todo.

Tres, ni más ni menos. Tres errores los unen para siempre. Pero, de nuevo, la vida nunca es fácil y tendrán que pelear con una hija malcriada y celosa, con cambios hormonales y muchos malentendidos. Y no debemos olvidar el secuestro.

En fin... para que los sueños se hagan realidad, tienes que luchar y creer. ¿Lo harán? ¿Lidia conseguirá cumplir su sueño?

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Cumplir Un Sueño — leer online gratis el libro completo

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Cumplir un sueño

Eva Alexander

Derechos de autor © 2020 Eva Alexander

Todos los derechos reservados
Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.
Diseño de la portada de: Sarelighlp

Contenido

Capítulo uno


Cuarenta y dos.

Dos de mayo.

Ayer cumplí cuarenta y dos años.

Hoy el hombre que fue mi marido durante diecisiete años se casó con una mujer más joven y guapa.

¡Joder! Cómo odió a ese hombre.

Nos conocimos en una fiesta, los dos teníamos veintidós y fue amor a primera vista. Después de tres años de noviazgo nos casamos. Tuve la boda que soñé, la luna de miel idílica, la casa perfecta. Pero no tuve lo que más quería. Mi marido me negó la alegría, la felicidad de ser madre. Al principio decía que me quería para él unos años, luego que necesita concentrarse en el trabajo. Me llevaba de viaje para hacerme olvidar del tema, cambiamos de casa cada cinco años. Todo para dejar de pedirle que tengamos un hijo. Y así durante años. Años de súplicas y lágrimas hasta que fue demasiado tarde. Cuando cumplí los cuarenta me dijo que ya éramos mayores para tener hijos y ahí se acabó.

Estúpidamente pensé que el amor era suficiente y que con el tiempo ese sentimiento de vacío desaparecería. ¡Qué tonta!

Hace seis meses, Peter llegó a casa, me hizo sentarme en el sofá y me entregó los papeles del divorcio. Como en trance escuché sus explicaciones y firmé. Me quedé sentada en ese sofá hasta la madrugada, no sabía si era una pesadilla o que había pasado ahí.

Y ahora estoy en mi cocina mirando al ramo de flores que compré en la tienda de la esquina mientras que el hijo de puta se casa.

Y yo sola y amargada. Todo por amar demasiado a mi marido. El cabrón. Mira que normalmente soy una mujer tranquila y no quiero que nadie lo pase mal, pero a Peter le deseo lo peor. Por mala persona. Por sacrificar mi mayor deseo por él.

Sola. Sin marido, sin amigos. Mis amigos eran en realidad los amigos de él y se quedó con ellos después del divorcio. Mejor. ¿Para que los quiero?

Lo peor llegó dos semanas más tarde cuando finalmente entendí que mi marido me había dejado para otra mujer y que antes de dejarme no había cambiado nada en nuestra relación. Llamaba para avisar si llegaba tarde a cenar, me ayudaba a recoger la cocina y me hacía el amor. Y a la otra también.

Dos días más tarde estaba en la consulta de mi ginecólogo, rodeada de mujeres embarazadas. Yo había acudido para asegurarme de que mi marido infiel no me había contagiado alguna enfermedad. Me llamó la atención una mujer joven, rubia de unos treinta años, que salía de la consulta. Estaba sonriendo tan feliz que inmediatamente una sonrisa apareció en mi cara. Siendo esto la consulta de un ginecólogo lo lógico sería que había recibido una buena noticia. Además de que no dejaba de mirar el papel que llevaba en la mano.

—¡Estoy embarazada! —había dicho feliz. Las mujeres que estaban en la sala de espera aplaudieron. Yo me había quedado congelada mirando al hombre que la había seguido y rodeaba su cintura con el brazo. La misma sonrisa feliz en su cara.

El mismo hombre que durante diecisiete años hizo lo imposible para no dejarme embarazada sonreía feliz junto a su nueva mujer. En ese momento el amor que aún sentía por él se convirtió en odio. Tenía unas ganas de darle dos bofetadas, pero de alguna manera conseguí quedarme quieta en mi silla.

De la cita con el ginecólogo no recuerdo nada, solo que me atendió una doctora nueva. Quien sabe que habré dicho o hecho porque esta mañana me llamaron para citarme otra vez. Una semana después de la cita había recibido una llamada de la enfermera que me aseguró que los análisis estaban bien. Una preocupación menos.

La botella de vino que quería abrir para celebrar mi cumpleaños está sin abrir sobre la mesa. La tarta que compré es lo único que me apetece ahora mismo. Tarta de manzana. Los últimos meses me he vuelto loca con las manzanas, me apetecen a todas horas. Y los que dicen que la fruta no engorda mienten, he cogido un par de kilos. Como que no tenía suficientes… Pero ya tengo una edad y no me importa que no soy delgada. O que tengo celulitis. Es lo que hay. Como las canas, que necesitan una visita a la peluquería cada tres semanas. Gracias a las canas pase de mi castaño a un rubio cenizo que me hace parecer más joven.

Me llevo un trozo de tarta al salón y me siento en el sofá con mi último libro. Soy escritora de novelas románticas. El día que sale a la venta uno de mis libros me gusta leerlo. Imagino a mis lectoras haciendo lo mismo y de alguna manera me siento una lectora más.

A Peter no le gustaba mi trabajo y la mayoría de nuestros amigos sabían que yo trabajaba en un editorial. ¿Por qué lo dejé menospreciar mi trabajo? Por amor.

Mira, al menos ahora cuando conozca a alguien no tendré que esconder que hago para ganarme la vida.

***

A la mañana siguiente a las nueve en punto me hacen pasar a la consulta de mi ginecólogo. La misma doctora que me atendió la última vez se levanta para recibirme. No recuerdo haberla visto tan nerviosa. En un segundo pasan por mi cabeza muchos escenarios y todos malos, desde cáncer a un montón de enfermedades de transmisión sexual.

—Buenos días, señora Harold —dice la doctora.

—Lidia, por favor.

Nos sentamos, ella en la silla tras el escritorio y yo en una de las sillas que hay en frente. Aunque sé que me esperan malas noticias yo no me veo tan inquieta como la doctora. Es joven, pelirroja y guapísima. Se ve muy profesional con su cabello recogido en un mono y con gafas. Ella es perfecta para ser mi siguiente protagonista. La mayoría de mis conocidos están en mis libros y no me había dado cuenta hasta ahora que todos mis amigos son los malos. Interesante.

La doctora sigue dando vueltas a su anillo de compromiso y decido ayudarla.

—¿Cáncer o enfermedad de transmisión sexual?

Me mira vacilante, sorprendida por mi pregunta.

—Ni una ni otra. Lo siento, pero no sé por dónde empezar —dijo ella.

—¿Por el principio?

—Vale... —Sigue mirándome sin decir nada.

—Vamos, no puede ser tan malo —le digo.

—Depende, yo soy la que cometió un error que puede cambiarle la vida. ¿Podemos hacer una ecografía primero?

—¿Una ecografía?

—Si y prometo aclarar este asunto en cuanto tengo la prueba que me hace falta.

Asiento deseando acabar de una vez. Pasamos a la otra sala y me indica tumbarme y levantar mi blusa. ¿Por qué demonios quiere hacer una ecografía? Apaga la luz dejando la habitación en la semioscuridad. La miro mientras echa el gel y mientras desplaza ese artilugio en busca de Dios sabe qué.

Finalmente, mueve el monitor para que lo puedo ver. Ella parece mucho más preocupada que antes. La imagen del monitor no tiene sentido, todo blanco y negro... ¡Oh, Dios!

A través de los años muchas amigas han tenido hijos y no recuerdo la cantidad de veces que tuve que sonreír y decir que ese punto que casi ni se notaba en la foto era precioso. Pero lo que yo veo ahora no es un punto, es un bebé. Mío.

¿Cómo puede ser posible? El día que Peter me dejó tenía la menstruación y no he estado con nadie desde entonces.

—¿Cómo? —susurré.

La doctora suspiro y cogió unos pañuelos para limpiar el gel. Mientras yo hacía eso, ella se sacó los guantes y los tiró a la basura. Volvemos a la otra habitación y nos sentamos otra vez.

Claire. Es su nombre, ahora lo recuerdo. Ha vuelto a jugar con su anillo.

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